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2002/10/09 08:00:00 GMT+2

El triunfo de los perdedores

No hay quirófano por medio, pero estamos ante una operación. Son pocos los que ganan y muchos los que pierden, pero aun así se habla de triunfo. O. T. es un programa alimentado en esta segunda edición por el calor de los hacedores de dinero. Productores, promotores y rapaces de las casas discográficas se frotan las manos emitiendo tanta energía, que Bush podría pensar que en la Academia están desarrollando armas de destrucción masiva. La realidad es otra: O. T. es un concurso de puertas afuera y una enorme máquina de hacer dinero de puertas adentro. ¿O es al revés? Sea como sea, la música es la excusa, los ilusionados aspirantes a cantarines constituyen únicamente los medios que utilizan los ventrílocuos para engatusar a una audiencia disciplinada que obedece a los anunciantes, compra los discos que "hay que comprar", ve los programas que "hay que ver" y habla día tras día de lo que "hay que hablar".

Desde hace algunos meses, los hilos musicales de las tiendas de cualquier rincón de España despiden un tufillo a Operación Triunfo que está dejando en pañales el poder de convicción de las mofetas. La primera edición de esta operación mercadotécnica se saldó con muchos millones de discos vendidos y cientos de conciertos organizados en capitales y aldeas de la España más profunda. Galas preparadas a toda leche, antes de que los jóvenes filones perdieran la energía o la voz. La receta resulta sencilla: chicos humildes dispuestos a hacer lo que les manden; preparados para cambiar su imagen, su corte de pelo, sus gestos; listos para instalarse en la montaña rusa de las apariencias y los engaños estéticos; convencidos de la necesidad de vivir una temporada en las máquinas de rayos uva y en las salas de maquillaje. Y finalmente, un disco, su culto al ser divino en forma de CD. Después, a especializarse en el ejercicio del playback.

Los cástings de Operación Triunfo movilizan a miles de reservistas de la esperanza, a miles de jóvenes que desean abandonar sus tediosos puestos de trabajo y recibir el bautismo de fuego en los escenarios de los programas de José Luis Moreno, un San Juan Bautista con varias voces y un carácter mucho más pragmático, convertido además ya en su propio Rockefeller. Lo cierto es que debe haber muy pocas experiencias comparables a coronar el Everest o compartir escenario con Juanito Borromeo y Manolito Royo -ambos fijos en el cartel del Moreno-; ambas proezas son paradigmas de la capacidad de sacrificio del ser humano. También se requiere una cierta destreza para superar las pruebas de selección del programa (de éste y de todos los espacios unidos en parentesco, como por ejemplo, Pop Stars, emitido por Telecinco) aunque a la hora de la verdad los gordos y los feos lo llevan crudo, no tiene posibilidades. Eso sí, siempre cuelan a uno para disimular, y el año pasado el desfile por el laberinto de espejos les salió caro porque el público se encariñó con Rosa, una joven "rellenita granaína" que tenía un torrente en la voz, que se han encargado de secar rápidamente este verano. Rosa perdió 20 kilos en un tiempo récord para adaptarse a las necesidades del guión. Varias horas de entrenamiento físico al día y la recomendación de una dieta baja en calorías convirtieron a la robusta andaluza en una cantante más apropiada desde el punto de vista estético oficial. Resulta curioso comprobar cómo se les exige a los concursantes saber bailar para entrar en la Academia, como si Sinatra, Streisand, Springsteen, Bono o Julio Iglesias se hubieran hecho famosos con El Lago de los Cisnes. Vamos, que a Bertín Osborne y a Perales los hubieran echado a gorrazos del cásting. ¿También les hubieran pedido lo mismo a Stevie Wonder y José Feliciano? Allá ellos, que escojan, seleccionen, promocionen y vendan a quienes ellos mismos quieran, pero que no eleven sus diatribas a la categoría de discurso moral, que no cuela.

Se suele decir, fundamentalmente para evitar una reflexión mayor, que el Público siempre tiene razón. Bueno, pues niego la mayor. Primero, debería definirse a qué se refieren cuando apelan al Público, qué demonios es eso del Público. Después, sería necesario valorar y analizar si tal Público es una masa homogénea con una única voz. Si hay más de una, ¿habrá que hacer caso entonces a aquéllos que más se hacen oír? Y hablando de público y razones, a este viejo aficionado a los baños le gustaría saber el motivo por el que los espectadores que acuden al plató de Operación Triunfo han tomado como una obligación, como dogma o como costumbre incuestionable ese ejercicio consistente en corear los nombres del presentador del programa (Caaaaaaaaaaaarlooooooooooooooss, Caaaaaaaaarrloooooooooooooos); de la directora de las Academia (Niiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Niiiiiiiiiiiiiiiiiinaaaaaaaaaaaaaaa); de los miembros del jurado (Taaaabaaresssssssssss, Taaaabaaaaaareeesssss); y hasta de la azafata que lleva el sobre con los nombres de los expulsados (Mooooooooooonicccccccaaaaaaaaaaaaa, Mooooooooooniiiiiiicaaaaaaaaa). ¿Para cuándo esa solidaridad con el regidor y los ayudantes de Producción? ¿Cuándo se terminará con el anonimato del guarda jurado y de la señora del guardarropas? ¿Acaso no tienen derecho éstos a su minuto de gloria en esta caja rematada y perdidamente tonta? No acierto a comprender, metafísica al margen, ese éxtasis colectivo, esa adoración gratuita y bondadosa por los becerros de oro sin quilates, ese ronroneo incesante, esas salvas interminables de aplausos, esos festejos, esas orgías, ese jolgorio... No lo consigo.

Los máximos responsables de la producción del programa son dos ex miembros del gran grupo La Trinca, autores de las más bellas canciones que jamás se hayan escrito en el siglo XX. Este hecho puede ayudar, y mucho, a la tarea educadora de los profesores de la Academia. Atiborrados a ideas y billetes, vestidos de dinero y rodeados por una fortuna que no cesa de crecer días tras días, los catalanes de La Trinca podrán comentar con los estudiantes muchos aspectos filosóficos y musicales acerca de aquella canción, convertida en gran éxito en España, que versaba sobre el bidé - ya ven que no fueron de culo-. Parece claro que el utensilio de procedencia gala tiene una utilidad conocida por todos. Quizá lo que no vendría mal sería encontrar otro espacio en el que lavar las conciencias sin que a uno se le bajase la sangre a la cabeza. Yo llevo más de 200 años en remojo y aún no lo he logrado; me harían un gran favor. Los de La Trinca han trincado un tesoro que ni Stevenson hubiera podido imaginar. El ron ha sido sustituido por gaseosa, y los piratas ya no llevan parche en esta cultura audiovisual que uniformiza las conciencias. Todo es fruto de la imaginación, de la inventiva de los hombres de negocio que piensan en nuevas fórmulas para seguir llenando sus bolsillos. Ésa es la verdadera operación triunfo. Los perdedores seguirán coreando nombres mientras los focos que les iluminan se alimentan del calor generado por unas manos que se frotan. Por cierto, ¿no hay nadie dispuesto a canonizar a un crítico de televisión? Milagros no hacemos, pero alertamos de los peligros aun a costa de nuestra salud. ¿Acaso no es esto salvar almas?

Escrito por: Marat.2002/10/09 08:00:00 GMT+2
Etiquetas: la_trinca operación_triunfo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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