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1996/09/25 07:00:00 GMT+2

Cuando el rey habla

Ahora que, poco a poco, estamos acostumbrándonos a abordar públicamente sin muchos tiquismiquis los asuntos de la Monarquía, vamos descubriendo que en ellos se encierran algunos enigmas curiosos. Por ejemplo, el de la autoría de las declaraciones políticas del rey.

Resulta que va Julio Anguita y reprocha al monarca que pronuncie discursos en los que se declara a favor de la OTAN y de la unión monetaria. «El jefe del Estado no debe tomar partido en cuestiones que dividen a la opinión pública», aduce el coordinador general de IU. A lo que el Gobierno y sus voceros le responden diciendo que esa crítica no hace al caso, porque los discursos del rey no reflejan los criterios personales del monarca, sino los que el Gobierno le sugiere como más convenientes en cada momento concreto.

Ya había escuchado antes esta cosa de que es el Gobierno quien se encarga de establecer las «líneas maestras» de los pronunciamientos más «políticos» del monarca. Pero no por déjà ecoutée me deja menos perplejo.

Pongamos que sea cierto. Al punto se me ocurre una pregunta que es, en realidad, de cajón: ¿y por qué se montan una cosa tan rara entre el Gobierno y el rey? ¿Qué necesidad hay de que el jefe del Estado vaya de aquí para allá reproduciendo los criterios políticos del Ejecutivo como si fueran de cosecha propia?

Me parece absurdo a más no poder. Por muchas razones. Para empezar, porque se monta con ello una ficción disparatada. Luego los medios de comunicación publican que si el monarca ha dicho esto y lo otro, y lo valoran como su regio rango merece, cuando en realidad no hay tal, porque lo que ha dicho son cuatro ocurrencias de Miguel Angel Rodríguez.

Está además el hecho de que los Gobiernos cambian -por más que se resistan-, en tanto que el monarca se supone que permanece. Y si el rey ha de defender lo que al Gobierno de turno le peta, no tendría nada de especial que un día se viera en la necesidad de sostener que muy bien tal cosa, y al otro que muy mal lo mismo, lo que podría llevar a los súbditos menos avisados a concluir que el jefe del Estado no distingue entre un huevo y una castaña, lo que no sería ni justo ni conveniente para el buen crédito de las instituciones.

En fin, que el Gobierno decida el contenido de los discursos más problemáticos del rey puede dar origen a escenas perfectamente dadaístas. Téngase en cuenta que hay veces que el monarca dirige sus discursos al Gobierno: por ejemplo, cuando le toca presidir algunos Consejos de Ministros. ¿Qué habrá que suponer que ocurre entonces: que el jefe del Estado exhorta al Gobierno a que haga lo que el Gobierno le ha dicho previamente que le exhorte a que haga? No, francamente: es demasiado.

Que el Gobierno hable de las cosas de gobernar, y el rey de las de reinar. Es simple. Con eso, todo vendría a resultar aproximadamente lo mismo. Pero en menos mareante.

Javier Ortiz. El Mundo (25 de septiembre de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de septiembre de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1996/09/25 07:00:00 GMT+2
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