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2000/05/06 07:00:00 GMT+2

Todos contra la realidad

Los portavoces de las centrales sindicales que llaman mayoritarias -un eufemismo que se utiliza en el gremio periodístico para no decir crudamente «menos minoritarias»- admiten que en el mes de abril ha bajado el paro. Pero no han tardado ni un minuto en explicar por qué: se trata de un fenómeno estacional.

No diría yo que no lo sea, y hasta estoy seguro de que cabría explayarse no poco sobre la naturaleza del empleo creado (en particular del que llaman fijo: alguna vez escribiré sobre cómo, desde que el empleo fijo ya no es fijo, se crea mucho más empleo fijo).

Pero lo que me llama la atención de la apostilla sindical sobre lo estacional del nuevo empleo es lo estacional del propio argumento: nunca recurren a él cuando es el paro el que crece.

Intuyo que obran así porque piensan que ellos están para buscarle las cosquillas al Gobierno, no para salvarle la cara. Y es una explicación, pero no me convence, por más que el Gobierno haga lo mismo, solo que al revés.

El sectarismo es una enfermedad contagiosa que tiene, entre otros efectos, el que sus pacientes se creen en el deber de deformar la realidad.

Es como lo que pasaba antes con las manifestaciones de masas, cuando había manifestaciones de masas. Ningún convocante calculaba el número de asistentes a su manifestación contando la cantidad de gente que realmente había asistido a ella, sino por comparación con otras manifestaciones. «Si los de Tal dijeron que a su manifestación del martes fueron 10.000 personas, nosotros tenemos que decir por lo menos 15.000, porque en la nuestra ha habido más», se decían los de Cual. Solo que a la de Cual habían ido 3.000, y a la de Tal, 2.500. Fue tal el efecto emulatorio de la cosa, que se llegó a efectos surrealistas: hubo una manifestación, a la que de hecho no acudieron ni 100.000 personas, a la que los convocantes dijeron que había asistido... ¡un millón!

Todo el mundo sabía que era mentira -empezando por ellos-, pero nadie objetaba nada.

Son convenciones sectarias que integramos en la normalidad.

Recientemente, un periodista que ha acompañado a familiares de presos de ETA en su recorrido por unas y otras cárceles me contaba que él ya se ha acostumbrado a preguntarles: «Y al suyo, ¿de qué lo acusaron?». Nada de «qué hizo»: se sobreentiende que ninguno hizo nada. De creerles, habría que suponer que los jueces de la Audiencia Nacional están tan obsesionados en condenar inocentes como la Policía en dejar en libertad a los verdaderos autores de los atentados.

De lo que deduzco que el sectarismo trasciende ideologías y clases sociales. Cuando se trata de dar la espalda a la realidad, casi todo el mundo está de acuerdo.

Javier Ortiz. El Mundo (6 de mayo de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de abril de 2013.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2000/05/06 07:00:00 GMT+2
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