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2001/08/22 07:00:00 GMT+2

La droga del fanatismo

Hace dos décadas, los poli-milis (los integrantes de la llamada «ETA político-militar») se dedicaban a matar a gogó. Recuerdo la bomba que pusieron en la consigna de equipajes de la estación de Chamartín, en Madrid. Asesinaron a un montón de personas cuyo único delito era el de pasar por allí.

Hoy en día, algunos de aquellos enloquecidos son políticos tenidos por honorables. Otros se transformaron súbitamente en intelectuales. Los demás, menos amigos de las cabriolas, se retiraron discretamente de la vida pública.

Doy por seguro que el juguete-bomba que estalló anteayer en San Sebastián no fue puesto por ETA en la calle para matar a cualquier niño que lo cogiera.

No desecho esa hipótesis porque descarte que haya militantes de ETA capaces de un acto tan cruel, sino porque no me encajan ni el lugar ni el método: tratándose de la Parte Vieja donostiarra, el cochecito podría haber caído en manos del hijo de cualquier dirigente de Batasuna.

A cambio, me parece perfectamente posible que el artefacto fuera preparado para alguna ekintza y abandonado en su huida por alguien que luego no regresó a recogerlo, por miedo a que la policía lo estuviera esperando.

Que un comportamiento así sea repugnante no me mueve a cambiar de criterio. No es, en cualquier caso, más repugnante que la colocación de una bomba en la consigna de una estación de ferrocarril, o en una playa del Mediterráneo (otra especialidad poli-mili).

Los medios de comunicación hablan de la degeneración moral de ETA. No hace al caso. Todos los fanáticos y mesiánicos de todos los bandos actúan así. Los franquistas bendijeron el exterminio de la población civil de Gernika, y cerraron los ojos ante la organización de festejos taurinos en los que los improvisados toreros estoqueaban rojos. Algunos de aquellos franquistas cambiaron por completo de actitud con los años, y alguno hasta ha llegado a presidir la Unicef. Pero fueron cómplices de aquel horror. Es un hecho.

Podría multiplicar los ejemplos, tomados incluso del bando opuesto: el bombardeo de Dresde o el de Hiroshima. ¡Qué paradoja: barbarie democrática en nombre de la lucha contra la barbarie nazi!

Es mentalmente muy confortable pensar que hay individuos que son malos y que por eso hacen maldades. Resulta más inquietante aceptar que hay humanos perfectamente normales, amantes de los suyos y capaces de ternura, a los que el fanatismo político, cual si de una potente droga se tratara, convierte en monstruos.

No me consuela que muchos de ellos, con el paso del tiempo, recuperen el buen sentido. Me alegro por ellos. Pero me entristece la contemplación de los abismos que encierra la naturaleza humana.

Javier Ortiz. El Mundo (22 de agosto de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de agosto de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/08/22 07:00:00 GMT+2
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