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1997/06/28 07:00:00 GMT+2

Recetas contra los chantajes

Sólo hay un modo de evitar que alguien pueda dañarte contando chismes de tu vida privada, o tratando de sacarte lo que sea por no contarlos: no tener nada que ocultar.

Para lograr tal cosa, únicamente existen dos vías seguras. La primera es llevar una vida modélica, plena de virtud: no tener ningún vicio, no salirse jamás de madre, respetar todas y cada una de las normas, ser ciudadano ejemplar, probo marido -o esposa, o célibe sin relación carnal, ni siquiera con la carne propia-. Es un sistema muy eficaz, sin duda, pero con una pega de importancia: resulta francamente aburrido.

La otra vía para conseguir que nadie te pueda buscar las cosquillas con asuntos de tu vida íntima es proclamar a los cuatro vientos de antemano que la mayor parte de los desmadres te caen simpáticos, y que no tienes nada en contra de que te atribuyan cuantos quieran. Que te pinten de libertino, drogota y crápula, si les viene en gana, que a tí, plin. Eso desarma por entero a maledicentes y chantajistas. ¿De qué les vale tener una fotografía en la que apareces en los brazos de Mimí, la de madame Claude, sobre cuyo regazo exhaló su último suspiro el pobre cardenal Danielou, si jamás has pretendido que te pareciera mala idea frecuentar la compañía de tan bella señorita?

De estas dos recetas contra chantajes, dimes y diretes, ambas de eficacia probada, la segunda es, a mi juicio, la mejor, y con mucho: te permite estar a salvo, sin por ello privarte de nada.

El problema lo tienen quienes, por causa de su oficio, se ven en la obligación de parecer probos y decentes, según el modelo oficial, e incluso a hacer propaganda de la probidad y la decencia, sin que su instinto natural -porque seguro que es genético: ahora todo es genético- les empuje a ello, sino más bien todo lo contrario. Antes he citado el caso del cardenal Danielou, primado de la Iglesia católica francesa, que abandonó este valle de lágrimas en el seno -en los senos, mejor dicho, porque tenía dos- de una prostituta de lujo. Hubo incluso un comunicado oficial que pretendió que había expelido su hálito postrero «en epéctasis de santidad» pero, como ya antes dejé dicho, el tal epéctasis se llamaba Mimí. Danielou iba todas las semanas al finísimo local de madame Claude y se presentaba como notario. Si hubiera dicho que era cardenal, a las chicas les habría hecho mucha gracia. No lo dijo, y fue a toda Francia a la que le hizo muchísima gracia.

¿Qué otra cosa hubiera podido hacer Danielou? Pues está claro: dejar de ser cardenal.

Y es que hay oficios que son incompatibles con la hipocresía. ¿Que no quieres renunciar a Mimí? Pues renuncias al solideo. ¿Que no quieres renunciar al solideo? Pues renuncias a Mimí. Porque, si no, corres el riesgo de que luego venga Mimí y te exprima la cartera, o que todo el mundo se entere de tu doble vida, y seas una juerga incluso después de muerto.

Javier Ortiz. El Mundo (28 de junio de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de junio de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/06/28 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: jor el_mundo 1997 miscelánea iglesia cardenal_danielou | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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