El padre de Antoine Doinel estaba convencido de que el chaval no tenía remedio; era un caso perdido. La madre de Antoine no, pero estaba demasiado ocupada atendiendo a su amante como para ocuparse realmente de él. Así que Antoine pasó de una casa opresiva y una escuela opresiva a un centro de detención de menores todavía más opresivo. Hasta que huyó.
Truffaut filmó Les quatre cents coups en 1959. Podría rodar una nueva versión en 2001 y en España. Sólo que le quedaría mucho más triste. Y más indignante. Y mucho más, infinitamente más orwelliana.
Es un círculo vicioso. Primero se crean las condiciones que favorecen que haya gente rematadamente pobre. O tirada. Luego se decide que esa gente constituye un grupo de riesgo, que no está en condiciones de mantener a sus hijos y de proporcionarles una educación adecuada. En consecuencia, se les arrebata su tutela. Y si ya están creciditos y dan muestras de hostilidad hacia la vida ¿cómo no darlas, cuando la vida no ha parado de maltratarte? se les recluye en Centros de Protección.
Se trata de procedimientos de una frialdad inaudita. Y administrativa: son los organismos de la Administración los que deciden, sin tutela judicial efectiva, sin que rija para nada el principio de contradicción. He tenido la oportunidad de conocer un buen puñado de casos. La abuela que cuida al nieto con constatado fervor, pero un médico, tras un examen sumario del niño, sospecha ¡sospecha! que puede estar sufriendo malos tratos: adiós tutela. El padre senegalés y la madre gitana que se quedan sin trabajo durante un par de meses: adiós tutela, aunque al cabo de ese tiempo ya estén trabajando de nuevo. La madre alcohólica que sigue una cura de desintoxicación y la supera: llegaste tarde, María de Magdala. Adiós tutela.
Estoy hablando de casos documentados. La Coordinadora de Barrios de Madrid presentó el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados un informe exhaustivo al respecto. El enésimo informe, esta vez sobre los Centros de sedicente Protección. Lo he leído. He leído folios y más folios sobre los criterios burocráticos con los que se decide el internamiento de chavales en esos centros. Chavales con carencias afectivas como catedrales a los que se encierra en minicárceles aún más desprovistas de afecto, que funcionan con reglamentos que son mera copia de los de las cárceles y que, en algunos casos, están regentadas por fascistas confesos. Chavales que, cuando consiguen huir, como Antoine Doinel, y entrar en ambientes realmente acogedores, tienen un comportamiento perfectamente normal. O mejor que normal, porque es crítico.
¿Nadie va a hacer nada para que cese tanta monstruosidad?
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (7 de diciembre de 2001) y El Mundo (8 de diciembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de diciembre de 2010.
Comentarios
Mas que orwelliana diría que decimononica.
Diez años depués es aún peor, con la "solidaridad" reglamentada y alicatada hasta el techo. A los pobres cuando ya no queda nada que robarles, les arrebatan los hijos, el ultimo aliento de vida.
Escrito por: leo.2010/12/15 13:26:39.132000 GMT+1