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2010/03/01 11:40:15.478000 GMT+1

Una nueva fiscalidad

Con la crisis económica un asunto que inevitablemente se ha situado en el centro del conflicto político es el de la fiscalidad, al menos en Europa y Estados Unidos (de momento, en China no se considera un problema). En un reciente artículo, que traduzco en esta entrada sin sus notas a pie de página, Yann Moulier Boutang plantea una manera diferente de concebir la fiscalidad, en coherencia con su teorización del capitalismo cognitivo, a partir de las propuestas de impuestos sobre el carbono o las transacciones financieras (tasa Tobin). Aunque en castellano lo emplee indistintamente, prefiero el término "impuesto" al de "tasa", en parte porque incomoda más. Lo interesante del texto de Boutang (relativamente extenso, aviso), se esté de acuerdo o no con todos y cada uno de sus puntos, es su propuesta de acomodar la fiscalidad a una nueva economía política y a una nueva lucha por la redistribución del ingreso. Incluyo algunos gráficos muy ilustrativos sobre la estructura de los ingresos fiscales en Estados Unidos y en la Unión Europea.

¿Impuesto carbono o impuesto polen?

Por una imposición de todos los flujos financieros y monetarios

Yann Moulier Boutang - Revista Multitudes, número 39, noviembre de 2009

Así se ha decidido: Francia practicará el impuesto sobre el carbono [taxe carbone]. No podemos sino alegrarnos quienes, como yo o Jérôme Gleizes, se opusieron fuertemente a los ecologistas partidarios del mercado de los derechos de contaminación (Laurence Tubiana o Alain Lipietz) al predicar que este cuasi-mercado acumulaba todos los inconvenientes (que sería ineficaz, desigual y sobre todo insuficiente), y que en suma habría que volver al impuesto público.

Pero, desgraciadamente, habría que ser más preciso. Francia hará en el impuesto sobre el carbono, más que hará impuesto carbono, es decir, mucho más que practicar seriamente un impuesto carbono. El debate entre 14 o 17 euros no cambia gran cosa en relación con los 100 euros por alcanzar, por tanto al mínimo de 32 euros, como estableció la Comisión Rocard. Se contiene tímidamente un principio pero sin someterse  de verdad al mismo [la propuesta del gobierno contenía tantas excepciones que finalmente fue anulada por el Consejo de Estado a finales de 2009, N. del T.]. Sin embargo, todos saben que deberá implantarse una incitación fuerte para luchar contra el efecto invernadero.

El nudo gordiano fiscal

¿Por qué tanta resistencia a un impuesto sólido? Porque es un impuesto que viene a añadirse al impuesto interior sobre los productos petrolíferos [en Francia, TIPP], al IVA que paga todo consumidor final (más del 50 % de los ingresos fiscales del Estado), al impuesto sobre la renta (un pequeño 17 %) que paga la mitad de los contribuyentes (los demás están exentos) y al 18 % de impuesto de sociedades, incluida la tasa profesional. Y porque las cargas sobre el trabajo asalariado son pesadas: en 40 años la carga fiscal (exacciones obligatorias), más allá de las presentaciones demagógicas de diversas corporaciones de la sociedad, alcanza un nivel peligroso para diversas clases sociales, por razones a veces diametralmente opuestas y difícilmente compatibles.


Evolución histórica de la composición de los ingresos fiscales federales en Estados Unidos. Aumentó la importancia de los impuestos sobre las rentas salariales en detrimento de las rentas del capital. En Estados Unidos no existe un IVA federal, sino impuestos indirectos a nivel de cada Estado. Fuente: The Washington Post.

Quienes no pagan el impuesto sobre la renta (hay que decir quienes tendrían más bien problemas para hacerlo) encuentran insoportable un 19,6 % de IVA. Quienes pagan un impuesto sobre la renta exactamente conforme a sus ganancias –los asalariados puros- encuentran la factura tanto más pesada cuanto que se codean con no asalariados de las viejas profesiones liberales (o asalariados que tienen la posibilidad de hacer pasar sus gastos en diversas sociedades) , los cuales se apañan bastante bien. Al observar las ganancias extraordinarias del 1 % de los más ricos, sueñan con una imposición rooseveltiana del 75 al 90 % de los ingresos de los tramos más elevados y vilipendian el llamado “límite máximo para pagar impuestos” [medida aplicada en Francia, conocida como bouclier fiscal, N. del T.]. Las clases medias superiores y medias-medias aprueban todas las bajadas de impuestos. Las nuevas profesiones no asalariadas e inestables (los precarios de todo pelaje), que oscilan entre ganancias asombrosas entre algunos e ingresos más bien débiles para la mayoría, cuando no pueden contar con la red de ajuste de un régimen de intermitencia que viene siendo recortado metódicamente, desean replantearse las ventajas fiscales de los estables y una mejor mutualización de las cargas sociales. Si hay 65 millones de franceses y otros tantos sujetos de descontento, la fiscalidad no tiene nada que ver. Uno podría tranquilizarse y decirse que el movimiento se ha generalizado por todas partes y es sobre todo crónico. Lo que no es exacto. La tolerancia al impuesto varía según las épocas. Cuando el carácter insoportable de los impuestos progresa, siempre es un síntoma de crisis en gestación. Véanse las precedentes crisis fiscales del Estado que prepararon las revoluciones inglesas, francesas.

Ingresos impositivos en la UE-15, clasificación por función económica. Fuente: "La composición de las finanzas públicas y el crecimiento a largo plazo: un enfoque macroeconómico", de F. de Castro y J. González-Minde (2008). Banco de España.

La carga de la deuda del Estado no va a disminuir en los próximos años, por dos razones. La primera, de orden coyuntural, se debe a la profundización de la deuda mundial de los Estados en crisis. Estos últimos deberían encontrar 28.000 billones de dólares cada año para financiarse (es decir, el 51 % del PIB). Con los gastos de apoyo al sistema financiero y a la economía, el endeudamiento crecerá por lo menos al 100 o al 130 % del PIB (Japón ya está al 180 %). Pero la otra razón, rebelde a todas las políticas virtuosas preconizadas por la Unión Europea o el FMI, se debe a una transformación estructural de las economías. Sea francesa o sueca, americana o británica, la parte de exacciones obligatorias juega en ellas un papel cada vez más importante. Cuando los republicanos gritan al socialismo o al comunismo con el proyecto Obama de protección social, no hacen sino darse cuenta de un movimiento de europeización, que paradójicamente comenzó desde la presidencia Reagan en los países más liberales.

De hecho, todos los Estados están atrapados por una crisis de las tijeras: por un lado, aumenta el perímetro de su implicación. Dicho de otro modo, para producir la población y su sistema complejo, que comprende la educación, la salud, las condiciones de empleo y de la actividad económica de proveedores, productores y consumidores, hay que movilizar cada vez más recursos. Que esto sea responsabilidad directa de las colectividades locales, centrales o federales no cambia nada la situación. Frente a ella, los recursos producidos por el impuesto se funden o se estancan.

A pesar de estas necesidades crecientes, concebimos que los gobiernos se lo piensen dos veces antes de aumentar los impuestos. Las promesas de rebajas de impuestos, o de “bouclier fiscal”, o de repartos diferentes de impuestos a tipos impositivos constantes, atan las manos de la derecha. Por su parte, la izquierda se empantana en otro obstáculo. Defiende el principio del impuesto sobre la renta y la progresividad de este último, garante de la redistribución. Ahora bien, con una base imponible del impuesto muy reducida (la mitad no lo paga en Francia), se ve obligada a situar el cursor bastante bajo para incluir al menos al 25 % de la población, lo que significa la mitad de los sujetos a impuestos. La tasa carbono, al tener que afectar a todo el mundo, con la fiscalidad que tenemos, de los que algunos puntos sensibles ya se encuentran en el impuesto interior sobre los productos petrolíferos, constituye la gota de agua que puede hacer desbordar el vaso, al tiempo que no se alcanzan los niveles disuasivos requeridos. En particular, porque habría que implantar transportes en común (tranvía, autobús) extremadamente densos para que la población, que el urbanismo ha estirado inteligentemente a centenares de kilómetros, pueda dirigirse al trabajo. De ahí la complejidad en la percepción de un impuesto reembolsado.

De hecho, la crisis fiscal implica repensar de arriba abajo la totalidad de la fiscalidad. Existe, pues, un nudo gordiano de la fiscalidad. La derecha está tentada por la demagogia de una reducción de impuestos por la puerta y se encuentra obligada a recargar la fiscalidad indirecta antiredistributiva por la ventana. La izquierda descontenta enormemente a una buena mitad de su electorado de clases medias, al fijar el umbral de los ricos que deben pagar demasiado poco, o al apoyar erre que erre impuestos simbólicos que aportan poco más de lo que cuesta su recaudación, como el impuesto sobre las grandes fortunas, cuando las medidas sobre las sociedades serían más eficientes, aunque insuficientes y arriesgadas, cuando se aplican en una actividad económica mimada por sus empleos como es la inmobiliaria.

En realidad, el sistema impositivo pertenece a un “antiguo” mundo económico: aquel puesto en marcha bajo el Directorio y modernizado con el IVA en 1954 [1986 en España, N.delT.], por Maurice Lauré.  Sólo una sacudida de este sistema y la invención de un nuevo sistema permitirán salir de este drama. No soñamos con demoler gratis: nos esforzaremos simplemente en abrir los ojos.

Donde el impuesto Tobin reaparece

Dos semanas antes de la cumbre del G20 en Pittsburgh (12 de septiembre de 2009), el Financial Times, al que no cabe acusar de un amor desbordante por el fisco, presentaba en primera página la proposición de Peer Steinbrück, socialdemócrata más bien de derechas, ministro de finanzas de la gran coalición, acerca de un impuesto sobre todas las transacciones financieras del 0,005 %. En el Journal du Dimanche del 20 de septiembre, era el turno de Christine Lagarde, Ministra de Economía y Finanzas, que calificó el impuesto Tobin de “buena idea”, y el de Bernard Kouchner, quien entonó la misma cantinela. La proposición alemana, rápidamente descartada por Angela Merkel por electoralista, preveía una imposición muy débil de 0,05 a 1% sobre todas las transacciones financieras internacionales a escala mundial. Esta medida se supone que frenaría la volatilidad de los mercados (lo que ha sido contestado con algún fundamento). Fue adoptada en lo que al principio se refiere por Francia, puesto en práctica de manera fugaz por Brasil y estuvo a punto de ser adoptada por casi seis votos por el Parlamento Europeo. Nadie ha contestado jamás los recursos fiscales que procuraría. En junio de 2008 Dean Baker, un macroeconomista del Center for Economy and Policy Research, muy escéptico sobre una reforma seria del sistema financiero, escribía en su blog: “un impuesto modesto sobre las transacciones financieras podría recaudar fácilmente el equivalente de un punto del PIB, es decir, unos 150 billones de dólares”. Por “modesto”, Dean Baker entendía un impuesto del 0,25% sobre el volumen de las transacciones bursátiles y del 0,02% sobre los seguros por incumplimientos en los swaps, lo que no tendría impacto en la actividad sino que frenaría las actividades puramente especulativas. Este economista, como el ministro alemán, extiende el impuesto Tobin a las transacciones interiores.

Un impuesto sobre todas las transacciones financieras en una economía de polinización

Vale la pena hacer un pequeño desvío para ver cómo los impuestos reflejan la concepción que una sociedad se hace de la riqueza. Los impuestos directos sobre el capital (las sociedades), sobre los beneficios, sobre los ingresos, afectan a la riqueza que resulta del saldo de los flujos, como el ingreso neto, o el capital neto (lo que queda entre dos ejercicios anuales). Los impuestos indirectos (el IVA, el impuesto sobre derivados del petróleo), afectan al consumo final de las familias. Si estos impuestos son neutros en relación con el volumen de flujos, es porque consideran que los flujos en sí mismos no generan ninguna riqueza. Es preciso eliminarlos de la doble contabilidad. La circulación no se considera que cree riqueza.

Dicho de otro modo, la riqueza de las abejas sólo se mediría por la miel que producen, por lo que recoge el apicultor. Ahora bien, la riqueza realmente producida por la abeja es la polinización que representa aproximadamente 350 veces el valor de su producción comercial de miel y de cera para las velas. Esta polinización se mide por la intensidad de su circulación en los campos. En la actividad económica humana, se percibe por el número de transacciones que hace la gente, incluyendo las transacciones monetarias de las que ya he mostrado una pequeña introducción: el consumo, los intercambios, los viajes, el ocio.

De lo que se deduce una consecuencia no carente de interés para nuestro asunto. El impuesto que afectaría esta forma de creación de riqueza (por la circulación) sería mucho más inteligente y sobre todo aportaría mucho más. En fin, last but not least, presentaría también un enorme interés político. Permitiría pasar de las formas arcaicas del impuesto y de la exacción obligatoria por una única exacción que afectaría a todo el mundo de igual manera, en proporción a sus transacciones monetarias.

Como toda la economía está bancarizada y pasa por las tarjetas de crédito o por transferencias, la imposición con un tipo uniforme (entre 0,5 y 1 %) de todas las transacciones financieras permitiría la recaudación en tiempo real, con una administración seriamente reducida, de sumas equivalentes al actual presupuesto del Estado y al presupuesto social de la nación. En semejante sistema, nadie escaparía al impuesto. Tanto el ciudadano medio consumidor como el millonario que utiliza una tarjeta de crédito negra, sin la menor identificación, simplemente con un chip, para pagarse un coche de 250.000 euros o un collar de perlas. Incluso si, para este último, esto representa una contribución miserable con respecto a su fortuna…Un impuesto automático sobre todas las transacciones financieras tendría también la enorme ventaja de controlar todos los flujos financieros. ¿Y qué pasa con el efectivo? Las transacciones en efectivo también serían tasadas en este dispositivo porque hoy en día, ¿de dónde retira la gente el efectivo? De un cajero automático.

La justificación de este sistema –que deja atrás el debate sobre la imposición fiscal progresiva, redistributiva, directa o indirecta (todo se recauda en la fuente)- es que hemos pasado a  una economía donde efectivamente no es la producción de miel ni el producto comercial lo que fundamenta la verdadera riqueza, sino la polinización a la vez ecológica, económica e intelectual (la polinización humana). La práctica correcta del impuesto consiste en recaudar de manera sobre la indolora sobre la verdadera riqueza. Es decir, a partir del momento en que se desplaza el centro de interés sobre la riqueza, resumiendo, a partir del advenimiento de la “nueva” economía política – hacia la polinización, la coralización, el hacer red- y desde que tendemos a desinteresarnos por la “antigua” economía porque es marginal desde el punto de vista de la cantidad de dinero que representa, puedo dejar de recaudar el impuesto sobre la persona o sobre su producción comercial. La recaudación se efectuará sobre todas las transacciones que se operan entre los diferentes tipos de agentes económicos.

Nuevas tomas, nuevas situaciones

Esta solución es eficaz: extrae los fondos gigantescos que necesitan los poderes públicos, en particular para las políticas ecológicas en materia de transportes no contaminantes, de energías renovables, así como para un verdadero new deal social. Al desplegar las implicaciones sociales de una política de renta básica (de la que puede considerarse como la dimensión fiscal), restaura el principio de igualdad entre los ciudadanos. Todo ciudadano, desde el más pobre al más rico, contribuye en la medida de sus medios efectivos (sus transacciones monetarias). Se restaura la igualdad ante el impuesto, violado, a ojos de los ricos, por la progresividad de la fiscalidad y mucho más escandalosamente, por parte de los pobres, por las modernas gabelas (el IVA sobre todo consumo, incluso el más necesario para la vida). Actualmente, los pobres son considerados como asistidos porque no pagan impuestos (antaño se les retiraba el derecho de voto). Podrán decir al Sr. Pinaut que contribuyen tanto como él al impuesto, de manera proporcional.

Para quienes harán notar que este sistema se identifica con la flat tax que reclaman los ultraliberales americanos desde hace décadas –señalando así la muerte de un principio de progresividad fiscal, sinónimo de redistribución social- precisaremos que la manera de recaudar las sumas necesarias para la buena marcha de los servicios públicos no limita en absoluto nuestra facultad para concebirlos y para organizar su distribución: aunque un vuelco de la fiscalidad hacia una imposición proporcional (flat, y no progressive) de las transacciones financieras tomara primero la apariencia de un “regalo fiscal” para los más ricos (¡uno más!), la redistribución del maná obtenido de esta manera debería evidentemente adoptar la forma de transferencias (de ingresos, de servicios, de gratuidad) desde los más ricos en dirección a los menos favorecidos. La igualdad se situaría menos en la fuente de estas exacciones como en su destino fuertemente redistributivo. Este impuesto permitiría en realidad no sólo captar una (pequeña) parte de la riqueza producida por la circulación, sino modificar y modular las vías por las cuales pasa esta circulación. Lo que cuenta no son solamente las nuevas tomas (en billones de euros) que generaría esta fiscalidad sino sobre todo las nuevas situaciones (en derechos sociales), las nuevas afectaciones que permitiría poner en marcha.

Sabemos que hoy la riqueza de los patrimonios no se evalúa solamente por lo que queda después de las miríadas de flujos de inversión o de optimización del ahorro. Las enormes ganancias de los establecimientos financieros (que han recomenzado en Wall Street y otras plazas) se operan sobre la base de estos movimientos incesantes de las finanzas. Para 150 billones de comercio exterior y de PIB cotidianos, hay 1500 billones de transacciones de cambio y 2800 billones de productos derivados que se intercambian. La esfera de los flujos financieros multiplica por 21 los flujos de las transacciones del comercio exterior y del PIB. Y esta desproporción gigantesca no es sólo cuestión de viento, contrariamente a lo que dicen nuestros apologistas del valor concreto, el trabajo mercantil. Traduce una captación por la inteligencia de la finanza de mercado de una parte de la esfera de la riqueza que se basa en la polinización –sólo en parte, porque la relación entre el valor de la miel y de la cera y los efectos de la polinización es 350 veces más débil.

Esta propuesta de un impuesto automático y en la fuente de todas las transacciones monetarias –que podría elevarse al 2 % para hacer frente a una crisis tan excepcional como la actual- puede esperar acabar con la pobreza planetaria al zanjar el nudo gordiano de la fiscalidad, al que el impuesto carbono no hace sino añadir un bucle suplementario.

Tornada: a quienes se quejan de que esta imposición de toda transacción monetaria corre el riesgo de provocar la huída de la monetarización de la economía y fomentar los intercambios no monetarios y una disminución del consumo, respondería que el decrecimiento inteligente de algunos sectores de nuestra economía se vería enormemente facilitado. Pagarán menos impuestos quienes desarrollen transacciones no mercantiles y vivan más intensamente los intercambios mentales que la compra de bienes materiales. Quot erat demonstrandum.

Escrito por: Samuel.2010/03/01 11:40:15.478000 GMT+1
Etiquetas: tobin yann-moulier-boutang francia capitalismo finanzas fiscalidad impuesto-carbono ecología | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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