Diario de un resentido social

Semana del 22 al 28 de octubre de 2001

«Cocidito madrileño»

Hay un espacio matinal los sábados en Radio Euskadi –las lectoras y lectores vascos de este Diario no necesitan que se lo cuente, porque lo saben de sobra, pero el resto probablemente sí– que está teniendo un éxito rutilante. Se llama Cocidito madrileño y responde a una fórmula singular: durante una hora, hace una antología de los momentos estelares de las tertulias que se han realizado en las cadenas radiofónicas con sede en Madrid a lo largo de toda la semana anterior. El presentador, Javier Vizcaíno, apenas apostilla nada. Se limita a situar a la audiencia, precisando el día, la emisora y el autor del pasaje pinchado, y deja que lo dicho y oído se comente por sí mismo.

Puede sorprender a las personas de fuera de Euskadi no ya sólo que exista un programa de estas características, sino también, y sobre todo, que se trate de un espacio de humor. De un humor involuntario –sus protagonistas hablan totalmente en serio, e incluso enfadadísimos–, pero irresistible. ¿En qué consiste la gracia? En la acumulación de despropósitos. Sabemos bien, desde Bergson, que la repetición es uno de los más eficaces mecanismos productores de la risa. Vemos a una persona que llama a la puerta de una casa y pregunta por alguien que no vive allí. Eso no tiene nada de cómico. Pero si en el plazo de una hora vuelve cinco veces y las cinco vuelve a preguntar por la misma persona ante la desesperación de quien le abre la puerta, acabamos por soltar la carcajada. Cada una de las afirmaciones apocalípticas reproducidas en Cocidito madrileño, tomadas de manera aislada, lo más probable es que produjera cualquier reacción menos la risa. Todas juntas, una tras otra, adquieren un potencial humorístico enorme.

Ayer escuché el Cocidito madrileño mientras regresaba en coche de San Sebastián a Madrid. Lo pillé casi al final. Vizcaíno estaba presentando un florilegio de afirmaciones sobre el obispo emérito de San Sebastián, monseñor Setién. Un contertulio lo llamaba, alternativamente, «el mula Setién» y «Osama bin Setién». Otro, menos sutil, lo calificaba directamente de «terrorista». Un tercero tenía una propuesta para la Iglesia católica, que formulaba a grandes voces: «¡Que le quiten el anillo! ¡Que le quiten el anillo!». Por desgracia, como estaba conduciendo, no pude tomar nota de todo. Las tres afirmaciones que he citado son las que se me quedaron más grabadas. Por supuesto que todos ellos daban por sobreentendido que, cuando Setién dijo en Baleares que todos los terrorismos no son iguales, lo que quería decir es que hay terrorismos justificables. A ninguno parecía importarle gran cosa que Setién no hubiera dicho eso ni por el forro. Nadie se creyó en el deber de respaldar sus invectivas con alguna prueba documental (lo hubiera tenido crudo).

Supongo que un espacio como Cocidito madrileño no tendría posibilidades fuera de Euskadi. Porque, para apreciar la gracia de esa acumulación de despropósitos, hace falta darse cuenta de que son despropósitos. Para lo cual se requiere conocer mínimamente la realidad de la que hablan los desbarradores seleccionados. Si uno no sabe, por ejemplo, cómo es realmente Setién –un nacionalista que aborrece el terrorismo de ETA–, no puede apreciar realmente todo el disparate que encierran las afirmaciones antes citadas.

Por eso el Cocidito madrileño me hace una gracia limitada. Pienso en los cientos de miles, en los millones de españoles que no están en condiciones de tomarse todo eso a coña, porque no saben que les están contando cuentos. Intoxicándolos.

Tampoco me hace demasiada gracia que el programa se titule Cocidito madrileño. Porque casi ninguno de los príncipes del disparate que circulan por él son madrileños. Incluso hay una cierta porción de vascos. Porque, para no ver serenamente la realidad circundante, no es imprescindible estar lejos. Las anteojeras también resultan muy eficaces.

 

 

 (28-X-2001)

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Treviño como ejemplo

De viaje por mi tierra donostiarra –¡qué delicia de tiempo!–, escucho en la radio un debate sobre Treviño y su situación actual.

Daré algunos datos para quien no esté informado del asunto.

El Condado de Treviño es un pequeño enclave compuesto de dos municipios –unos mil habitantes, en total– que está metido en el corazón de Álava, pero que, por complicadas razones históricas, forma parte, administrativamente hablando, de la provincia de Burgos y, por ende, de la Comunidad de Castilla y León. Los habitantes de Treviño, en su aplastante mayoría, quieren integrarse en Álava. ¿Por qué? Porque viven en Álava, porque la educación de sus hijos se realiza en Álava –en Vitoria, la de casi todos ellos–, porque su mini-red de transportes –aunque hecha unos zorros, porque la Diputación de Burgos no le presta atención– está integrada en Álava, porque sus recursos sanitarios dependen de Álava... y porque ellos son, en la práctica, sociológicamente hablando, tan alaveses como el que más. De hecho, Treviño recibe más apoyo asistencial del Gobierno Vasco y de la Diputación de Álava que del Gobierno de Castilla y León y de la Diputación de Burgos. Sin contraprestación alguna.

Hace años que los habitantes de Treviño han reclamado que, como diría Adolfo Suárez, «lo que es normal a nivel de calle sea normal a nivel legal». Pero nadie les hace caso. El Gobierno castellano-leonés y las diputaciones burgalesa y alavesa –las tres instituciones con el PP a su frente– no quieren saber nada del asunto y, pese a que una resolución de la Ponencia de Enclaves del Senado instó a todas las partes implicadas a ponerse de acuerdo para dar solución al problema, se niegan a avanzar ni un paso por el único camino sensato y viable. El Ejecutivo de Valladolid se refugia en un informe técnico, encargado por él mismo, que asegura que los ciudadanos de Treviño no tienen más relación con Álava que la que se produce «por ósmosis». O sea, que si no fueran de Treviño, que está en Álava, y hubieran nacido en Aranda de Duero, no tendrían mayor relación con Álava. Irrefutable.

La geografía española está salpicada de municipios que han pasado de un estatuto administrativo a otro por mera razón de sentido común. Yo he conocido varios: en Huelva, en Lugo, en Alicante, en Madrid... Seguro que hay muchos más. Se trata, en todos los casos que recuerdo, de territorios que tuvieron una determinada vinculación histórica con otros, pero a los que el tiempo llevó por vías propias y que, por razones de puro espíritu práctico, acabaron reclamando un cambio en su catalogación territorial, que finalmente –no siempre sin ciertas resistencias– les fue concedido.

El caso de Treviño es tan de cajón como el que más. O más.

¿Quieren ustedes saber por qué las instituciones gobernadas por el PP no quieren darle solución? Dicho por un responsable castellano-leonés: «No queremos regalárselo al nacionalismo vasco». ¿Pero qué regalárselo ni qué...? ¡Se trata de facilitar la vida a una gente que incluso está teniendo que abastecerse de agua con camiones cisterna, por culpa de este absurdo!

Y luego el PP acusa a Ibarretxe de estar «fuera de la realidad». Su fanatismo anti-nacionalista, a cambio, debe parecerle de un realismo total.

 

 (27-X-2001)

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El huevo y el fuero

Tal se diría que esté prohibido hacer declaraciones sobre las novedades que se han producido en el proceso de paz en Irlanda que no contengan dos elementos: 1º) Hay que dejar claro que Irlanda y Euskadi son muy diferentes; y 2º) Hay que decir que el IRA y el Sinn Fein están dispuestos a conformarse con un grado de autonomía muy inferior al que ya tiene Euskadi.

El primer punto es tedioso, de puro obvio. Nadie ha pretendido que las realidades de Irlanda y Euskadi se parezcan. Lo que algunos han –hemos– dicho es, sencillamente, que cabe extraer ciertas enseñanzas del proceso de paz irlandés de cara a la pacificación de Euskadi. La principal lección de lo que está sucediendo en Irlanda la he expresado más de una vez de forma (creo) bastante clara: para que dos se entiendan, lo primero que se requiere es que quieran entenderse. De modo que, cuando algunos dicen: «Es pena que en Euskadi no haya un Gerry Adams», sólo me cabe responder: «Sí, y es pena que en Madrid no mande un Tony Blair». Aunque, en mi criterio, las personalidades sólo emergen cuando las necesidades sociales las demandan.

El segundo punto tiene más intríngulis. ¿Están realmente el Sinn Fein y el IRA dispuestos a conformarse con un grado de autonomía menor que el ya existente en Euskadi? Si de lo que se habla es del número de competencias que Londres se muestra dispuesto a transferir al futuro gobierno de Irlanda del Norte, no parece que quepa la menor duda: el Ejecutivo de Vitoria tiene, en efecto, muchas más. Pero el célebre acuerdo de Viernes Santo, desencadenante de la dinámica de paz en Irlanda, incluye un punto clave que no está ni en la Constitución Española ni en el Estatuto de Autonomía de Euskadi: el reconocimiento de que el futuro de esa población deberá finalmente ser decidido por ella misma. ¿Que es un reconocimiento que se remite a no se sabe muy bien qué calendas? Cierto. ¿Que esa remisión lo vuelve en buena medida retórico? Verdad. Pero está ahí. Y pesa. Tiene un valor simbólico y sentimental que es decisivo para los republicanos irlandeses.

Quienes se empeñan en comparar las atribuciones estatutarias del Gobierno Vasco con el plan de autonomía de Irlanda del Norte no se dan cuenta –o no quieren darse cuenta– de que están hablando sin parar del huevo, cuando las demandas nacionalistas versan sobre el fuero. Cantaba Cuco Sánchez en una ranchera: «Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión». La polémica no es sobre la libertad de movimientos dentro del habitáculo, sino sobre la posibilidad o imposibilidad de salir de él.

Hay quien cree que sólo reclama el derecho de autodeterminación quien quiere separarse. Es falso. Uno puede ser partidario de que exista el derecho al divorcio y no tener la menor intención de divorciarse, por lo menos de momento.

¿Cree usted que es lo mismo aceptar vivir en pareja que ser condenado a vivir en pareja? Yo no. En absoluto.

 

 (26-X-2001)

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Fox y Aznar

Durante su reciente visita a España, el presidente de los Estados Unidos de México, Vicente Fox, denunció que su Gobierno había recibido presiones del PNV para que no concediera la extradición de Lázaro Galarza, a quien la Audiencia Nacional española acusa de pertenecer a ETA. La denuncia de Fox fue acogida sin reserva alguna por José María Aznar, que se lanzó rápidamente a sacar conclusiones políticas bastante poco halagüeñas –francamente deshonrantes, más bien– para el PNV.

El Partido Nacionalista Vasco emitió de inmediato un rotundo mentís y exigió al Gobierno de México que probara la acusación de su presidente.

Pues bien, ayer, el responsable del Instituto Nacional de Migración mexicano, un tal Felipe Jesús Preciado, convocó a los medios de comunicación para presentar las supuestas pruebas que respaldarían la afirmación de Fox. El político ultramarino exhibió unas cuantas cartas de petición de no extradición rubricadas por varios ayuntamientos navarros... regidos por Batasuna. Ningún concejo con alcalde del PNV (cosa por otra parte esperable, entre otras cosas porque el PNV apenas cuenta con organización en Navarra, donde se quedó con lo puesto ya hace años tras la escisión de EA).

Si el mentado señor Aznar López se atuviera a las normas de uso obligado en un Estado de Derecho, aprovecharía la primera conferencia de Prensa oficial que celebre para presentar de manera oficial sus excusas al PNV, retirando todas las descalificaciones que formuló apoyándose en la imputación de Fox. ¿Apuesta alguien conmigo a que no lo hará? Como no lo harán los medios de comunicación que glosaron aquella acusación con toda suerte de anatemas editoriales y que hoy se limitan a dar cuenta del patinazo de Fox y Aznar –sin calificarlo de tal, por supuesto– en perdidos sueltos de páginas interiores.

La legislación española sobre rectificación explicita que ésta debe realizarse en condiciones equivalentes a aquéllas en las que se efectuó la imputación sin fundamento. Cosa lógica, para que la reparación sea proporcional al daño causado. Pues que si quieres arroz, Catalina.

Pero quizá lo más preocupante de este incidente no sea lo que indica sobre la malevolencia del jefe del Gobierno español y sus acólitos periodísticos, sino lo que pone de relieve sobre la apabullante frivolidad de sus métodos de trabajo. El uno y los otros se tiraron a la piscina de cabeza sin tomarse el trabajo previo de comprobar si había agua. Le oyeron contar la historieta a Fox –que no debe de saber ni  dónde pilla Navarra– y la dieron por buena, sin más, renunciando a pedirle pruebas que la refrendaran.

Los periodistas de la vieja escuela tenemos por norma desconfiar de los cuentos con los que nos vienen, especialmente cuando se trata de cuentos que coinciden con nuestros deseos. Es aquello de «demasiado bueno para ser verdad». De ahí la norma, que figura en todos los Libros de Estilo, de comprobar las imputaciones en dos fuentes diferentes antes de asumirlas como propias. Y, si no se pueden comprobar, o no se publican o se publican con atribución de fuente: «Según Fulano, tal... De ser cierto lo afirmado por Mengano, cual».

Esto, que debería seguir valiendo para los periodistas, habría de ser doblemente obligatorio para los altos responsables políticos. Pero ya veis. La deontología no está de moda. Ni en la política ni en la Prensa.

 

 (25-X-2001)

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El desarme del IRA

La noticia es buena, y esperanzadora: el IRA ha anunciado el comienzo de la destrucción de su arsenal. Así lo han confirmado los miembros de la Comisión Internacional de Desarme, que han reconocido que las cantidades ya inutilizadas «son sustanciosas».

Se trata de un gesto destinado a mostrar la firme voluntad del IRA de permitir al Sinn Fein que lleve adelante y concluya el proceso de pacificación de Irlanda. Y es también un modo de desbloquear las conversaciones de paz, paralizadas por la exigencia de desarme planteada por los grupos unionistas, pese a que ese punto no figuraba en los acuerdos de Viernes Santo que, por otra parte, el IRA no firmó..
        Lo que este gesto no significa –en contra de lo que están afirmando bastantes comentaristas– es la renuncia definitiva del IRA a las armas. Primero, porque nadie podrá certificar que han sido destruidos todos los arsenales de la organización (doy por descontado que se reservarán algunas armas y explosivos). Y segundo, porque lo que el IRA no va a hacer es destruir sus reservas de dinero, y tiene el suficiente conocimiento del mercado negro mundial de armas como para reconstruir su arsenal en cuanto lo desee.
        Estamos, en consecuencia, ante un gesto políticamente muy importante, y de gran contenido simbólico, pero no definitivo. Por lo demás, es lógico que así sea,  porque si el IRA desapareciera, ¿con que bazas negociaría el Sinn Fein? Toda negociación implica un do ut des, un «te doy para que me des». Lo que lleva implícito un «si yo te doy y tú no me das, te retiro lo que te había dado».
        Otro punto sobre el que conviene no engañarse en relación a este nuevo impulso del proceso de paz irlandés: sus posibilidades de servir como ejemplo para Euskadi.
        Se suelen subrayar siempre las diferencias que hay entre el binomio Sinn Fein-IRA y su teórico equivalente vasco, Batasuna-ETA. Esas diferencias existen. La principal es, como se sabe, que en Irlanda la voz cantante la llevan los políticos –lo sucedido ayer lo confirma una vez más–, en tanto que en Euskadi es la organización militar la que manda. Yo añadiría que otra diferencia clave, derivada de la anterior, es que en Euskadi las condiciones materiales para la maduración política de quienes tienen cogida por el mango la sartén del movimiento son muy malas: cada dos por tres cambia el equipo dirigente; cada dos por tres se hace con el mando gente nueva, sin apenas experiencia política.
        Pero no es ésa la única diferencia clave que hay entre el proceso irlandés y el magma vasco. Otra, no menor, es que al frente del Estado británico hay dirigentes dispuestos a buscar la paz por la vía de la negociación entre las fuerzas políticas de uno y otro signo, en tanto los gobernantes españoles cifran sus esperanzas en el enfrentamiento no ya con la organización armada, sino con el conjunto de las fuerzas nacionalistas vascas, incluidas las que no han practicado jamás el terrorismo (cosa que no puede decirse del Estado español).
        Siente uno la tentación de decir que por esa vía no se va a ningún lado, pero es falso, porque siempre se va a algún lado: lo que se estanca se pudre.

 

 (24-X-2001)

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Iguales y desiguales

El obispo emérito de San Sebastián, José María Setién, declaró anteayer en Mallorca que todos los terrrorismos no son iguales, y ya le han montado el pollo. Sospecho que, si Setién dijera un buen día a las 12:00 en punto que es mediodía, alguien se las arreglaría para reprocharle alguna siniestra complicidad.

La pasada semana, la Administración de George W. Bush hizo público un inventario mundial de las organizaciones a las que considera terroristas. Pues bien, en esa relación no estaba el IRA. Figuraba el IRA llamado auténtico, escindido del IRA, pero no el IRA de siempre, brazo armado del Sinn Fein. Esperé la airada reacción del Gobierno español, pero no se produjo. Al contrario: acogió la lista con mucho alborozo, porque ETA sí aparecía. Pero no se mostró molesto por la ausencia del IRA. Qué cosas.

También la semana pasada, varios ministros del Ejecutivo de Aznar declararon, a propósito del peligro de guerra bacteriológica, que aquí no corremos riesgos, porque «España no es objetivo prioritario del terrorismo» (sic). Una afirmación así sólo es entendible si se diferencia claramente el terrorismo llamado –mal llamado– islámico del de ETA.

Vaya, vaya: así que no parece que Setién sea el único que cree que no todos los terrorismos son iguales.

Lo que el obispo dimisionario afirmó es que no puede encararse del mismo modo un terrorismo exógeno, que ataca desde el exterior, que un terrorismo endógeno, que surge en el seno del propio país que lo padece y que cuenta con un cierto respaldo social. En este último caso, según él, la sociedad atacada no debe limitarse a combatir el fenómeno; ha de indagar en las raíces del mal.

Bueno, pues no me parece una proposición tan disparatada.

Hay quien cree que sostener que todos los terrorismos son iguales representa una prueba de firmeza y buen sentido, y que señalar las diferencias que los distinguen equivale a mostrarse vacilante y débil. Ignoro por qué.

La cicuta y el arsénico pueden resultar igual de venenosos, pero son diferentes. La una es una planta; el otro, un compuesto químico. Que yo señale esa diferencia no quiere decir que muestre predilección alguna, pueden creerme. Lo mismo podría decir del sida y el cáncer de próstata: como hipotético paciente, ambos me producen idéntico pánico. Pero aspiro a que los médicos encargados de mi salud sepan distinguirlos. Y que se muestren capaces de analizarlos en su especificidad.

Yo no me pondría en manos de un médico que se empeñara en que son lo mismo.

 

 (23-X-2001)

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Siempre Galicia

Lo fácil sería echar la culpa de la cuarta victoria electoral de Fraga por mayoría absoluta a los dos partidos de la oposición: BNG y PSdeG.

Y no seré yo quien diga que no se merecen un chorreo. En particular el Bloque. La coalición dirigida por Beiras ha perdido 54.000 votos, que probablemente han ido a parar a la abstención, superior en más de un 2% a la de hace cuatro años. Eso demuestra que su actividad política durante la última legislatura no ha acertado a atraer a casi nadie. Y su campaña electoral tampoco, aunque eso sea, en mi criterio, secundario: una formación de izquierda no puede cifrar sus esperanzas en la estética de las vallas publicitarias y la contundencia de los gritos mitineros.

En todo caso, quien ha dado el 50,8% de los votos a Fraga no ha sido Beiras. Han sido los votantes gallegos.

Ya sé que es muy impopular –por definición– culpar al pueblo. Pero el hecho es que el pueblo gallego cuenta con casi un 40% de abstencionistas recalcitrantes y más de un 30% que, perfectamente conocedores de cómo es Fraga –son ya demasiados años bajo su férula–, lo respaldan. Y eso es muy grave, porque no estamos hablando de un mal gobernante, ni de un político de dudosas convicciones democráticas, sino de un tipejo de firmes convicciones antidemocráticas, de un tardofranquista neofascista con todas las de la ley.

No trato de ponerme en plan Hegel, clamando que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. No veo qué interés puede tener reprocharle al pueblo gallego el sentido de su voto. Llamo la atención, eso sí, sobre la necesidad de encontrar explicaciones para lo que está pasando en Galicia. Porque –tal vez por culpa de la distancia– el hecho es que no me lo explico.

 

 (22-X-2001)

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