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2002/01/01 06:00:00 GMT+1

Los buenos americanos

Ya en el tramo final de la redacción de mi próximo libro sobre Ibarretxe, repasando las grabaciones de mis entrevistas con él, me topé ayer con una frase suya que me puso una vez más en guardia: «El día en el que los vascos dejemos de ser solidarios, dejaremos de ser vascos».

No me privé de comentarla, y escribí la siguiente acotación (una de las bastantes que tiene el libro):

«Es cierto que lo ha dicho muchas veces. Y también es cierto que cada vez que se lo he oído le he puesto las mismas objeciones mentales.

Primera: los vascos -todos los vascos- no somos solidarios. Hay bastantes vascos que lo son -lo somos: yo trato de serlo-, pero tampoco es desdeñable la cantidad de los que no lo son gran cosa, o incluso no lo son en absoluto.

En segundo lugar, si asociamos la cualidad de solidario al hecho meramente objetivo de la nacionalidad, tendremos que negar la ciudadanía vasca a todo aquel que no aporte pruebas constatables de su carácter solidario. Lo que, por vía de consecuencia, nos obligará a fijar con nitidez la frontera que separa la solidaridad de la insolidaridad y, acto seguido, a instituir un tribunal que juzgue en qué medida cumple cada cual el requisito.

Sé que estoy llevando el razonamiento hasta el absurdo. Pero lo hago para mejor evidenciar lo inconsistente de la premisa inicial. El día en que los vascos, en general, dejáramos de ser solidarios... dejaríamos de ser solidarios. Lo cual sería sin duda una lástima, pero no nos privaría en absoluto de seguir siendo vascos.

El error de partida estriba en atribuir al pueblo vasco virtudes especiales. El mismo error en el que incurren quienes le presuponen defectos especiales. La sociedad vasca tiene determinados rasgos, ciertas características que le confieren una personalidad propia y, por ende, diferenciada. Eso es precisamente lo que autoriza a ponerle un adjetivo particular: es la sociedad vasca, no la castellana, ni la aragonesa, ni la bretona.

No es ni mejor ni peor: es, sencillamente, diferente.

Los nacionalismos tienden al esencialismo. También el nacionalismo español. En Madrid, algunos coches lucen una pegatina que reza: "Ser español, un orgullo. Madrileño, un título". Obsérvese qué envidiables méritos se pueden adquirir sin mover un dedo, por el simple hecho de que a uno lo traigan al mundo en un determinado lugar.

El cantautor francés Maxime Le Forestier escribió hace años una canción -precisamente sobre la inmigración- titulada On est né quelque part. A uno lo nacen en cualquier lugar. "Uno no elige a sus padres, uno no elige a su familia", cantaba. Estoy de acuerdo. No hay virtudes de sangre. Se equivocan los nacionalistas... y los monárquicos.

Curiosamente, Ibarretxe superpone las dos vías de reflexión: la nacionalista, repartidora de esencias, y la cartesiana, racionalista. Por fortuna, a la hora de afrontar la adopción de medidas concretas de Gobierno, se deja guiar en lo fundamental por la segunda.»

Acabé de escribir esto y me fui al cuarto de baño para tratar de asear en lo posible mi pobre fisonomía de cara a la cena de Nochevieja. Encendí la radio y me topé con una tertulia en la que Santiago Carrillo afirmaba con su voz reconociblemente campanuda: «George Bush no representa a la verdadera América». Y acto seguido: «Los intelectuales críticos norteamericanos representan mucho mejor a la verdadera América».

«¡Coño, otro experto en esencias nacionales!», exclamé para mí.

Dejando a un lado que Carrillo se pliegue a los usos y costumbres de «la verdadera América» identificando a los Estados Unidos de América con el conjunto del continente americano -que la última vez que lo vi llegaba desde Groenlandia hasta Tierra de Fuego-, no pude por menos que preguntarme cómo sabe distinguir él la verdadera América de la falsa.

Si este hombre conservara así fuera una sombra de los reflejos críticos del marxismo -si los hubiera tenido alguna vez en su vida-, sería un poquitín menos místico y algo más materialista. La realidad es que tan estadounidense es Bush como Chomsky, y ambos forman parte de «la verdadera América», entre otras cosas porque no hay ninguna falsa América, ni maldito el sentido que tendría que la hubiera. Los Estados Unidos de América constituyen una realidad muy compleja, en la que hay sitio para ultraderechistas y para izquierdistas radicales, pasando por toda la casi infinita gama intermedia. Bush no es un mal norteamericano, porque la cualidad de norteamericano no constituye, en sí misma, ningún valor. Ni ningún baldón.

Si aún hubiera dicho Carrillo que el pueblo norteamericano no se merece tener como presidente a un tipejo semejante, lo habría aceptado. Pero sólo porque estamos en Navidad. En otras fechas, seguramente me habría venido al recuerdo la afirmación de Hegel: «Cada pueblo tiene el Gobierno que se merece».

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de enero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de febrero de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2002/01/01 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: 2002 diario libros ibarretxe | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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