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1992/08/05 07:00:00 GMT+2

«Rojos»

En El Escorial, en una de las 123.487 Universidades de Verano que hay en España y nada más que en España -me dicen que con el noble y exclusivo fin de pagar las vacaciones estivales a un puñado de docentes más o menos menesterosos-, se ha desarrollado un curso sobre rojos.

Lo malo del curso -que, por lo visto, ha contado con aportaciones de notable interés- es que la mayoría de sus participantes daba por supuesto que todo el mundo sabe qué diablos es eso de ser rojo. Y para mí que no está nada claro.

El término rojo ha sido siempre equívoco. La experiencia, local y universal, demuestra que bajo su advocación se han puesto personas de muy diverso talante: desde opositores radicales a la sociedad capitalista y aspirantes a un futuro igualitario más o menos definido (que ésa es otra) hasta ambiciosos con ganas de Poder y autoritarios de diverso cuño, pasando por frivolones y malababas varios a los que la buena sociedad reserva un hueco con el fin de que, cual bufones del medioevo, digan maldades en las fiestas palaciegas, diviertan a las poderosos y les permitan darse aires de liberales y tolerantes.

Una de las pocas, de las poquísimas y bien involuntarias ventajas que tuvo el franquismo para nuestro país fue la de clarificar algo -solo algo- ese mejunje heteróclito. Bajo el franquismo, por lo menos hasta entrados los 70, para pertenecer al club de los rojos había que pagar una cuota bastante cara: se corría el riesgo de ser detenido, era francamente posible que a uno le zurraran la badana a base de bien y, en fin, la cosa podía acabar con un largo periodo o varios, incluso- a la sombra. Eso hizo que los aspirantes a rojos del segundo y tercer orden -a saber, los ambiciosetes y los bufones de verbo presuntamente incendiario- se lo tuvieran que pensar dos veces. Muchos decidieron esperar mejores tiempos para hacerse rojos, no pocos optaron por serlo en la intimidad, sin ejercer, y algunos más eligieron el exilio antes de que la Policía se enterara de que existían.

La transición fue el microondas que descongeló por miles a esos rojos prudentemente hibernados, casi todos los cuales, hechos ya a la tibieza, corrieron a ponerse bajo el sol que más calienta, o sea, en la órbita del PSOE. Con lo que la precisión del término, desde luego, no mejoró ni poco ni mucho.

Hoy las cosas siguen sin estar nada claras, y el título de rojo, aunque depreciado, se mantiene en las más variopintas tarjetas de visita: desde las de aquellos que no se han vendido porque nadie ha querido comprarlos hasta las de quienes continúan haciendo de bufones de la Corte. Están también los otros, por fortuna: ésos que siguen pensando que lo suyo es defender la libertad y oponerse a la injusticia.

Tengo para mí que, ante tal confusión, más que discutir sobre quién es rojo y quién no, resulta preferible distinguir entre la buena gente y la que no lo es. Con lo cual no se avanza gran cosa en la teoría. Pero se mejora un montón en la práctica.

Javier Ortiz. El Mundo (5 de agosto de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de agosto de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1992/08/05 07:00:00 GMT+2
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