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2000/11/10 06:00:00 GMT+1

Singapur

Creo que hice algún comentario sobre Singapur cuando volé bajo su cielo hace mil años -¿o fueron cinco días?- y pisé brevemente su tierra, camino de Indonesia.

Me parece que escribí algo así como que era un remedo de Manhattan.

Volví a equivocarme.

Es peor.

O mejor. Según se mire.

Ahora sigo sin saber casi nada sobre esta ciudad-estado sorprendente, pero ya sé, por lo menos, después de pateármela durante un día de inaguantable bochorno, que no la conozco.

Diré algo de lo poco que sé ahora.

Que Singapur es un territorio con una de las rentas per capita más altas del mundo, si es que no la más alta.

Que es la hostia que esté a un paso de la misérrima Indonesia.

Que aquí todo el mundo parece nadar en la abundancia, aunque tiene que ser mentira, porque, si no, no habría camareras, ni taxistas, ni putas. (Ni periodistas, supongo).

Que el metro cuadrado de terreno está en torno a los dos millones de pesetas.

Que es un Estado semi fascista, que recurre a la pena de muerte cada dos por tres.

Que es un Estado semi fascista, que reprime los comportamientos incívicos menores -muy inferiores a la pena de muerte de la que él echa mano con tanta facilidad- con multas salvajes. Por tirar un papelito en la vía pública, o por dejar caer una colilla, o por atravesar la calle con el semáforo en rojo, o por mascar chicle... pueden caerte hasta 100.000 pesetas de multa. O más.

Los rascacielos más impresionantes. Las avenidas más espectaculares. Las tiendas más rutilantes, los almacenes más lujosos, el neón a kilos, las ropas más caras, los hoteles más lujosos (éste en el que estoy, el Sheraton Towers, que parece una ciudad en miniatura, ofrece servicios de toda suerte, incluyendo conexión permanente y de gran velocidad a Internet en todas las habitaciones... para el que acierte a configurar su ordenador portátil, que no es mi caso, maldita sea mi estampa).

Por debajo de todo su lujo, de todos sus coches último modelo y de todas sus chinas au dernier cri y de sus chinos de diseño -aquí hasta la población es casi toda de importación-, Singapur da una terrible, una deprimente impresión de falsedad, de cartón piedra, de ciudad de atrezzo, que no convence a nadie. O, por lo menos, que no me convence a mí.

-Es una ciudad estupenda -me dice el taxista chino que me devuelve al hotel tras la cena al aire libre, cuando abandono al resto de la expedición, que se queda en la versión local del Moll de la Fusta, con la esperanza de que la noche sea joven-. No hay delincuencia, todo está limpio... ¡No hace falta ni siquiera policía!

-Very nice, yeah -respondo, para no parecer demasiado borde.

Le pregunto por qué hay tantas lucecitas por las calles.

-¡Ya va a ser Navidad! -me responde, con sonrisa de spot publicitario.

-O, Christmas time is coming, right...

¿Qué diablos puede contestar uno, cuando tiene un cuerpo de verano tropical que no puede con él y está empapado por el bochorno?

El taxista no se rinde.

-Where are you from? -inquiere, comunicativo.

-From Spain -contesto, por decir algo.

-Ah, Spain! Barselona...! Football!

Lo dicen todos. Aquí, en Indonesia, en cualquier parte del Sudeste asiático. Joder con el Barça. Y con la tele.

-Sí, eso -concluyo, deprimido-. España, fútbol.

Dios. Quiero irme.

Ya.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de noviembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de mayo de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2000/11/10 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: 2000 singapur diario indonesia | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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