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1997/04/05 07:00:00 GMT+2

La talla histórica

No está quedando muy bien parada la memoria de Mitterrand. Acaba de saberse que, desde la altura de su grandeur, se dedicaba a espiar a rivales políticos, jueces puntillosos y periodistas críticos. Mandaba que les pincharan los teléfonos, cotillearan en su vida privada y les buscaran las cosquillas, por si un caso. El repasaba los informes y escribía, muy solemnemente: Vu. A la vez, instruía a sus servicios secretos para que protegieran de la luz pública los asuntos inconfesos de su presidencial persona, no fuera a ser que alguien hiciera con él lo que él hacía con el resto.

Conozco personas -por lo demás sensatas e inteligentes- que se lamentan de que ya no queden políticos como los de antes, estadistas de talla histórica. Citan evocadoramente y en alegre mezcolanza a los extintos Churchill, De Gaulle, Kennedy, Mao Zedong... y Mitterrand. Vaya colección. Las figuras de ese género pueden ser apasionantes para los lectores de biografías, pero distaron de ser un chollo para quienes tuvieron que vivir bajo su férula. Sumados los desmanes de todos ellos, habría material suficiente como para escribir los guiones de toda una serie de terror... y algún que otro capítulo clasificado X.

Lo peor que suelen tener las personas fuera de lo común es que no se sienten obligadas por las normas del común. Se consideran superiores, imbuidas de una misión histórica que no puede pararse ni en barras ni en barrotes. No ven a sus semejantes como tales: ellos sólo se codean con la Historia. Y en ese trato no hay más código que el de su santa voluntad.

Son un peligro. Raro es el líder carismático que pone su inteligencia al servicio estricto de la Ley. Tienen prisa por llegar a su cita con lo imperecedero, y eso les lleva a correr por atajos que no figuran en los mapas de los Derechos Humanos.

Como ya hace años que renuncié a esperar que haya gobernantes buenos -sólo les pido que sean lo menos dañinos que quepa-, prefiero con mucho que el Poder lo ocupe gente gris, siempre que tenga una conciencia relativamente aproximada de su medianía. Un político que se sabe talcualillo se ve forzado a compartir sus decisiones, lo que reduce en mucho su peligrosidad. Por lo demás, los mediocres se asustan ante el mal: desconfían de poder domeñarlo. Es otra ventaja.

Claro que todo eso vale solo a condición de que el politiquillo en cuestión sepa que no es gran cosa y actúe en consecuencia. Porque peor todavía que un inteligente ensoberbecido es un mediocre pagado de sí mismo, al que la vida -que es muy suya- haya puesto en condiciones de creerse providencial y que, convencido de que él también tiene una cita con la Historia, esté dispuesto a tirar por la calle de enmedio para demostrarlo.

Si lo sabrá España, que ha estado abonada a ese lamentable subgénero durante casi todo lo que va de este maldito siglo que se marcha.

Javier Ortiz. El Mundo (5 de abril de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 10 de abril de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/04/05 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: el_mundo 1997 francia mitterrand preantología política | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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