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1997/03/01 07:00:00 GMT+1

Poyatos

El PP es un partido singular. En la mayoría de las formaciones políticas, los dirigentes son menos de fiar que la base. La gente de base se corrompe menos, más que nada porque nadie le ofrece la posibilidad de corromperse. Le pasa como a la clase obrera. Hace tiempo que llegué a la conclusión de que si la clase obrera es -¿o habré de decir fue?- la más difícil de corromper, la razón no hay que buscarla en ninguna superioridad moral, sino en su número: todo el dinero de los ricos no daría para sobornar a tanta gente. Con los partidos políticos ocurre algo semejante: es más práctico comprar a un Comité Ejecutivo, compuesto por un puñado de tíos y alguna tía, que ponerse a untar a la base militante que, a nada que te descuides y por burgués que sea el negocio, incluye a miles de menesterosos.

Pero el caso del PP es diferente. Una parte de su base es más peligrosa que la dirección.

Siempre se ha dicho que una de las grandes virtudes de este partido es que ha conseguido que la extrema derecha carezca en España de representación política. No estoy yo demasiado seguro de que eso sea totalmente positivo. Entre otras cosas porque la gente de extrema derecha que trabaja en la cosa pública -en buena medida procedente del aparato de Estado del franquismo-, al no tener una plataforma política propia a través de la cual expresarse, se ha tenido que buscar un hueco en los partidos existentes. Y la mayoría ha ido a parar al PP. (Digo «la mayoría»: me sé de jueces de alto ringorrango actual, a los que la opinión pública vincula con el PSOE, que fueron hasta 1976 de un facherío de mucho cuidado).

No sin esfuerzo, Aznar consiguió concentrar en la alta dirección de su partido a un puñado de políticos jóvenes -excluyo a Fraga- que se sienten a gusto con las libertades democráticas. Pero eso es por arriba. En niveles de responsabilidad intermedia, y también en su periferia de simpatizantes, el PP tiene adheridos muchos nostálgicos del franquismo convictos, y a veces incluso confesos. Y, como anda falto de cuadros de plena confianza, a veces echa mano de gente de ésa, sin someterla al preceptivo examen previo. Caso de Poyatos.

Trata Eduardo Fungairiño de justificar el pasado (¿pasado?) de Poyatos diciendo que nadie está autorizado a expedir «carnés de demócrata» y que «todos los nacidos antes de 1974 servimos al franquismo». Cómo se nota que Fungairiño no vio a los fiscales del Tribunal de Orden Público en acción. Disfrutaban metiendo a los demócratas en la cárcel. Uno -tal vez Poyatos; no lo recuerdo- reclamó en 1975 que se me condenara a 15 años de cárcel por un delito de opinión. Y lo hizo sin que nadie le obligara. Al contrario. De hecho, el Tribunal me absolvió. Esos sadofascistas deberían haber sido expulsados de la carrera judicial. Por puras razones de salud pública. Lejos de ello, les computan sus fechorías como «experiencia». Llaman a eso «aplicar criterios objetivos». ¿Y este Fungairiño era la alternativa a Poyatos? Puf.

Javier Ortiz. El Mundo (1 de marzo de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de marzo de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/03/01 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: el_mundo 1997 aznarismo preantología fiscalía democracia franquismo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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