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2017/12/15 20:04:9.797190 GMT+1

La mercantilización del deporte y el deporte popular y de base

*Mañana participo en unas jornadas de deporte popular. Imagino pocas personas menos indicadas que yo para hablar de deporte pero, como me han invitado a propósito de mi ensayo Contra el running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial, trataré de compartir las cosas que aprendí durante la documentación y la reflexión llevada a cabo para la redacción del texto. He escrito esto como base, que sonará conocido a quienes hayan leído Contra... aunque no aparece ni una sola vez la palabra running.

 

Cuando era adolescente solíamos jugar al baloncesto en un parque de barrio. Había una cancha con canastas rotuladas por Caja de Madrid, entidad que las mantenía (reemplazaba los aros con relativa rapidez cuando se rompían). Además de la propaganda en los tableros, aquello obedecía, imagino, a la obligación social legal de las cajas de ahorro. Aunque aquello fuera por cubrir el expediente, la actual fase financiera, la bancarización y ruina de las cajas ha terminado de hacer impermeable la capa que separa el dinero de las finanzas de la gente de a pie.

Con esta anécdota personal pretendo introducir hasta qué punto el deporte de base está relacionado con los distintos momentos del capitalismo en el que se desarrolla. Tenemos el deporte que se corresponde con la sociedad en la que vivismos.

Los deportes, tal y como hoy se conciben masivamente, también tienen su origen en su fase de expansión mundial del capitalismo industrial. En los clubs y colleges ingleses, instituciones propias de la aristocracia y la burguesía, surgen actividades deportivas que sirven como entrenamiento para los que han de ser los grupos dirigentes del país, exaltando valores como la voluntad de triunfo, el coraje o el reconocimiento de grupo (elitismo).

Posteriormente, el cross (atletismo), el automovilismo, el boxeo, el fútbol, el cróquet o el remo, se convertirán en entrenamientos propios de la burguesía industrial. Un modelo deportivo que se basa sobre todo en la competición por equipos (con ganadores y perdedores), que algunos autores han visto como entrenamiento disciplinario para los tiempos medidos de la nueva fábrica.

Desde el siglo XVIII, y sobre todo en el XIX, el imperio británico llevará sus deportes por todo el mundo (a sus colonias o a los lugares con los que mantenía relaciones comerciales). En España, por ejemplo, entre clubes de fútbol más antiguos encontramos al Real Club Deportivo Irún y al Recreativo de Huelva, nacidos en el entorno de los altos hornos o las minas gestionadas por ingenieros ingleses que, tal como pensara Henry Ford, organizaron actividades que alejaran al obrero de la taberna, ahuyentando así también el fantasma del absentismo laboral.

Los primeros aristócratas que practicaban los sports hacían énfasis en su condición de caballeros amateurs, y algo parecido sucederá luego con la burguesía cuando, en torno a los años veinte, las clases populares comienzan a practicar masivamente deportes. Las revistas deportivas de principios de siglo, como Gran Vida, alternaban sin pudor la información financiera con la deportiva, orientación que cambiará en las mismas cabeceras pocos años después.

A mediados de los veinte muchos deportes se han convertido ya en prácticas populares (en los programas de fiestas los encontramos ya desde la segunda década de siglo conviviendo con cucañas, toreo de vacas y juegos varios). Las clases populares han reconquistado el tiempo que los inicios del capitalismo habían atrapado en exclusiva para la producción. El paradigma 8-8-8 (ocho horas para trabajar, ocho para dormir y ocho para el propio disfrute) va de la mano de la eclosión de la sociedad de masas y de la explosión del tiempo libre obrero. Por un lado, nacen la identificación de los barrios con sus equipos, las ligas laborales o el interés de las agrupaciones obreras por el deporte como vía de encuadramiento y fraternidad. las escuelas pedagógicas progresistas, desde hace tiempo, potencian la  gimnasia o el excursionismo…y por otra parte el deporte comienza a profesionalizarse y a devenir en espectáculo.

Por otro lado, el tiempo libre del obrero se convierte en una nueva mercancía a comercializar. Por poner un ejemplo que ilustra esta tensión de clase conviviendo con el deporte más mercantilizado y espectacularizado, el juego coreografiado del viejo boxeo aristocrático cae ante el nuevo boxeo, dominado por la clase obrera. Los combates entre Jack Dempsey y Gene Tunney (en 1926 y 1927) estarán entre los que reunieron una mayor audiencia en vivo de la historia, protagonizados por deportistas de clase trabajadora.

Las clases populares se apropian de algunos deportes como el fútbol, el ciclismo o el boxeo. Durante los años de la clandestinidad anarquista, en la dictadura de Primo de Rivera, los grupos anarquistas desarrollaron su actividad camuflados en grupos ciclistas o excursionistas.

La querella podríamos cerrarla con las Olimpiadas Obreras de Barcelona en 1936 cuando, en respuesta a las olimpiadas que transcurrieron en Berlín bajo la atenta mirada de Hitler, iban a participar 6000 mujeres y hombres, de 22 países distintos. Debían haber empezado el 18 de julio, pero ya sabemos lo que sucedió.

El deporte popular salió derrotado de la posguerra mundial. En la segunda mitad del siglo XX los deportes que se han hecho más importantes durante la primera siguen siendo los deportes reyes, como grandes espectáculos profesionalizados. Sin embargo, a medida que el neoliberalismo va abriéndose camino, aumenta la práctica de deportes individuales, cuyo número de licencias federativas no para de crecer.

Aparecen las competiciones de empresa (que son corporativas, no ya de clase), aumenta la práctica del ejercicio en el gimnasio y las prácticas apuntaladas por la moda de hacer del cuerpo una mercancía (como la musculación). Nacen los deportes de aventura en los sesenta, que se desarrollan en los ochenta, muy orientadas a las masas urbanas…

El deporte, entendido en su versión más comercial, transmite los mimbres de su sociedad con un cierto halo de pureza moral. Un buen ejemplo de ello son las Olimpiadas modernas desde su propio nacimiento. En 1896, cuando se celebran las primeras Olimpiadas modernas, el Comité Organizador ya cuenta con la participación de grandes firmas (Kodak, por ejemplo, puso dinero a cambio de un anuncio en el programa). Los patrocinios siguen en las siguientes ediciones y desde Amsterdam 1928 se obtienen ya ingresos por publicidad en el acceso a los estadios y de Coca Cola en el interior.

Es obvio que una competición atlética o gimnástica de las Olimpiadas puede trasladar valores socialmente positivos a sus participantes y espectadores, incluso sin tener que llegar a ejemplos señalados como la eclosión del Black Power en México 68, pero no podemos obviar que se trata también de un evento nacionalista y mercantilizado, que toma hoy la forma de instrumento del juego de grandes ciudades vendiendo sus marcas en el bazar internacional de los flujos financieros.

 

El espacio como elemento clave del capitalismo contemporáneo

 

Deporte proviene del latín ex porta (puertas a fuera), como recuerdo de cuando se practicaban en la explanada que servía para hacer ejercicio, montar el mercado o, incluso, llevar a cabo ejecuciones públicas. A medida que el juego se convierte en deporte, competitivo y con unas reglas únicas, se fijan las medidas de los campos y aparecen los árbitros. El espacio dedicado al deporte deja de ser la propia calle, se generaliza el estadio y, ya tras la Segunda Guerra Mundial, aparecen planes de ordenación urbana que tendrán su apartado específico para las zonas deportivas.

Frente a la vieja ciudad de calles polifuncionales, se acentúa la segregación por clases y la diferenciación de espacios. Esta planificación de espacios irá complicándose hasta hoy, convirtiendo aquello que se solía llamar calle en la fórmula administrativa espacio público.

Tal y como decíamos al principio, el deporte de cada época es coherente con el sistema económico e ideológico en el que se desarrolla (y a la vez nos cuenta mucho de éste). En la medida que el espacio se ha ido convirtiendo en una mercancía más codiciada en el capitalismo contemporáneo, el deporte, que tiene una obvia necesidad de espacio para su desarrollo, se ha visto afectado. El relativo declive de los deportes de equipo puede tener que ver tanto con esto como con el creciente prestigio de lo individual. Por otro lado, asistimos a la mercantilización extrema de los espacios y a su reglamentación exhaustiva, bajo la forma de ordenanzas municipales o cívicas.

Una carrera popular, transcurriendo por un circuito circular, delimitado por la policía municipal y con dorsales con propaganda de Nike, podría ser una buena metáfora de ello.

En su versión más extrema, los grandes acontecimientos deportivos han contribuido a transformaciones radicales en las ciudades, no siempre positivas para las clases menos pudientes, que van desde ser el motor del llamado Modelo Barcelona a la expulsión policial de los habitantes más pobres durante el mundial de Brasil.

Un deporte para todos...y para casi todo

 

Pero las jornadas en las que estamos demuestran que otro deporte es posible. Aquí se reúnen deportistas cuyas prácticas aportan una visión conflictiva con el rumbo actual de la sociedad y sus derivas de género, de clase o individualistas. En algunas ocasiones el mero hecho de tratar de no ser sexista, clasista o potenciar la colaboración es ya una oposición a la marcha del mundo, incluso sin que medie una reflexión política detrás de ello.

En un artículo de su blog, César Rendueles reclamaba más deporte y menos cultura (era un texto que hablaba de programas culturales). En su crítica a la cultura desde arriba y entendida como apéndice de la burbuja inmobiliaria, empeñada en abrir grandes museos o festivales, decía:

Lo más parecido que conozco a lo que tendría que ser un centro cultural, un museo de arte o una sala de conciertos es la cancha cochambrosa, la biblioteca y el parque infantil que hay en mi barrio. Los dos primeros están abarrotados siete días a la semana desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche y tienen un fuerte grado de autoorganización mediada institucionalmente. Por la pista de fútbol pasan alumnos del colegio de al lado en su clase de gimnasia, liguillas municipales, celebraciones de cumpleaños, niños pequeños que la atraviesan en bicicleta y hacen guerras de pedradas, adolescentes que alternan el futbol con los porros y el botellón, cuarentones aficionados al baloncesto… Y lo mismo ocurre en la biblioteca. A las nueve de la mañana de cualquier sábado hay una cola que da la vuelta a la manzana. Está lleno de estudiantes que empollan y aprovechan los descansos para ligar, pero también de niños que van a cuentacuentos organizado por algunos padres, de jubilados, de aficionados a la poesía que acuden a los recitales, de personas sin recursos que van allá a leer el periódico en un lugar caliente y consultar internet…

 

Lo curioso es que la misma apreciación valdría para pedir menos deporte mercantilizado y más deporte popular. No en vano, las grandes instalaciones deportivas de nuestras ciudades también son hijas de las lógicas de la burbuja inmobiliaria.

En el distrito Centro de Madrid, seis barrios y 150.000 personas, debe haber dos canchas deportivas gratuitas, si no me equivoco (un campo de futbito bastante precario en el parque de Conde Duque y las canchas del Casino de la Reina, en Lavapiés).

Cuando llegué a vivir a mi barrio, Cuatro Caminos, me di cuenta de que en un área relativamente grande alrededor de casa no había ninguna cancha deportiva que se pudiera usar: las dos de baloncesto que había no tenían canastas desde tiempos inmemoriales. Al abandono de la inversión pública se une otro sino de los tiempos: la aparente pacificación del espacio y la huida del conflicto. Según me refirieron distintos vecinos, cuando estaban las canastas había grupos de chavales que organizaban un rey de la pista y, decían, pedían dinero por entrar a jugar. En lugar de tratar de resolver el conflicto –que no dudo también tenía que ver con el hecho de que quienes las usaban eran jóvenes latinos-el Ayuntamiento optó por quitar las canastas.

La buena noticia, y quiero acabar con una porque esta reunión de colectivos me parece un síntoma ilusionante, es que el deporte popular y desmercantilizado sigue emergiendo allí donde menos espera uno. En mi mismo barrio los chavales más mayores enseñan a los más pequeños en los aparatos de gimnasia de parque en eso que, creo, se llama street workout. En el urbanismo rocoso de AZCA, un importante parque empresarial, se cobijan bailarines urbanos, como en la cercana estación de Nuevos ministerios los chavales se apropian de la ciudad con sus saltos acrobáticos de parkour, y grupos de chicos y chicas bajan la Castellana a toda velocidad con su monopatín. Además, en una callecita con poco tráfico junto a mi casa algunos críos reclaman la calzada corriendo tras una pelota.

Yo creo que, a pesar de todo, hay razones para sonreír desafiantes y cantar el estribillo aquel que dice cuidado, os avisamos, somos mismos empezamos.

 

Escrito por: eltransito.2017/12/15 20:04:9.797190 GMT+1
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