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2007/03/26 11:02:38.942000 GMT+2

Europa

La crisis de Europa es la crisis de la política. Al menos, de una determinada concepción europea de la política, hoy presente en todo el mundo como resultado de la expansión capitalista europea.

El historiador indio Dipesh Chakrabarty, en la introducción de su Provincializing Europe, afirma tajantemente que no es posible pensar en la modernidad política sin una serie de categorías y conceptos cuyas genealogías provienen de las tradiciones intelectuales e incluso teológicas de Europa: ciudadanía, estado, sociedad civil, esfera pública, derechos humanos, la distinción entre lo público y lo privado, la idea de sujeto, democracia, etc. Hasta el punto de que los propios historiadores y sociólogos indios, a la hora de analizar las prácticas sociales de las gentes de su país, recurren a conceptos europeos y discuten con autores como Marx, Weber y otros más remotos pero no por ello menos venerados, antes que con autores indostánicos que escribieron en sánscrito, persa o árabe. Mientras los textos de estos últimos son objeto de una investigación histórica, los de sus equivalentes europeos “nunca están lo suficientemente muertos” ni, por tanto, requieren de contextualización histórica. Las historias de la India, de África, de Bolivia, sólo pueden concebirse en la medida en que forman parte de la historia de Europa o están relacionadas con ella. El proyecto de Chakrabarty, como el de otros autores agrupados en los denominados estudios postcoloniales, consiste en repensar el eurocentrismo y específicamente el pensamiento histórico.   

A los europeos nos hace falta realizar la misma tarea. La modernidad política está en crisis, fuera de Europa pero también en Europa. Esto se lleva repitiendo desde hace unas tres décadas. Probablemente nunca haya sido más cierta aquella sensación de que lo viejo no acaba de morir, y lo nuevo no termina de nacer. Tal vez porque la cáscara no nos deja ver cómo está cambiando el contenido.

La actual parálisis institucional europea es un aspecto más de la crisis, pero para referirnos a la misma disponemos de un lenguaje político que ya no sirve para explicar nada, menos aún para proponer algo nuevo. Por ejemplo, dentro de la Unión Europea, más de la mitad de la legislación es producto del complejo sistema legislativo comunitario en el que intervienen principalmente los (ahora) veintisiete estados miembros, y luego también el Parlamento Europeo (en buena parte de los casos en codecisión con el consejo de ministros), la Comisión Europea (que tiene el poder de iniciativa legislativa y de gestión de determinados programas comunitarios), más de quince mil organismos, asociaciones, oenegés, delegaciones de comunidades autónomas, auténticos lobbies que pretenden influir en la agenda política, y que forman redes que se extienden por todo el continente. Y, sin embargo, la crítica a la UE todavía se hace en referencia a una hipotética organización internacional que se impondría a la voluntad de los estados soberanos, presuntos representantes del “pueblo”. Las repetidas invocaciones del llamado “déficit democrático” comunitario se remiten a la clásica estructura de división de poderes estatales que, como sabemos, nunca ha funcionado como la teoría nos pretende vender, y a la representatividad que, como también sabemos, nunca ha sido verdaderamente representativa.

El déficit democrático existe a todos los niveles (ya hemos visto cómo funcionan nuestros ayuntamientos), pero todavía carecemos del lenguaje político que nos permita expresar nuestros deseos de transformación. Si todas las alarmas saltaron ante el fenómeno del islamismo, es porque una generación de europeos, como en el norte de África o en otros lugares, comenzaron a “hablar en musulmán”. Esto es, a articular proyectos políticos, peor aún, de vida, sobre la base, mistificada o no, de tradiciones ajenas al corpus ideológico de la modernidad europea. Siempre ha habido colores en Europa; si algunos empiezan a notarse ahora, políticamente, es porque ya no es posible homogeneizar el discurso, por mucho que se empeñe Benedicto XVI.

En Europa han existido también otras tradiciones, otros lenguajes y otras formas de concebir lo político. Algunos se han preocupado por investigarlas. Negri estudió, en El Poder Constituyente, una corriente alternativa de la Modernidad, materialista, enlazando Maquiavelo, Spinoza, Marx y Lenin. En Francia Michel Onfray, enemistado con el idealismo platónico y el cristianismo, está publicando una Contra-Historia de la Filosofía, donde reivindica las corrientes materialistas, paganas, libertarias, hedonistas del pensamiento europeo, desde Leucipo de Mileto hasta mayo del 68.  Bajando a la calle, otros autores han rescatado historias olvidadas, también por el movimiento obrero, de las luchas por la libertad y de las fugas de la opresión anteriores a la era industrial, en los momentos decisivos de construcción del Estado nacional y de imposición de las relaciones capitalistas.

¿Por qué no retomar estas otras tradiciones, reformular sus palabras y anhelos, para ayudarnos a construir una Europa diferente? Para ello habrá que mirar menos hacia arriba, no nos vaya a dar tortícolis. ¿Qué más da lo que diga Angela Merkel?

Escrito por: Samuel.2007/03/26 11:02:38.942000 GMT+2
Etiquetas: unión-europea islamismo europa modernidad | Permalink | Comentarios (1) | Referencias (0)

Comentarios

hay algunos estudiantes que necesitamos mayor información y muchos mas detalles, por ejemplo necesitamos saber en que consistio la expansion de Europa, cuales son sus limites probocados por la intolerancia feudal, etc

gracias por leer este comentario

Escrito por: Maria.2007/07/25 02:19:56.495000 GMT+2

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