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1999/04/18 07:00:00 GMT+2

Prohibir es insano

Nashville, Tennesee (EEUU), 1993. Estamos en un hotel de relativo lujo. Voy a entrar en el ascensor. Muy educadamente, apago antes mi ducados en el cenicero de la entrada. El ascensor arranca. Una señora muy estirada me mira de arriba a abajo -un ejercicio sencillo, dada mi altura- y masculla con evidente desprecio: «Huele a tabaco». Habría merecido que le respondiera la verdad: «Sí, señora: y su perfume de usted es vomitivo». Pero no le dije nada: para qué.

Estados Unidos se ha convertido en el ejemplo más acabado del fanatismo antitabaquista. El fumador apenas tiene ya dónde satisfacer su apetencia: en todas partes es tratado como un apestado. A cambio, cualquier hijo de vecino puede comprarse un arma de fuego con total facilidad. Y, si es verdad que el tabaco daña la salud, les aseguro a ustedes que las balas de revólver lo hacen con muchísima mayor eficacia. En suma, que no todo lo norteamericano merece ser imitado.

Sé que el humo del tabaco puede ser molesto. Y me consta que es nocivo para la salud: también de la de quienes lo inhalan sin querer. Por eso renuncio a fumar en sitios muy reducidos y sin ventilación: el fumador, como cualquier otro bicho viviente, tiene la obligación de ser considerado con los demás. Pero también sé que el alcohol produce efectos no menos terribles para la salud pública, y mucho más graves, desde luego, para la convivencia social. No conozco a nadie que después de fumarse un puro se ponga a conducir como un enloquecido. ¿Por qué no prohiben el alcohol? Ya lo intentaron también los gobernantes norteamericanos en su día. Y así les fue.

Los no fumadores deben ser conscientes de que la mayoría de quienes fumamos desde nuestra adolescencia adquirimos la adicción a la nicotina -mucho más enganchante que la heroína- cuando fumar era parte del modelo social dominante.

Tenemos el vicio clavado no solo en nuestra sangre, sino también en nuestros hábitos: en nuestra cultura. Los héroes del cine fumaban. Nuestros mayores fumaban. En la radio escuchábamos cantar que fumar «es un placer genial, sensual». Nos hicieron así. Eso no se cambia con decretos prohibicionistas.

Es bueno tener cierta manga ancha con los defectos ajenos. Personalmente sobrellevo los de mucha gente. Y eso que resultan extraordinariamente nocivos -puedo jurarlo- para mi sistema nervioso.

Javier Ortiz. El Mundo (18 de abril de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1999/04/18 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: tabaco el_mundo usa armas 1999 droga preantología prohibiciones españa | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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