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2022/12/22 19:49:47.758683 GMT+1

Diario ambiental del mundial que ya pasó

Durante el tiempo que duró el mundial, fui escribiendo anotaciones en un hilo de mi cuenta de Mastodon. Lo traigo todo seguido aquí. Cada párrafo es un toot, que es como se llaman los mensajes, equivalentes a los tuits de twitter, en esta red social.Usé el ht (mentiroso) #ElMundialQueNoVeo.

22 de noviembre:

Voy a ir escribiendo en un hilo un pequeño diario –probablemente inconstante– de los días en que transcurre #ElMundialQueNoVeo. Como a la mayoría, no siento ninguna cercanía con este mundial, pero mentiría si dijera que mi único desinterés proviene de los DDHH. Esto es solo el ejercicio de parar cinco minutos a pensar sobre los días y dejar correr los dedos. Para una crónica de verdad (tampoco solo sobre fútbol) seguid a @ignaciopato. Luego subo el primero.

Esta mañana, después de dejar a D. en el cole, me quedé esperando a R. en la calle. Miré el móvil y vi un mensaje de K. “Ha muerto Pablo Milanés”. Llorar en la calle por desconocidos debe ser cosa de los 45. Sentir en el lagrimal cómo raspan los recuerdos al irse. Conciertos con mi madre, cantos exaltados con amigos, “yo pisaré las calles nuevamente” marcando el ritmo de las manis dentro del cráneo. Sé –también por el teléfono– que ha perdido Argentina. Y ya no me importa.

24 de noviembre:

El señor fútbol se pasea por el espacio público desnudo, con la espalda arqueada hacia atrás y ofreciendo sus pelotas al paso. Ayer por la mañana lo comentábamos en la cola para votar en el consejo escolar del cole. “Si está bien jugar al fútbol, pero lo cierto es que ocupan todo el patio y, las demás, arrinconadas”. Por la tarde, en la biblioteca donde trabajo: GOOOOOL a voz en cuello. Más de cincuenta chavales viendo el partido y gritando en la sala de estudio.

A una compañera: "¿Dónde está escrito que en la biblioteca no se pueda ver el fútbol”? Al de seguridad: "Sí, señor, ya nos callamos". El imberbe que llevaba la bandera de España a modo de capa paseándose toda la tarde por allí, ofreciendo sus pelotas al paso

27 de noviembre:

Viernes. Niños, niñas y abuelos con batucada. La mejor alianza posible para reivindicar una vez más –van tres manis, la última el viernes– que el Ayuntamiento no destruya una pista deportiva construida y a estrenar para hacer un nuevo mega gimnasio. La política municipal madrileña es, hoy, el mejor observatorio de la paradoja: se golpea pecho con el deporte y se destruye el suelo donde germina.

Aquí la batucada. Que rabien los haters de los tambores). Y aquí la historia.

Sábado. He visto el partido entre México y Argentina. Pues sí. Mi hija me buscó un enlace pirata. No le interesa el fútbol, pero faltó un profesor en el instituto y les dejaron ver no sé qué partido. Tampoco sé qué pensar de ello (o pienso diferentes cosas). Constato que ya no voy incondicionalmente con Argentina y que, probablemente, toda mi generación, hija de las venas tensas en la cara de Maradona, ya no es más barra brava de todo cien cada cuatro años.

He bajado a por algo para hacer la cena a la tienda de Juan y Ana (la pareja china que regenta los ultramarinos de mi calle). Alberto me ha saludado desde detrás del cristal con la albiceleste puesta. Su bar está hasta arriba de argentinos viendo el partido. Una vez me confesó que solía llevar la camiseta de River pero no le interesaba mucho el fútbol –yo creo que es mentira–.

Algo así: “Como soy argentino, todo el mundo espera que me guste el fútbol y me habla de ello. Yo hago como que entiendo…además, tengo este bar, ¿qué quieres?” De la pared del garito cuelgan fotos de Gardel, Messi, el Che Guevara y Maradona. Un cuadro muy bonito que le hizo un parroquiano. Argentina ha ganado y yo he sonreído desde enfrente de la pantalla del ordenador al bueno de Alberto. #ElMundialQueNoVeo (¿o sí?)

28 de noviembre:

Vi Argentina. 1985. Fue una experiencia hilvanada por las distintas fases y naturalezas de la lágrima. Apretar el párpado, mirar de reojo a mi compañera en el sofá, romperse el dique, llanto contenido y, ya, indisimulado…También fue rabia, pena, emoción, orgullo en diferido…Hay una escena –viene destripe leve– que es el espejo lacerante de la historia de España. Sabes desde el principio que llega, no cuenta nada que no sepas ya, pero origina un boquete en nuestra biografía colectiva.

Ya hemos visto cómo es la familia del ayudante del fiscal, el famoso Julio César Strassera. Gente de bien y orden. Su madre va a la misma iglesia que Videla. En el momento que Darín- Strassera le dice algo así como “nunca vamos a convencer a tu madre y a la gente como tu madre” sabes que sí lo harán, y que será un punto clave del relato. Y sucede, claro. “Tenías razón, Videla debe estar en la cárcel”, dice la señora por teléfono a su hijo.

Son muchas las familias que no querían ver y tuvieron que enfrentarse al relato desgarrador de las víctimas de torturas del régimen militar. Sabían que algo pasaba y habían decidido seguir compartiendo mantel con los responsables como buenos vecinos pero casi nadie puede enfrentarse a los niveles de abyección moral que se alcanzaron en la ESMA. En España nada de esto sucedió.

En 1978, mientras la mayoría de los periodistas desplazados a Argentina para ver el mundial 78 cubrían el partido inaugural, la televisión holandesa daba voz a las Madres de la Plaza de Mayo. “Nosotras solamente queremos saber dónde están nuestros hijos, vivos o muertos” Su grito colectivo, rotundo y sufriente, llegó al mundo entero. Habían mandado una carta a todos los futbolistas argentinos. De este mundial, aun esperamos algo más que gestos mientras miramos avergonzados.

Vi por casualidad unos minutos del Brasil-Suiza. Vinicius, con el partido ya ganado, hace una rabona sin sentido ni utilidad. un desprecio a lo que queda de nobleza al deporte. El vídeo de las Madres de la Plaza de Mayo. Ved la peli.

30 de noviembre:

El otro día estuve hablando por teléfono con José Ignacio, el entrenador de un equipo de barrio al que su fricción con la realidad le ha llevado a montar una pequeña obra social. Un día, su hijo –también pupilo en el ADC Malasaña– le dijo que un amigo suyo quería apuntarse a jugar. “Dame el teléfono de sus padres y hablo con ellos”. Se topó entonces con una realidad que desconocía: la de los niños tutelados por la Administración.

Están en los colegios de nuestros hijos, pero parecen invisibles y sufren el estigma impregnado por babas rabioasas, filtradas a través de los medios de comunicación tolerantes con el fascismo e intolerantes con los más débiles. Se plantó en la residencia donde vivía y empezó a llevárselo a los entrenos y partidos. Luego, fueron llegando más críos tutelados al equipo.

Este año, ha montado ya una especia de obra social para que nadie se quede sin jugar al fútbol en el barrio. Podemos echar una mano aquí 

2 de diciembre:

Del primer mundial que tengo memoria no vi ningún partido. En 1982 tenía cinco años y tengo el recuerdo del ambiente. Naranjito, Sport Billy y un nosequé más que no puedo concretar en palabras. Supongo que tiene que ver con lo que hacen los mayores en el salón, lo que hablaba la gente a tu alrededor o las palabras que salían de la radio, aunque para ti fueran solo un zumbido de fondo.

Ayer salí a merendar y de reojo capté, a través de los cristales, campos de fútbol en los televisores de un par de bares. Entré en Rodilla, pedí unos sándwiches y, quizá por esto del ambiente pegajoso, cogí de entre los periódicos del día el AS.

Lo ojeé sin mucho interés, de arriba abajo. No sabría decir la cantidad de años, muchos, que no leía un diario deportivo. Entonces lo solía hacer de la contraportada hacia delante. Paro en una columna: “Takahashi: Gavi y Pedri son los Oliver Atom de ahora” Era el creador de la serie. Visto lo visto, mejor animador que augur.

10 de diciembre:

Vuelvo a este diario del mundial ya sin mundial en primera persona para los españoles. Estos días visité Mérida. Mirando el graderío carcomido del circo romano me dieron ganas de trasladar aquí alguna analogía. Lo descarté a los cinco minutos. Menos mal.

Marruecos ganó a España. D. se enfadó, yo me lo tomé con bastante relajo y me alegré por Chaima, por Karim, por Anwar, por mi vecino de enfrente…Imaginé latir fuerte el cemento en la zona de la mezquita del barrio, quince minutos andando hacia el norte por Bravo Murillo. Y me pareció reconfortante.

Sentí cercanía con los vecinos y rechazo por el régimen de Mohammed VI; sonreí cuando los jugadores de la selección sacaron la bandera de Palestina pero, a continuación, rabia cuando entonaron cantos sobre la ocupación del Sahara. El régimen, tan amigo de nuestro borbón viejo, tan caro cancerbero de nuestras fronteras, cómplices de un crimen global. Por la geopolítica mandaría a la mierda al mundial y al Estado. Por los vecinos, sonrío.

16 de diciembre:

Yo no tenía ganas de ver el mundial. Sentía más desapego que ganas de hacer boicot, aunque seguramente los Derechos Humanos tuvieran pellizco en esa sensación de indiferencia. Lo he visto a ratos –más de lo que suponía iba a hacerlo– y he ido dejando unas pocas impresiones por aquí –menos de las que suponía dejaría–, con poco contenido futbolero y algo más de costumbrismo ambiental, en todo caso.

Más arriba dejé dicho que mis simpatías improvisadas han tenido que ver con los nombres propios que podía ponerle a cada camiseta. Y al conocimiento de los músculos de sus rostros. A veces, no es necesario conocer mucho a una persona para imaginar la cara que pondría en un momento de nervios o de alegría desbordada. En ese gol.

Esas caras han resultado ser argentinas o marroquíes. También me he dado cuenta que ver un mundial desapasionadamente echa lastres afuera. Por ejemplo, permitirme cambiar de equipo a lo largo, no ya de una competición, sino de un mismo partido. Como hace la gente que no sabe de fútbol.

Yo iba, de aquella manera, con Holanda cuando jugó contra Argentina. El que antaño solía ser mi segundo equipo en el mundial, el primero con opciones de ganarlo, ahora se me hacía un equipo antipático y vulgar. Pero resulta que D. (8) adora a Messi. Ha visto más fútbol en el álbum de cromos que en la tele. Pero adora a Messi y lleva a con orgullo cierto cromo especialísimo que solo él tiene en clase.

–Papá, ¿a que Messi es el mejor?
–Sí hijo, uno de los mejores jugadores que hay.
–No, papá, el mejor, pero el mejor de la historia.
–Hombreeee. Y yo soy del mundial 86.

Antes de empezar la prórroga, bajé a por una cerveza a la tienda de Juan y Ana (que son quienes regentan el ultramarinos chino de la calle). Iba pensando en D. y sus saltitos nerviosos frente al televisor. Pasé por el escaparate del Iguazú, el bar argentino de Alberto, de quien ya os he hablado. Lleno de albicelestes, chicos y chicas con los labios amoratados por sus propias dentelladas nerviosas.

Alberto me saluda sonriente todas las noches desde el otro lado del cristal cuando regreso del trabajo. Yo me giro, le correspondo con un gesto y me topo con el cuadro de Maradona en la pared. Acababa de darme cuenta, ¡también está el de Messi! Subí a casa y me puse a animar a la albiceleste junto con D.

Un detalle. La vida sigue, ignorante de las pasiones de este mundial navideño. Ese día que bajé a por una cerveza, mientras sonaba en mi cabeza el interludio porteño de andar por casa, en la otra acera sucedía algo. Sucedía una barricada de libros.

Junto a la tienda de Juan y Ana más de un centenar de volúmenes perfectamente apilados en la acera. Alrededor, un grupo de chicos y chicas jóvenes escrutando los ejemplares abandonados. Compartiendo mi cara de preocupación por el cielo apunto de descargar sobre nuestras cabezas. Miro curioso, entro a la tienda a por mi cerveza.

Al salir, veo pasar a varios chicos ojeando un libro rescatado de su orfandad. “La Iliada”, alcanzo a escuchar. Qué nivel. Junto a la barricada de tinta y pulpa de papel, una chica sola con gesto de alienígena abandonado en una ciudad tan vulgar y extraña como esta. Y una voz rezagada que sale del bulto de la pandilla –“¡Eh! Que los libros eran de esa chica”. Mudanza.

22 de diciembre:

Habría sido un gesto bello que en la celebración del campeonato algún futbolista argentino agarrara el micrófono y empleara el torrente de excitación desbordada en el que se encontraban todos para reclamar la libertad de Amir Nasr-Azadani, el futbolista iraní condenado a muerte por levantar la voz por los derechos de la mujer.

Un gesto refulgente que, sin embargo, habría servido para desanudar todas nuestras contradicciones. Una pose oenegista y socialdemócrata. Ojalá hubiera sucedido, pero, a la vez, está bien no tener esa coartada

Terminado el mundial de Qatar, puedo decir que éste acabó por ocupar más espacio en mí del que en un principio hubiera pensado desde el desapego no militante. Mirándonos a J. y a mí ver el último partido, se podría decir que fue un espacio vulgar: un espectáculo grandioso encerrado en una tarde de domingo en casa, viendo la televisión. Como una buena peli.

Sin embargo, la diferencia con otro espectáculo apabullante –y de esta grandeza nacen también sus miserias– es que no se agota en la representación, salta a la calle y se muestra tan vivo allí como en las gradas vociferantes de un estadio.

Un rato después de terminado el partido, una mujer bajo el dintel de la puerta en el bar de Alberto –unos cincuenta años, gafas de ver, pelo rizado– sostenía un teléfono móvil frente a la boca. Le cantaba a su interlocutor, con emoción cómplice, la canción de Muchachos, que ha servido de himno plebeyo a la hinchada albiceleste. Había compuesto ya unos versos que hablaban de la final que acaba de echar el cierre.

Tardé mucho en cerrar este hilo con la crónica inconstante del ambiente mundialista a mi alrededor #ElMundialQueNoVeo [FIN].

 

Escrito por: eltransito.2022/12/22 19:49:47.758683 GMT+1
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