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1998/10/31 20:00:00 GMT+1

Presentacion de «Réquiem por la soberanía popular»

Esta es la crítica del último libro de J.F. Martín Seco que publiqué en "El Mundo" al poco de su publicación.

A Juan Francisco Martín Seco se le identifica como economista. Supongo que es inevitable: sabe de economía y se gana los garbanzos en la Hacienda pública. Pero no es para nada un economista al uso, de ésos que hablan de su negociado como si manejaran una ciencia exacta, situada por encima del bien y del mal. Al contrario: pone especial empeño en desvelar que no hay economía que no sea política. Que, en economía, no hay opciones desinteresadas: todas son en beneficio de alguien y a expensas de alguien. A cada economista corresponde decidir con qué alguien está.

Si la palabra no estuviera tan devaluada, lo correcto sería decir que Martín Seco es un político, en el genuino sentido del término. Se interesa por la economía en la medida en que ésta cumple un papel decisivo en el ordenamiento de las relaciones sociales. Pero son éstas las que le preocupan prioritariamente. Y le preocupan en la medida en que es sobre todo -otra palabra lastimosamente devaluada- un demócrata: aspira al gobierno del pueblo. Pero no de modo nominal, formal, recubierto con la coartada tramposa de las urnas: a un gobierno efectivo del pueblo.

Así lo demuestra sobradamente en su última obra, en la que la economía aparece en su vasto contexto, como un elemento necesario para la comprensión de nuestro momento histórico. En la medida en que la economía -el poder económico- se ha adueñado de todo y lo abarca todo: la política -el poder político-, los medios de comunicación, la cultura, el ocio... el conjunto de la organización social, en suma.

Juan Francisco Martín Seco sintetiza en dos las opciones ideológicas que cabe adoptar ante la realidad actual. Una -que él personifica en Maquiavelo- es la de quienes consideran que las cosas son como son, y no tienen vuelta de hoja: que la desigualdad, la explotación y el dominio de unas personas sobre otras están en la propia naturaleza humana, en el homo hominis lupus, y que tampoco es malo que así sea, porque esa lucha, fruto de la ambición, es motor de progreso. La otra opción -de la que convierte en portavoz a un Rousseau imaginario- es la de quienes no aceptan esa fatalidad, se revuelven contra el estado de cosas actual y aspiran a alcanzar un verdadero gobierno igualitario del pueblo.

Martín Seco imagina a Maquiavelo y a Rousseau en los infiernos y los hace hablar, cada uno de ellos con su propio aliento, sobre las claves esenciales de ese debate: sobre si el poder económico ha corrompido o no la democracia y puesto el voto a su servicio, ahormando la soberanía popular; sobre la capacidad del los Estados para regular los excesos del poder económico; sobre si la división de poderes existe realmente y si cabe una Justicia para todos; sobre la independencia o la sumisión de la opinión pública y de los medios de comunicación; sobre la capacidad o incapacidad de la opinión pública para rectificar el rumbo de la Historia; sobre si la economía está siendo utilizada como una nueva religión; sobre si es conveniente y eficaz el Estado del Bienestar o está condenado a desaparecer; sobre si es posible poner en marcha un modelo socio-económico sustancialmente distinto del capitalista o si todo intento de hacerlo degenera inevitablemente en tiranía monstruosa; sobre si la globalización es deseable, por un lado, y evitable, por otro; sobre si la Unión Europea es un invento destinado a acabar con la soberanía popular y a independizar al Poder de cualquier control... y, en fin, sobre si la ideología mal llamada neoliberal, dominante en el mundo de hoy, es la única sensata posible, o si tiene sentido pensar la realidad de otro modo, radicalmente crítico.

El catálogo es amplio, como puede verse.

Juan Francisco Martín Seco aborda el debate sobre estos grandes asuntos desde una premisa digna de encomio: asume que las dos grandes opciones pueden ser defendidas de modo inteligente. Ni su Maquiavelo ni su Rousseau son de cartón piedra: cada uno esgrime razones sólidas, las argumenta bien, apela a datos objetivos. El autor no oculta sus propios criterios, pero deja honestamente que sus personajes construyan sus respectivos discursos sin trampa. Está del lado de Rousseau, pero sabe que Maquiavelo no desbarra en absoluto: hay verdad en mucho de lo que dice.

Escribe Martín Seco: «En esta obra, Maquiavelo y Rousseau constituyen meros artificios literarios que permiten confrontar dos posiciones radicalmente opuestas sobre los problemas más esenciales y acuciantes del Estado y la sociedad actuales. La pretensión última de este ensayo consiste en poner en cuestión si la democracia y la soberanía popular son todavía posibles. Maquiavelo considera que no; Rousseau espera que sí». Repárese en la diferencia de los verbos: Maquiavelo considera; Rousseau confía.

Dice el tópico que un pesimista es un optimista bien informado. Martín Seco está muy bien informado, pero no renuncia a la esperanza. También ésa es una constante de la especie humana: junto a las tendencias gregarias y sumisas a las que apela su Maquiavelo, siempre hay también hombres y mujeres que se ponen del lado de la rebeldía y la insumisión. Y no es obligado que conformen sistemáticamente una aplastante minoría. El estudio de la Historia muestra que, si bien los pueblos son conservadores, como subraya Maquiavelo, a veces están revolucionarios. Y entonces es la hora de los Rousseau. Y los Rousseau cambian la Historia.

Javier Ortiz. (Octubre de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de diciembre de 2017.

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Escrito por: ortiz el jamaiquino.1998/10/31 20:00:00 GMT+1
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