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2000/10/17 06:00:00 GMT+2

Portugal

Semana de Portugal en Madrid. Acudimos al recital de Misia en el teatro Albéniz, retransmitido en directo por la radio y la televisión públicas del país vecino. Hermoso recital de fados tradicionales reconvertidos, con espléndidas letras nacidas de la mano de Pessoa, Saramago, Lobo Antunes, Lidia Jorge... Misia está en un momento musical espléndido: su voz: se escapa cada vez más de los patrones ortodoxos del fado para tomar registros totalmente personales. En el intermedio, los músicos hacen una versión deliciosa de las Cantigas do Maio, de Zeca Afonso. En uno de sus breves parlamentos, Misia se queja elegantemente de la actitud de los españoles hacia Portugal. Ironiza con el tópico de «los países hermanos» y reclama que hagamos un esfuerzo por ser algo menos hermanos... y algo más amigos. «Uno no elige a sus hermanos. A sus amigos, sí», dice.

Tiene razón. Cada vez que he viajado a Portugal, me he sentido avergonzado del comportamiento de algunos turistas españoles. Es como si, hartos de haber sido tratados durante décadas como inferiores por toda suerte de turistas de la Europa rica, sintieran la necesidad de afirmarse mirando por encima del hombro a otro pueblo. En los bares y restaurantes hablan a los camareros en castellano sin el menor amago de excusa previa, como si tuvieran la obligación de entenderles. Se pasean por las calles organizando todo el estruendo posible, haciéndose notar, exhibiendo su diferencia. No se esfuerzan lo más mínimo por respetar los usos y costumbres locales. Y eso sin contar con la eterna zafia costumbre de sacarse fotografías meados de la risa junto a letreros que anuncian polvo (pulpo) a la portuguesa.

He viajado por Portugal de norte a sur. Me he paseado por Porto y Lisboa hasta el agotamiento: mirando, aprendiendo, tomando notas. Siempre me ha gustado ese pueblo discreto, vagamente melancólico, sereno, más próximo a veces de lo británico que de lo ibérico. En uno de mis viajes, Misia me llevó a recorrer locales de fados de los de verdad: no de los preparados para turistas. En uno coincidimos con José Manuel Osório, cargado de viejas militancias, que improvisó un par de interpretaciones estremecedoras.

Acabado el recital, nos vamos a cenar: Pilar del Río, su hijo -de los que devuelven la esperanza en la juventud-, Saramago, dos amigas de ellos, Charo y yo. Charlamos de literatura, de premios literarios, de la realidad de la prensa actual... Hacemos bromas, reímos.

Mientras dejamos que pase plácidamente el tiempo, la muerte ha vuelto a pasearse por Sevilla.

Según llego a casa, escucho las noticias. Me acuesto, pero tardo en dormirme.

Nunca acabaré de acostumbrarme a la capacidad que tienen algunos de mis compatriotas vascos para aguar cualquier fiesta. Todas las fiestas.

Y para hacer que importe poco de qué quiera hablar uno: acaba siempre hablando de lo mismo.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de octubre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de abril de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2000/10/17 06:00:00 GMT+2
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