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2017/09/05 00:05:00 GMT+2

Nuestro arraigado radicalismo

Nunca se publicó "La Rambla de las raíces", poema subterráneo sobre aquello que transita bajo la llamada "Rambla de las flores". Seguramente se le pudo ocurrir a algún juntaletras de la contracultura que hubiera fumado aquella Barcelona preolímpica y premediática de los primeros ochenta. Posiblemente rimaba la botánica con la etimología y la línea verde del metro con alguna canción de la Velvet Underground.

A menudo por aquí diversos radicales (políticamente hablando tanto el maestro Javier Ortiz como muchos de sus lectores fuimos y somos radicales sin comillas) hemos comentado que hace ya años la palabra radicalismo se usa como sinónimo de violencia o de exacerbación, mientras que en rigor es justamente al revés. Un pensamiento radical es el que se centra en la raiz de lo que ocurre, en la causa y no en la consecuencia. Quienes creemos que para cambiar las cosas hay que hacerlo radicalmente, pues eso, somos tildados de utópicos, de antisistémicos, de populistas, etcétera, según el viento de moda. Quienes somos tranquilos radicales "de toda la vida" también vemos en los libros de historia partidos que tomaron ese nombre como los de Lerroux o Perón, así que no es de ahora, nos roban ya hace tiempo la palabra que, de entrada, nos define el pensamiento político. También a la Geografía radical hace ya tiempo que, para entendernos mejor, la llamamos Geografía crítica. Posiblemente hay en el fondo la intención de empujar lo radical hacia lo crítico. De alguna manera somos tan o más críticos que radicales. Claro que sobre la palabra 'crisis' también podríamos dar unas cuantas vueltas. Y a lo de ser crítico o complaciente, lo mismo.

Volviendo a (lo de) la Rambla, es tema candente lo de que (ahora ya con la excusa, pues esa es la estratagema del oficialismo) el profesorado señale (y estigmatice) alumnos radicalizados o radicalizables. Se pasaría entonces a exteriorizar las correcciones y evaluaciones de conducta, a listarle los alumnos raros a saber a quién y a saber para qué. Pero si precisamente se trata de hacer que el pensamiento sea crítico para que no sea gregario, entonces habrá que distinguir los radicalismos críticos de los presuntos radicalismos. Que un adolescente deduzca que el neoliberalismo le oprime y que la moralidad hipócrita le aturde no es lo mismo a que un adolescente se entretenga con plusmarcas de sangre virtual ante su tableta. Qué otros indicadores externos se tendrían en cuenta, eso es clave también, pues los estigmas sociales son tan acumulables como difíciles de revertir.

El análisis de toda violencia homicida, si se quisiera realmente prevenir, no debería hacerse en función de su resultado externo, sino buscando dónde se origina y qué canales llevan a esa violencia latente a poder arrollarnos o despedazarnos, como por casualidad y como por lotería, a cualquiera de nosotros o de nuestros próximos. Lo que hay que cauterizar y aislar es la causa de la violencia, y no presuntas maldades predeterminadas. De la misma forma que una docena de adolescentes 'reprogramados' hizo esta masacre con un sello yihadista, otra media docena puede hacerlo con el mismo sello de lo de Columbine y con el sello neonazi uno la lió bien parda en Noruega. Bastó nada y menos para matar de una patada en una discoteca de la costa cuatro días antes de lo de la Rambla. Todo ello puede ser más o menos accidental, más o menos planeado, más o menos monitorizado y más o menos orquestado, pero asesinos potenciales y culto a la violencia y unos tremendos negocios basados en ese culto, los hay, y de todo a raudales. Hay negocio en videojuegos sangrientos, en cine de tiros, bombas y venganzas, en un festival constante de la más cruel e hipnotizante virtualización de la violencia. Hay culto a las armas, a la fuerza bruta y a la sinrazón a cada minuto en el zapping ante el televisor. Y hay toneladas de violencia real, sufrimiento a diario bien lejos de la burbuja de seguridad de nuestro primer mundo, y toda esa violencia es el abono diario de mil y una cizañas. Que eso lo use uno u otro bando de acémilas a su favor es lo de menos, pues lo importante es que la víctima es siempre la tranquila y desarmada ciudadanía, tanto aquí como allá. Creo que lo radical es llamar a las cosas por su nombre, y es hipócrita una sociedad que babea ante todo el morbo de lo violento, que permite traficar con armas y que vende juguetes bélicos y que después de todo pretende que nadie caiga en las consecuencias de ese goteo de culto a la violencia.

En la misma ciudad en que fue fusilado Ferrer i Guàrdia hemos ido arraigando, como en otras ciudades, diversas gentes con pensamientos radicales. De los buenos, que no necesariamente buenistas, digo. Los míos me llevaron a no asistir a las manifestaciones recientes. Los de otros les llevaron a ponerse con pancartas cerca del borbón y su séquito. Tampoco voy a entrar en matizar eso, pues es otro tema. Voy a lo que iba: tanto arraigarse como radicalizarse tienen la misma raiz: y sí, justamente, esa, la raiz. Y no es nada malo echar raíces ni reflexionar sobre las causas de las cosas.

Me gusta escribir sobre las raíces de las palabras y sobre cómo se cambian sus usos. La raiz de la palabra rambla no es latina ni germánica, es árabe, sinónimo de arenal y de riera, aquel lugar por el que de vez en cuando, naturalmente, baja el agua hasta el mar. La vida misma es un poco como una rambla, pues intermitentemente nos sorprende alguna riada de cualquier cosa que no esperábamos, o al menos no en la medida que lo hace.

No hace mucho leí que "las palabras avisan siempre por su reverso".
Me pareció una muy buena frase. Era, y cómo no, de otro radical de los buenos.

Escrito por: pakua.2017/09/05 00:05:00 GMT+2
Etiquetas: ramblas violencia palabras radical radicalismo barcelona miedo cizaña dicotomías sistema pérez-andújar nunca-publicado crisis | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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