Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

1991/10/02 07:00:00 GMT+2

Theodorakis llevó Medea a Bilbao

Estaba previsto mucho. Demasiado. Debían acudir personalidades a tenor del acontecimiento: madame Danielle Mitterrand, el ministro francés de Cultura, monsieur Semprún... O sea: la tira.

Al final, como suele ocurrir, se presentaron los que quisieron. Pocos, y todos locales.

Era el estreno mundial de una ópera, compuesta por todo un ministro. Se suponía que debía atraer a la flor y nata europea. Mediterránea, al menos. Pero los compromisos oficiales son muchos. Y Bilbao, por lo que se ve, demasiado poco.

–A esta individua le aplican la Ley de Extranjería y adiós ópera –dice alguien al que no logro ver en el barullo del entreacto.

Punto de vista algo arrastrado, pero científico a más no poder. Porque de eso va la historia.

Medea es, en efecto, una extranjera. Bruja, como todas las extranjeras. Con dos hijos a cuestas. Traída por Jasón, tal vez con ayuda de los Argonautas, desde un país atrasado –¿no fue Jasón el que anduvo por Georgia, junto al monte Ararat?– hasta la civilizadísima Grecia, dispuesta a exigir amor –de madre, de esposa–, a disputar por él.

Hay dos focos poderosos que apuntan al escenario, lleno de colores cálidos, sobre el que deambula un coro bellísimo, empeñado en cantar en griego con acento del Nervión. Hace calor. Los abanicos agitan las luces azules que se desprenden, lánguidas, del escenario.

–Algunos críticos han estado estudiando la partitura. Dicen que parece compuesta por un chaval de catorce años. No me pidan que les dé un punto de vista técnico. Yo sólo sé que crecí con la música fantástica de Theodorakis pegada a la piel, transformada en memoria (¿sabían ustedes que fue él quien compuso aquella Luna de miel que nos contagiaron Lasso y Garci?).

Sólo sé que fue ese mismo Theodorakis el que me encantó, mano a mano con los Calchakis, dejando resbalar Libertadores por las notas dulces de una quena súbitamente uruguaya. Theodorakis el de Z, el de Zorba, el del Canto General, el que entonó con Maria Farandouri y una voz cascada Nuestros primeros muertos...

–Deberíais haber oído esa maravilla, antes de poneros crueles con él –les digo a los críticos crueles. Y trato de explicar que lo de menos es la ópera.

Cierro los ojos y me imagino a Lena Platanós, esa voz de cristal tantas veces prestada al rival, Manos Hajdidakis –qué otro pedazo de compositor–, cantando sin Katerina Ikonómu este drama. Nos hubiera bastado con un piano, un buzuki y un par de guitarras. Para qué más.

Pero aquí Mikis Theodorakis ha preferido, rebajarse desde la música popular hasta el gran espectáculo. Es un reto. Una mezcla de saber hacer, griego y vasco. Una ensalada fantástica. Feminismo, filosofía de la existencia, composición clásica.

Les diré que hay una poderosa actriz, que además canta, y que se pasa horas en el escenario sin que se le note. Es Katerina Ikonomu: Medea. Hay también un tenor espléndido, que hace de Jasón: Sajos Tersakis. Y Alejandra Papadiaku, y María Marketu, como corifea y nodriza.

Hay también, deambulando por el escenario sin que nadie lo vea, un señor que se hacía llamar Eurípides. A él le debemos tensos versos, que la pantalla de traducción simultánea deja caer: «Quieren llegar a reyes sin grandezas ni infortunios», «Desventuradas las mujeres, que tenemos alma e inteligencia y, sin embargo, no somos nada».

Javier Ortiz. El Mundo del País Vasco (2 de octubre de 1991). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de enero de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1991/10/02 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1991 el_mundo_del_país_vasco música theodorakis cultura ópera | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

Comentar





Por favor responde a esta pregunta para añadir tu comentario
Color del caballo blanco de Santiago? (todo en minúsculas)