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2013/04/08 09:16:45.759000 GMT+2

Una visión sobre el laberinto afgano

Habría que retrotraerse hasta finales del siglo XIX (1893) para encontrar uno de los factores principales que mantienen viva la conflictividad en Afganistán. Ese año se definió artificialmente la línea que hoy separa Afganistán de Pakistán, pero que entonces señalaba la frontera entre el primer país, independiente aunque bajo protectorado británico, y la India colonial, de la que luego se escindió Pakistán. Se la conoce como "línea Durand", nombre del funcionario británico que ejercía de Secretario de Asuntos Exteriores en la India y que negoció el trazado con el emir afgano.

Por aquella época, las potencias coloniales europeas dibujaban líneas sobre los mapas de los continentes a colonizar, según sus intereses y sin prestar mucha atención a los pueblos que residían en los territorios delimitados. Por eso, la frontera entre los dos Estados citados separó a dos etnias que luego han tenido mucho que ver con la continuada conflictividad de la zona: los pastunes y los baluchis. No fue un error inadvertido: se las consideraba tribus belicosas que convenía dividir para atenuar su peligrosidad.

El jefe de uno de los más importantes grupos insurgentes de la actualidad afgana, Jaluludin Hakani, reconocía que "desde tiempo inmemorial las tribus están establecidas a ambos lados de la línea que divide nuestros pueblos". Por ese motivo, la frontera apenas tiene valor para la población local. El resultado es que, sobre una estructura geopolítica donde las fronteras no son lo que parecen ser, se proyecta un complejo sistema de pueblos aliados y enemigos que un nuevo libro de la editora universitaria de Oxford ("Talibanistan: Negotiating the Borders Between Terror, Politics, and Religion" ) describe con claridad.

En la complicada negociación que se desarrolla con los talibanes para dar una salida al largo conflicto, Thomas Ruttig delinea los bandos enfrentados. Opuestos al talibanismo se hallan el Gobierno y los ejércitos de EE.UU. (que no siempre están de acuerdo entre sí sobre lo que conviene hacer); el Gobierno afgano del presidente Karzai y los dirigentes de su clan, así como sus aliados inmediatos; los caudillos no pastunes y otros jefes locales, enemigos de los talibanes; y, por último, los funcionarios afganos prooccidentales y las principales organizaciones no gubernamentales que actúan en Kabul.

El bando opuesto alinea (es un decir, dadas las discrepancias existentes entre los aliados de los talibanes) al mulá Omar y sus seguidores; la red insurgente creada en torno a los Hakani; el grupo islamista Hizb-e-Islami del caudillo Hekmatyar; los residuos de Al Qaeda en la zona; los talibanes pakistaníes; y los grupos terroristas que en Pakistán se oponen a la India, por el conflicto sobre Cachemira, algunos de los cuales se han rebelado contra su propio Gobierno, mientras otros le permanecen fieles.

El tercer grupo de participantes en este complejo asunto lo constituyen los países con intereses en la región. En primer lugar, Pakistán y sus fuerzas armadas y servicios de inteligencia, desde siempre activos en la zona; luego, los países con intereses inmediatos, como son China, India, Irán y Rusia, que mantienen también una vigilancia atenta sobre el desarrollo de los acontecimientos e intervienen en la dinámica de los grupos enfrentados entre sí.

Por último, y vista la diversidad y peso relativo de las opciones participantes, conviene tener en cuenta que todas ellas desconfían recíprocamente entre sí e incluso de sus propios aliados, y que coinciden en su rechazo a unas negociaciones de paz en las que no tienen seguridad de obtener ventajas. Mientras el presidente Karzai insiste en abrir diálogo con los talibanes, aunque solo sea para debilitarlos dividiéndolos, se opone a la vez a que el Gobierno de EE.UU. haga lo mismo. La mayor parte de los analistas que observan la cuestión coinciden en que los diversos actores están divididos internamente y que cualquiera de ellos puede dar al traste con cualquier negociación de paz en el momento en que lo desee.

En este complejo laberinto, en el que EE.UU. juega un papel determinante, también está España implicada por su participación militar a través de la OTAN. Sin embargo, como otros aliados de nivel secundario, apenas tiene voz en la solución final del conflicto, aunque los riesgos que corren los españoles que allí trabajan no son menores que los de los demás. Los contactos y tejemanejes que se llevan a alto nivel entre los grupos implicados, para abordar el futuro posbélico de Afganistán, son ignorados por la política exterior de España, cuya opinión poco a nada contará respecto a la elaboración de una nueva constitución o el desarrollo de las elecciones del próximo año. Por el contrario, este papel políticamente secundario permite a España retirar sin menoscabo su contingente militar. Esto no lo puede hacer EE.UU. declarando que lo que suceda ahora es "asunto a resolver entre los propios afganos". La situación del país es producto de los numerosos errores incurridos por Washington, cuya responsabilidad por lo sucedido en Afganistán desde 2001 (e incluso antes, durante la ocupación soviética del país) es irrenunciable y conlleva la enorme carga de reparar, en lo posible, los daños causados. Habrá que ver cómo se desempeña Obama ante este problema, ahora sin apremios electorales.

CEIPAZ, 8 de abril de 2013

Escrito por: alberto_piris.2013/04/08 09:16:45.759000 GMT+2
Etiquetas: afganistán eeuu españa | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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