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2005/10/31 07:00:00 GMT+1

Penas de usar y tirar

Amina Lawal, la de ¡Salvemos a Amina!, vive, pero no se salvó. Se libró de ser lapidada, fue puesta en libertad -excarcelada, mejor dicho: la libertad es otra cosa- y regresó a su pueblo, Kurami, al norte de Nigeria. Allí la volvieron a casar, su nuevo marido la abandonó y malvive, en la miseria y enferma, con dos de sus hijos, sin derecho a moverse y sin medios para darles ni lo más elemental, empezando por el sustento.

Cada nuevo día es otra piedra que le golpea el rostro y la hiere.

Está siendo lapidada a cámara lenta.

No reprocho a Amnistía Internacional que se interesara por Amina Lawal sólo en tanto que posible lapidada y que, una vez evitada la ejecución, se desentendiera por completo de su suerte. Amnistía Internacional se ocupa de las mujeres a las que las autoridades quieren enviar al infierno de golpe y porrazo, no de las que viven en él.

Amina es sólo una de las muchísimas víctimas de la injusticia y la barbarie que merecen la atención general durante algunos días, algunos meses a lo sumo, y luego caen en el olvido. En España sabemos bastante de eso. ¿Qué fue del chaval aquel de Rentería que pegó una patada a una mochila que contenía una bomba y se quedó sin piernas? Durante algún tiempo estuvo en todos los corazones. Y en todos los telediarios. Todo el mundo lloró por él. Pasadas unas cuantas semanas, su caso fue archivado en el desván mental de nuestra sociedad biempensante y autosatisfecha.

Esa víctima ya había dado de sí todo lo que podía dar. Había que buscar una nueva víctima por la que llorar. No cabe eternizarse lamentando sin parar la misma desgracia. Hay que renovarlas.

Para que una víctima se mantenga en la actualidad durante mucho tiempo se requiere que alguien con poder haga lo necesario para que la opinión pública no la olvide. Da igual qué razones, confesables o inconfesables, justifiquen ese empeño. Sin él, las desgracias -y los desgraciados- son como lágrimas de San Lorenzo, que refulgen un rato y se extinguen para siempre. A tal efecto, es lo mismo que se trate de una desdicha individual o de una catástrofe colectiva. ¿A quién importan ya las víctimas de Ruanda, que tan vibrante esfuerzo solidario merecieron hace diez años? ¿Qué ha sido de ellas? ¿Se resolvieron sus problemas de supervivencia? Claro que no. Una vez cumplida su misión enternecedora, salieron de la escena para que su lugar fuera ocupado por otros famélicos y desharrapados, de aquí o de allá. Los sin tierra del Brasil. Los damnificados por el tsunami del año pasado. Los de la América del huracán que no cesa.

No es verdad que la desgracia nos iguale a todos. Hay desgracias que merecen reconocimiento social, homenajes, recuerdos. Otras -la aplastante mayoría- llevan aparejada la pena accesoria de la desmemoria. Del desdén inevitable.

Javier Ortiz. El Mundo (31 de octubre 2005). Basado en el apunte Víctimas de usar y tirar, publicado unos días antes. Subido a "Desde Jamaica" el 10 de mayo de 2018.

Nota de edición: el chaval de Errenteria es Alberto Muñagorri.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/10/31 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: conciencia amina_lawal antología víctimas amnistía_internacional 2005 alberto_muñagorri euskadi errenteria el_mundo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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