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2001/09/27 06:00:00 GMT+2

La farfulla de Aznar

Siempre me negué a admitir que el presidente Felipe González hablara bien. Acepto que a muchos les pudiera parecer simpático, malicioso, irónico y no sé cuántas cosas más: se trataba de valoraciones subjetivas y, aunque sea falso que sobre gustos no hay nada escrito, de poco vale criticárselos al personal. Quien tiene mal gusto, lo tiene, y qué se le va a hacer.

A lo que me negué sistemáticamente es a que se pretendiera que hablaba bien un individuo que construía frases sin verbo principal, equivocaba las concordancias, empleaba palabras en sentidos que no tienen, retorcía la sintaxis para decir de manera complicadísima cosas que hubiera podido soltar en dos patadas por la vía directa y recurría a latiguillos cada dos por tres. Ahí la libre subjetividad ya no pintaba nada: la gramática es objetiva. Por consiguiente.

Recordado lo cual, he de admitir y admito que Aznar ha conseguido empeorar -y cuidado que no era fácil- la retórica monclovera. Lo de este hombre es, si se me permite la expresión tal vez no muy fina, para cagarse. Él no tiene latiguillos, como el otro: todo él es un latiguillo. El 80% de sus frases empiezan del mismo modo: «Creo sinceramente...», dice «lo que es y significa» hasta la náusea... En cuanto a fallos de construcción y errores de concordancia, baste decir que resulta mucho más práctico llevar la cuenta de los que no comete. Se acaba enseguida.

Pero peor todavía es su recurrente tendencia al pensamiento ramplón y su desprecio por la lógica, incluida la formal.

Anteayer le oí decir a propósito de cierto asunto: «En el mejor de los casos, no se sabe a dónde lleva; en el peor de los casos, sí se sabe, pero, en todo caso, no conduce a nada». ¡Toma lógica!

El asunto en cuestión era «las asimetrías autonómicas».

Empezó por una curiosa declaración: «Yo no creo en las asimetrías». Como si se tratara de una cuestión de fe.

Lo que quería decir es que está en contra, pero lo transformó en materia de creencias.

Como no se tomó el trabajo de explicar de qué carajo hablaba, tendré que hacerlo yo, para uso de lectores poco expertos en la terminología de Pasqual Maragall (otro Castelar). El ex alcalde de Barcelona viene defendiendo desde hace años que el Estado español se organice conforme a un «federalismo asimétrico». La «asimetría» se refiere al distinto grado de autonomía que deberían tener, según él, cada una de las partes integrantes de la Federación.

Aznar no cree en eso. Bueno, vale. Pero ¿por qué? ¿Porque no cree en las asimetrías, o más bien porque está en contra del federalismo, con o sin asimetrías? El asunto clave es, obviamente, el del federalismo, pero el hombre es tan espeso que, con tal de darle un pescozón a Maragall, se metió en ese jardín. Y se metió, además, dando por hecho que lo que reclama Maragall es que determinados pueblos -principalmente el catalán, se supone- tengan más derechos que otros. Pero no se trata en absoluto de eso o, por lo menos, no tendría por qué tratarse para nada de eso. Cabría perfectamente que todos los pueblos de España tuvieran los mismos derechos, pero que unos los ejercieran en su plenitud y otros no. Podría ser que La Rioja, verbi gratia, no tuviera el más mínimo interés en formar una Policía autónoma, aunque contara con esa posibilidad, o que a la Región Murciana le pareciera un tostón que el Estado le transfiriera las competencias en materia penitenciaria. Por ejemplo. Además, las realidades diferentes reclaman tratamientos diferentes. Así, parece lógico que las áreas en las que se hablan lenguas específicas tengan derechos y obligaciones particulares. O que las zonas con costa, o insulares, cuenten con atribuciones diferentes a las de tierra adentro. Etcétera.

En suma, que es perfectamente imaginable un sistema federal a la carta, en el que cada uno de los componentes de la federación cuente con el grado de autonomía que mejor se acomode a sus necesidades. O, dicho de otro modo: un federalismo asimétrico.

Pero Aznar -que sabe esto perfectamente- no quiere entrar en tales complejidades y, firme partidario de proporcionar al público un discurso invariablemente ramplón y simplista, distribuye la correspondiente empanada de asimetrías, pretendiendo que lo que quiere Maragall es perjudicar a unos pueblos en beneficio de otros. Porque sabido es que no hay forma más cómoda de discutir que poner en boca del oponente lo que a uno le gustaría que hubiera dicho, olvidándose del enojoso trámite de considerar lo que realmente ha dicho.

Me he referido a este episodio concreto, pero podría haberme centrado en cualquier otro. Porque Aznar siempre hace lo mismo. Su especialidad es reducir al absurdo cualquier posición que no sea la suya para dedicarse luego a farfullar obviedades.

Lo peor es que tiene éxito. Ahí están las urnas para demostrarlo.

O sea, que su parte de culpa es comparativamente mínima.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (27 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/09/27 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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