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2004/12/22 06:00:00 GMT+1

La suerte

Escribo esto cuando todavía no ha empezado el sorteo de la lotería de Navidad, de modo que no debe considerarse ni como un consuelo de tonto -que suele ser lo propio del mal de muchos- ni como el desdén de la zorra ante las inalcanzables uvas: «Nondum matura est; nolo acerbam sumere» (*). Tengan por cierto las lectoras -y cuando digo «lectoras» incluyo, por supuesto, a los lectores- que si dentro de unas horas me vuelvo millonario en euros (que es el único modo que existe hoy en día de ser millonario de verdad), seguiré pensando igual.

Y lo que pienso es que la suerte de los sorteos -que así hay que decirlo, aunque parezca redundancia- no es demasiado deseable.

Me explico.

Cada persona resulta educada en su papel social -sea éste el que sea- poco a poco, de modo que va asimilándolo y acostumbrándose a él sin sobresaltos. Si uno nace rico, se habitúa a ser rico de manera paulatina; sin darse cuenta, como quien dice. Si nace pobre, lo mismo. Si uno nace en un medio social modesto pero emprende de adulto un trabajo o un negocio que le va bien y prospera hasta hacerse muy rico, lo hace gradualmente, lo que le concede la oportunidad de ir asumiendo suavemente su cambio de estatuto social. Puede que no lo logre -hay nuevos ricos que resultan muy cómicos- pero, por lo menos, ha tenido la oportunidad de hacerlo. En cambio, quien se vuelve supermillonario en cosa de segundos rara vez acierta a transformar adecuadamente todas las pautas de comportamiento que vienen condicionadas por la capacidad adquisitiva. (Lo cual es cierto también en sentido inverso: el millonario que se arruina de golpe y porrazo casi nunca acierta a asumir con naturalidad el comportamiento de un pobre de toda la vida.)

Como principio general, creo que el modo menos peligroso de ascender por la escala del poder adquisitivo es el trabajo bien hecho. Ahí también tiene su papel la suerte, sin duda, porque me sé de gente que trabaja estupendamente y no gana ni para pagarse lo más elemental. Pero en ese terreno juega una suerte de otro tipo: la que te proporciona estar en el sitio adecuado en el momento adecuado. Yo la tuve y, por una serie de casualidades tontas, fui invitado a sumarme al proyecto de nacimiento de El Mundo cuando tenía todos los boletos para el sorteo de cien plazas en el tren del olvido.

La suerte que me da más miedo es la otra: «El Gordo de Navidad: 12221». O sea, el mío. Que, como no soy supersticioso -porque eso da mala suerte-, no busco los capicúas. Si me tocara, seguro que haría el gilipollas.

Me consuelo pensando que, según demuestra la experiencia, la suerte de la Lotería es como la hemofilia, que funciona por generaciones alternas. Le tocó a mi abuelo, le tocó a mi difunto hermano Boby -que ésa es otra: de cómo ganar puede hacer que pierdas-, así que a mí no me toca.

Pero, como diría un Galileo moderno: «Y, sin embargo, juegas».

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(*) «No están maduras; no quiero comer algo amargo».

 

Javier Ortiz. Apuntes del natural (22 de diciembre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de julio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/12/22 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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