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1992/02/29 07:00:00 GMT+1

No sonría, por favor

La Horda Dorada. Turner y Ash

Desde los tiempos en que Fraga encabezó la Administración turística española, el planteamiento de las autoridades locales del ramo se ha sustentado siempre en el recuento de dos datos: la cantidad del turistas acogidos anualmente y la cifra de divisas acumuladas. Con tal de que estos dos guarismos se incrementaran, todo iba bien. El resto no importaba.

Pero importaba, y mucho, porque el modelo turístico que se había escogido resultaba apto para producir grandes ganancias a corto plazo, pero llevaba a medio término a un desastre cierto. Apostando por la cantidad, se provocó un desarrollo urbanístico enloquecido en las áreas más propicias para ello (la costa mediterránea y las Canarias). Se toleró, e incluso favoreció la especulación del suelo hasta límites de escándalo. Se encareció la vivienda hasta el punto de hacerla inaccesible para los nativos. No se tuvo en cuenta la escasez que presentaban estas zonas en ciertos recursos naturales imprescindibles –agua, en primer término–, ni las disparatas exigencias de infraestructura que se estaban generando. Se despreció y machacó el medio ambiente, atentando contra una de las bases fundamentales del propio atractivo turístico. Con el gancho del dinero fácil, se empujó a los trabajadores locales a abandonar sus fuentes de ingreso tradicionales; se les impelió a malvender sus tierras y a incorporarse a la construcción o a los servicios. A partir de ello, se provocó el total desarraigo cultural de los autóctonos, que se vieron convertidos en extranjeros en su propia tierra. En fin, se permitió que el negocio estuviera cada vez más controlado por firmas foráneas, que pronto se las arreglaron para que los beneficios revirtieran al máximo en sus propios países de origen, no sin proporcionar sustanciosas comisiones a sus testaferros locales.

Pasado el tiempo, la situación ha degenerado hasta tal punto que la industria turística española está al borde del desastre. El turista europeo estacional ha venido acudiendo a las costas cálidas de España por un conjunto de razones: sol, bellas playas, buenos precios, cercanía... El único factor que hoy se mantiene incólume es aquel que no ha dependido de nuestras autoridades: el sol. Las playas tienen un entorno urbano deprimente, buena parte de la costa está monopolizada por las urbanizaciones particulares, las aguas litorales del Mediterráneo han alcanzado cotas de contaminación más que preocupantes y España se ha transformado en uno de los países más caros de Europa. Como quiera que los vuelos charter han colocado a Marruecos, Túnez o Turquía a un tiro de piedra de Londres, La Haya o Estocolmo, las razones para que el turista inteligente y ahorrador siga optando por la Costa Blanca, Baleares o la Costa del Sol son cada vez menores.

Resulta aparentemente incomprensible que un fenómeno de tanta importancia económica, social, medioambiental, antropológica y política no haya merecido entre nosotros apenas ningún esfuerzo analítico en su cuarto de siglo de incidencia masiva. Pero se entiende cuando se descubre con qué contundencia fueron acalladas y ridiculizadas las escasas voces críticas que quisieron dar la alarma en los 60 y 70. Los poderosos intereses turísticos, casi siempre vinculados a adinerados sectores inmobiliarios, se encargaron de hacer pasar a los críticos por tristes agoreros, cuando no por nostálgicos reaccionarios.

Ahora, cuando el fenómeno da ya síntomas inconfundibles de agonía, son bastantes los que empiezan a decir –a buenas horas– que quizá sea verdad que las cosas no se hicieron del todo correctamente, o que se hicieron tal vez rematadamente mal. Y las voces críticas comienzan a ser escuchadas, si no con interés, al menos con respeto. Tal vez sea eso lo que explique que obras como La Horda Dorada, un clásico de la crítica sociológica del turismo, no haya visto la luz en las librerías españolas hasta ahora mismo. No es una excepción: mientras en Estados Unidos, el Reino Unido, Francia o Alemania se ha venido realizando una labor de seria profundización teórica en el fenómeno turístico, nuestros estudiosos universitarios, con algunas honrosísimas –y marginadísimas– excepciones, miraban hacia otro lado.

En La Horda Dorada, Turner y Ash presentan una implacable pintura de cómo los países ricos se sirven de la «periferia del placer» –o sea, de los bellos y soleados países pobres– como objetivo para una nueva forma de colonización económica. Describen cómo las minorías dominantes de los países receptores del turismo disfrazan de «vía de desarrollo» su interesado sometimiento a ese proceso. Apuntan cómo la industria turística, empujada por su sed de beneficio, expolia, destruye y agota las zonas en que se instala, marchando hacia nuevos derroteros «vírgenes», siempre del brazo de la especulación inmobiliaria, cuando ya ha exprimido las posibilidades de un territorio. La colección «Turismo y Sociedad», que la editorial Endymion ha puesto en marcha bajo la dirección de Francisco Jurdao (y que ya ha editado otras dos obras de notable interés crítico: España en venta, del propio Jurdao, y Turismo: ¿Pasaporte al desarrollo?, de Emanuel de Kadt) representa un estimable esfuerzo por llenar el vacío teórico que el fenómeno turístico tiene entre nosotros. Más vale tarde que nunca.

Javier Ortiz. El Mundo (29 de febrero de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de enero de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1992/02/29 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: 1992 el_mundo turismo especulación_inmobiliaria la_esfera turner_y_ash libros | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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