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2020/04/03 20:33:19.120246 GMT+2

Miedo a la distancia social

Hay razones sobradas para sentir miedos estos días. Tenemos mayores, familiares vulnerables a las arremetidas del virus y muchos sabemos de gente que no ha podido despedirse ­­–qué sadismo psicológico– de algún ser querido. Tenemos trabajos que quizá perdimos, conocemos a mucha gente a punto ser despedida del suyo e imaginamos insostenible la situación de la mujer a la que comprábamos el pan cada mañana.

Son estos miedos que, por lacerantes que sean, podíamos imaginar. Pero en estos días de confinamiento llueven barros traídos desde tierras desconocidas y lo informe se acerca invisible con otros temores que antes no sabíamos nombrar.

Lo que no conocíamos los míos y yo era la dificultad para ponerse la camiseta de arracimarse para enfrentar cualquier situación. Se ha hablado mucho del hostión de los liberales estos días, obligados a abrazar la economía planificada como quien pide la extremaunción tras una vida de abjurar de Dios, pero a los que somos comunitaristas se nos han hundido las plazas de asamblearnos bajo los pies, la adrenalina del sudor compartido se nos ha evaporado y la seguridad de pensar nuestro cuerpo como uno más en un mural mexicano se quedó en una metáfora en este tiempo. Porque lo inevitable, lo responsable y lo cabal es hoy aquello contra lo que peleamos antes juntos: la distancia social.

Todo el párrafo anterior es matizable, ¡menos mal! porque, a la espera de que lleguen las vacunas de las probetas, algunas de las que hemos podido desarrollar socialmente se han moldeado a partir de nuestra idea de apoyo mutuo y, en no pocas ocasiones, se han organizado a través de las estructuras y experiencias vecinales de toda la vida. Lo conocido,  como un candil en la oscuridad, nos permite no pasar esto tiritando y a la sombra.

Como padre, no me da ningún miedo pasar un mes, dos, tres más encerrado en una casa sin balcón con mi familia. Esta es una situación incómoda, que tiene a los niños irritables y a ratos tristones, pero, por más que sea una vivencia nueva e inesperada, no es informe, no es invisible y no da miedo alguno.

Me da miedo, sin embargo, precisamente que crezcan con miedo. Que adopten como normal la anormalidad de este inmenso experimento social al que nos hemos entregado sin remedio. Conocíamos perfectamente los recortes de libertades pero nunca, nunca, habríamos imaginado entregarnos al Estado de Alarma voluntariamente. Qué horrorosa perspectiva la de pensar que se acostumbren a un mundo donde la policía pide peaje en las calles y un tipo vestido de militar habla en prime time; a una cotidianidad en la que papá y mamá te miran censoramente para que no te tires a abrazarlos a la vuelta de la compra, y a las ocho de la tarde se abre una ventana para respirar y soñar que se rompe la dichosa distancia social. Aplaudir como el paseo circular en el patio del presidio.

Sí, es mucha gente en el planeta la que ya vivía con estos miedos, para la que, desgraciadamente, nada de esto era desconocido. Dejadme, aún así, expresar mis temores, aunque a día de hoy vivo los primeros miedos, la muerte y la miseria, más como tristeza e inquietud que como auténtico miedo, seguramente porque las consecuencias más graves del virus no se han clavado en la carne de los míos por ahora. Los segundos, los de un mundo inimaginado en el que todo sigue igual cuando acabe el confinamiento, trato de enfrentarlos mentalmente creyendo que podremos colonizar los huecos de la incertidumbre avivando la proximidad social.

 

Escrito por: eltransito.2020/04/03 20:33:19.120246 GMT+2
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