Madrid, 10 de la noche.
Detengo el coche ante un semáforo en rojo junto a la Castellana.
Pasa por delante de mí un imbécil -el enésimo- que conduce con una sola mano para sostener el teléfono móvil con la otra. Opinador compulsivo, me pregunto a qué narices se dedican los municipales de esta ciudad, llena de locos que conducen con una mano en el volante y el móvil en la otra, reos de cien mil delitos diarios de conducción temeraria. Nadie los multa.
Giro la vista para no verlo.
Detengo la mirada en el muro de cemento gris del paso elevado. Está repleto de pintadas. Ninguna consigna política. Las hay de autoafirmación, de amor, de odio, de promoción de anagramas, de cualquiera sabe qué. «Elisa, te quiero», leo en una. «Bueno, por lo menos ésa no se llama Jennifer; algo es algo», me reconforto.
Y, de repente, en el rincón, dos palabras, en grandes mayúsculas negras: «Luis libertad».
Me deja perplejo: «¿Luis? ¿Qué Luis?». Repaso mentalmente las últimas noticias. Que yo sepa, no hay ningún Luis detenido, o en la cárcel. Ninguno, quiero decir, lo suficientemente conocido como para que alguien piense que basta con pintar su nombre de pila para que los viandantes sepamos que se trata de él.
Me quedo absorto, pensando en esa tristísima mano anónima. El hombre -¿la mujer?- se vino hasta aquí con su spray de pintura negra para gritar a la ciudad y al orbe su reivindicación. Perdió el tiempo: los que pasan -qué digo yo: los que acaban dejando caer aburridamente la mirada en ese rincón perdido de cemento gris- no saben quién diablos es Luis, ni si está bien o mal detenido. Eso sin contar con que, aunque supieran quién es, y que su detención o su cárcel es injusta, tampoco harían nada, porque están muy ocupados hablando por su móvil, y el resto -el resto de lo que sucede en la calle, el resto de lo escrito, el resto de los humanos: todos los restos- les importa un perfectísimo bledo.
Irritado, me descubro pensando en que lo correcto habría sido escribir «¡Libertad para Luis!», con admiraciones, o al menos colocar el sujeto por delante, separado por una coma, para sustituir al verbo.
Para sustituir al verbo.
El semáforo se ha puesto en verde. El tipo del coche de atrás toca la bocina para llamar mi atención. Cabreado todavía conmigo mismo, bajo la ventanilla, saco la cabeza al exterior y grito a voz en cuello: «¡Libertad para Luis!».
Me da igual quién sea Luis. Lo que me importa es esa solitaria mano, nocturna y solidaria, que pintó su nombre sobre el cemento, creyendo que hacía algo.
Porque hizo algo.
Javier Ortiz. El Mundo (31 de mayo de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de junio de 2009.
Comentarios
¡Mikel, éste era el otro artículo que no encontraba y que también era de mis preferidos!
Gracias una vez más.
Escrito por: Belén.2009/06/04 10:18:35.395000 GMT+2
Perfecto, coma sempre.Muito obrigado a todos.
Escrito por: xose lado.2009/06/04 16:07:28.800000 GMT+2