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2003/06/10 06:00:00 GMT+2

De millón en millón

Un millón de peregrinos en El Rocío. Un millón de devotos en la misa del Papa. Un millón de manifestantes contra la guerra en Irak.

Parecen cifras enormes. Y lo son. Pero conviene mirarlas con cierto distanciamiento. Y no me refiero sólo al hecho de que por lo común esos pretendidos millones no suelan ser tales -a no ser que algunos millones sean mayores que otros-, sino también a su más que discutible representatividad. La de todos.

Al final de la grandísima manifestación de Madrid contra la política belicista de Aznar, un amigo me dijo, con aire extasiado:

-¿Te das cuenta? ¡Ha venido un millón de personas!

Y yo le respondí:

-Sí, pero ¿has hecho la cuenta de toda la gente que no ha venido?

Lo dije sólo por relativizar las cosas. La verdad es que no sospechaba que la relatividad iba a ser tanta. Porque no sólo había que considerar toda la gente que no había ido, sino también la solidez y la claridad de las convicciones de las personas que habían ido. A buena parte de ellas, la indignación por la guerra -y por el Prestige, y por todo lo demás- le duró quince días. Como mucho.

El día de las últimas elecciones me planté a muy primera hora en el colegio electoral que me correspondía. En plan cotilla, me dediqué a escuchar las conversaciones del personal que se acercaba a votar. Regresé a casa deprimido. No porque me disgustaran las opiniones políticas que registré -que también- sino, sobre todo, por el ínfimo nivel de información que revelaban. Oí auténticas barbaridades. Los había que ni siquiera identificaban a los candidatos principales. Otros admitían que se habían plantado allí sin saber a quién acabarían por votar. En general, los datos que manejaban eran de una inconsistencia apabullante.

Llegué a preguntarme si no sería oportuno imponer una especie de reválida elemental para confirmar el derecho de voto. Veamos: no se deja votar a los menores de 18 años porque se supone que todavía no han adquirido el suficiente grado de discernimiento, ¿no? Pues bien: ¿qué nos permite afirmar que a los 18 ya lo han alcanzado, y que lo van a conservar hasta la tumba?

Lo malo del régimen democrático no es que todo el mundo tenga derecho a opinar de todo, como sostienen los antidemócratas, sino que sólo se le concede el derecho a opinar ocasionalmente, y sólo sobre un asunto -quién va a mandar sobre él-, doble circunstancia que le empuja a no tomarse en serio el deber de pensar por su cuenta. Si tuviera derecho a decidir sobre todo lo que finalmente le va a suceder -y va a padecer-, lo mismo hacía un esfuerzo y se enteraba.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de junio de 2003) y El Mundo (11 de junio de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/06/10 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: elecciones el_mundo aznarismo diario 2003 voto | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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