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1990/01/03 07:00:00 GMT+1

¿Y de quién es la culpa?

Una investigación sociológica, realizada bajo la supervisión del profesor Montero-Llerandi, de la Universidad Complutense de Madrid, demostró hace tres años que existe una relación directa y estable entre el índice anual de incremento del parque automovilístico y el aumento en la tasa de víctimas mortales del tráfico rodado. Dicho de otro modo: establecida la cifra de vehículos existentes, es posible predecir con escaso margen de error cuántos muertos producirá el asfalto a lo largo del año. Queda al azar tan sólo determinar los nombres y apellidos que habrán de inscribirse en las lápidas. Se habla a menudo de la importancia que tiene aumentar el grado de consciencia de los conductores, acusados una y otra vez por la Administración de ser los únicos responsables del desastre. Pero allí donde impera la fría ley matemática carece de sentido escudarse en la aleatoriedad del «fallo humano». Un sistema cuyo funcionamiento no prevé la eventualidad del fallo humano es, por definición, un mal sistema. Es como si la sociedad dotara a la ciudadanía de armas de guerra y se escandalizara luego porque tales o cuales personas cometieran el error de recurrir a esas armas para dirimir sus querellas.

La culpabilidad última no puede buscarse del lado de los usuarios. El error humano existe, por supuesto, pero la eventualidad del yerro es parte constitutiva de la naturaleza humana, y ni la más sensata campaña publicitaria evitará que siga existiendo.

Las notorias deficiencias del transporte público empujan a la ciudadanía a recurrir a los medios individuales de desplazamiento. Pero, al margen de problemas técnicos de infraestructura, el automóvil -auténtico tótem de nuestro tiempo- es hoy en día mucho más que un medio para desplazarse. Nuestra sociedad ha convertido la potencia, la velocidad y el lujo del vehículo en otros tantos signos definitorios de quien lo conduce: tal coche tienes, tanto vales.

Proponer modelos sociales de competitividad y agresividad, y escandalizarse a continuación por sus adherencias aberrantes no pasa de ser, en último término, sino una muestra de perfecta hipocresía colectiva.

Javier Ortiz. El Mundo (3 de enero de 1990). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de enero de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1990/01/03 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: 1990 el_mundo tráfico | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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