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2003/04/23 08:00:00 GMT+2

La caverna

En un ejercicio endógamo-antropofágico, las televisiones se han puesto de acuerdo en robarse las imágenes más llamativas, deslumbrantes, repugnantes e insidiosas; han convenido en tomar las unas de las otras todo aquello que resulte desagradable, sorprendente, insultante o desternillante. Se junta todo en un frasco, se remueve y se sirve en copa bajo un formato colorista, para goce de los adictos. Así, los espectadores más inquietos, aquellos que gustan del zapeo más rudimentario, pueden ver esas impactantes imágenes cinco o seis veces por semana. La mezcla es explosiva. Lo mismo da mostrar al niño iraquí sin brazos, seguido del beso de Tamara con un peluquero, que la reproducción de la rata congoleña en noches de luna llena en años bisiestos, seguida de dos niños mexicanos que bailan en un plató hasta marearse y dar con sus testas en el suelo. Se puede presenciar el último error de un presentador del telediario, o el gallinero de turno de cualquier seudo debate del paleolítico televisivo. Sí, uno se queda de piedra.

Este regusto por la reiteración es tan conformista como rentable. El programa cuesta dos duros -me niego a decir seis céntimos de euro-, y está hecho de retales de infamia, insultos, tirones de pelo, eructos, gansadas, Dinios, Pocholos, bidés, Yolas y chascarrillos. Imágenes morbosas sazonan este revuelto de calamidades ajenas y propias deparando un guiso que es devorado por los aduladores de esta prole convertida ya en secta religiosa. Los teleadictos aceleran el proceso de destrucción de sus neuronas. Las envían al frente, a primera línea de combate. No podrán decir que ellos no enviaron sus naves (neuronas) a luchar contra los elementos. El Réquiem propone una sintonía acorde para despedir a todas las que murieron en el combate a manos de los programadores, de los anuncios de perfumes, de las series indefinibles, de los telefilmes irreales basados en hechos reales...

Estas moviolas del esperpento diario redundan en la desesperación de quienes aún confían en encontrar en el televisor historias formativas o educativas, tramas inteligentes, guiones verosímiles, interpretaciones decentes, debates sugerentes, historias creíbles. Lo que se constata es que el morbo nos devuelve a la caverna. Y no precisamente a la del mito platónico, sino a Atapuerca. ¡Y pensar que somos el Homo sapiens!

Escrito por: Marat.2003/04/23 08:00:00 GMT+2
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