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2001/06/05 06:00:00 GMT+2

Nepal (II)

Fui ayer a la reunión del Consejo Editorial de El Mundo con la sana intención de hablar de los sucesos de Nepal y de defender la tesis que había expuesto aquí mismo algunas horas antes, a saber: que las leyes que eximen de responsabilidad a los monarcas son un disparate. Lo hice con el mismo ánimo de siempre: tan dispuesto a dejar constancia de mis puntos de vista como preparado para que no tuvieran el más mínimo éxito.

Cual no sería mi sorpresa al comprobar que en esta ocasión mi criterio prevalecía (no sin oposición, naturalmente). De hecho, basta con comparar lo que escribí ayer en torno a las 8 de la mañana con el editorial que publica hoy El Mundo al respecto para comprobar que, salvando las diferencias de tono, la posición es la misma.

Curioso.

Nadie me pida que proporcione la explicación de tan exótica coincidencia, porque no la tengo.

No seré yo quien apele a la razón: estoy demasiado habituado a tener razón -e incluso a que se me reconozca- y a quedarme con ella como exclusivo propietario, sin poder socializarla.

Visto el éxito de mi argumentación de ayer, no me resisto a la tentación de completarla.

El problema no reside exclusivamente en las leyes constitucionales que sancionan la irresponsabilidad de los monarcas. La perversidad de ese precepto se ve potenciada por otra norma no menos aberrante: la que automatiza la sucesión de la corona.

Gracias a ese automatismo, el príncipe heredero se convierte en rey en el mismo momento en el que su antecesor exhala su último suspiro. Es decir que, si el príncipe, haciendo como que limpia un arma, o limpiándola de verdad, le pegara un tiro al rey y lo matara, se convertiría inmediatamente en rey él mismo, lo que no sólo impediría que fuera perseguido judicialmente, sino incluso que se investigara lo sucedido.

Se me dirá que es absurdo que el príncipe se dedique a limpiar armas, ni delante de su padre ni a solas. Recordaré, para uso de desmemoriados, que a Juan Carlos de Borbón, siendo casi niño, se le disparó un arma de fuego y mató a su hermano. Son cosas que ocurren, sin necesidad de irse hasta Nepal.

La cuestión, en todo caso, no es determinar qué es probable y qué no. Las leyes no se elaboran siguiendo pautas de probabilidad, sino en previsión de todas las eventualidades, sin descartar ninguna. Y las que regulan este tipo de situaciones no podrían ser peores. Por no tener, en España ni siquiera contamos con una ley que regule el procedimiento de inhabilitación del monarca. Me han dicho que nadie se ha atrevido a proponer la elaboración de esa ley, porque «podría ofender al rey». ¡En ésas estamos!

Vuelvo a lo de ayer: Nepal está muy lejos, pero todas las monarquías son, en esencia, lo mismo: una refutación del sentido común.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (5 de junio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/06/05 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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