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2004/03/17 07:00:00 GMT+1

La despedida y el despido

Decían de Napoleón sus contemporáneos críticos que era un loco que se creía Napoleón. De Aznar se dirá que fue un contable que se olvidó de que no era más que Aznar.

Hubo un día indeterminado, allá por 1996, en el que el hoy jefe de Gobierno en funciones se miró en el espejo y ya no vio a Aznar, sino a un gran estadista de talla mundial que se disponía a entrar en el libro de honor de la Historia en virtud de la brillantez de sus movimientos estratégicos.

Los dos principales que realizó se le han venido encima al final de su carrera.

El primero le llevó a recuperar «la idea de España» de la vieja derecha local, declarando la guerra a las tendencias centrífugas -es decir, federalizantes- surgidas durante la Transición. Su negativa a buscar una solución dialogada al conflicto vasco tras intentarlo poco y mal es sólo un aspecto de esa decisión estratégica. El resultado de tal apuesta ha sido un envenenamiento progresivo de las relaciones entre los diferentes pueblos que tratamos de convivir en este extremo de Europa. Nunca como hoy Cataluña y Euskadi, de un lado, y el resto de España, del otro, se habían visto tan lejos en el terreno más delicado y más frágil: el de los afectos.

La otra gran decisión estratégica de Aznar fue convertir al Estado español en fiel servidor europeo de los intereses de los EE.UU. A cualquier precio. Incluso al precio de arruinar las relaciones de España con Francia y Alemania. Convencido de que su visión de estadista le daba una perspectiva que los demás no teníamos, llegó a la conclusión de que Bush iba a resultar indiscutible vencedor en todas y cada una de las sucesivas contiendas en las que se metía, y que quien le secundara en su carrera hacia el control del mundo saldría inevitablemente beneficiado. En esa línea, la decisión más trascendente que hubo de afrontar fue la de convertir a España en promotora de la Guerra de Irak. Y la tomó, aun a costa de enfrentarse al 90% de la ciudadanía y de instalarse en un cenagal de mentiras y de trampas.

Sus dos grandes apuestas han sido dos enormes fiascos. No ha dado solución al problema de ETA, ha promocionado los nacionalismos catalán y vasco como nadie y deja a España convulsa por las consecuencias -muy trágicas, pero nada sorprendentes- de su implicación en la Guerra de Irak.

Cuando hubo de justificarse por haber promocionado esa guerra apelando a unas armas de destrucción masiva que no existían, Aznar dijo que, con armas de destrucción masiva o sin ellas, lo innegable era que tras la caída del régimen de Sadam Husein «vivimos en un mundo más seguro». Qué gran visión de futuro.

Aznar se disponía a escenificar su retirada triunfal cuando sus propios errores se le han venido encima.

Pretendía una despedida gloriosa y se ha encontrado con un triste despido.

Javier Ortiz. El Mundo (17 de marzo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de abril de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/03/17 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: irak españa 11m sadam_husein aznarismo preantología 2004 napoleón euskadi aznar el_mundo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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