Hay lapsus a través de los cuales los individuos expresan a su pesar las verdades que mejor ocultan a los ojos de su consciencia. El ministro aquel que dijo hace unos años que el Gobierno iba a tomar «medidas enérgicas para proteger el paro» reconoció inconscientemente una gran verdad que guardaba en su fuero interno: en efecto, la política económica de su Gobierno iba a proteger el paro con todo mimo, logrando incluso que aumentara.
Ayer escuché por la radio a un preboste humanitario que, después de cantar todo tipo de loas a la magnífica reacción que ha tenido el pueblo español ante la tragedia de Ruanda y ponderar el mucho dinero que las organizaciones no gubernamentales han recaudado para socorrer a quienes agonizan en los campos de la muerte, afirmó con aire trascendente: «Ahora, lo importante es continuar el esfuerzo. Nuestro objetivo es que nunca falte ayuda para los países pobres».
Tratando de parecer generoso, dejó ver su verdadera mentalidad colonial. Si pretendía fijar la meta última de la solidaridad, no debería haber hablado de «ayudar a los pobres», sino de acabar con la pobreza. Quienes se ponen como techo «la permanente ayuda a los países pobres» muestan que no son capaces siquiera de plantearse la hipótesis de que dejen de serlo. Temen perder su posición de ricos.
La sociedad española, como occidental que es, vive instalada en la hipocresía. Da mil millones a Ruanda pero, a la vez, acepta sin chistar que su Gobierno conceda a Hasán II, el gran carnicero de Rabat, créditos blandos por un importe cincuenta veces superior, para que no le falten armas con las que vigilar la gran cárcel en la que tiene encerrados al pueblo saharaui y al suyo propio.
¿Actitudes contradictorias? No; complementarias. Es bueno, desde luego, que las gentes se conmuevan con el horror de Ruanda. Pero, ¿por qué sólo con el de Ruanda? Gran parte de Africa, de Asia y de América Latina se encamina a marchas forzadas hacia el horror final. ¿No deberíamos movilizarnos ya, antes de que sea tarde? ¿Por qué llevamos nuestra conmiseración de aquí para allá, ayer hacia éstos, hoy hacia los otros, mañana hacia los de más allá, en vez de afrontar el problema en su conjunto?
Los occidentales nos dedicamos a la caridad porque la verdadera solidaridad nos está vedada. En el fondo, sabemos que el actual orden mundial se basa en eso: para que los países ricos continuemos siendo comparativamente ricos, los países pobres tienen que seguir siendo rematadamente pobres. Sabido lo cual, sólo nos queda hacer algo que acalle nuestra mala conciencia.
Únicamente habría un modo de acabar con la injusticia básica de nuestro tiempo: que los países pobres se alzaran contra nosotros y nos pasaran por encima.
Imagino esa perspectiva. Es tan estremecedora como atractiva.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de agosto de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de agosto de 2010.
Comentarios
Escrito por: .2010/08/05 12:15:13.096000 GMT+2