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1997/04/26 07:00:00 GMT+2

La decisión

El combatiente del MRTA apuntó. En el punto de mira de su subfusil estaba Rodolfo Muñante, ministro de Agricultura de Alberto Fujimori. Y otros muchos rehenes junto a él. Fuera -lo sabía de sobra-, los soldados de elite de El Chinito. Su suerte estaba echada: iba a morir. Le tocaba decidir únicamente si moría solo o si se hacía acompañar en su último viaje por el ministro del dictador y otros diez o veinte rehenes más.

Sabemos lo que ocurrió, porque lo ha contado el propio ministro: el guerrillero apuntó hacia él su arma, lo miró fijamente a los ojos y, finalmente, se dio la vuelta y abandonó la sala solo, en busca de la muerte. Quizá fue uno de los que gritó, momentos antes de caer acribillado a balazos: «¡Me rindo!». Pero no podía hacerse ni la menor ilusión: estaba allí precisamente porque conocía más que de sobra los métodos de Fujimori.

Me pregunto qué pudo pasar por la cabeza del guerrillero del MRTA en ese momento crucial. Tenía en sus manos convertir la operación de su enemigo en un terrible fiasco. Con la muerte de una veintena de rehenes, Fujimori habría quedado como lo que es: un dictadorzuelo capaz de asentar su poder sobre cuantas vidas se le pongan de por medio. Ningún gobierno extranjero lo habría podido jalear. La prensa del mundo entero -hasta la más ardorosa amante del Orden como valor supremo, hasta la más insensible- habría tenido que dejar para mejor ocasión honras y parabienes. Pero él optó por no disparar.

¿Por qué?

Nunca lo sabremos.

Aunque cabe imaginarlo.

Los miembros del comando del MRTA habían convivido con sus rehenes durante cuatro meses. Es mucho tiempo. Durante todos esos interminables días, es seguro que captores y secuestrados hablaron largo y tendido: de sus familias, de sus ilusiones, de sus aficiones, de sus creencias... Lo que el joven guerrillero tuvo el miércoles ante su arma mortal no era un puñado de desconocidos. Eran los mismos que, un día sí y otro también, le habían dejado ver las fotos de sus hijitos, los mismos que le habían contado sus angustias, los mismos cuyas opciones políticas le seguían pareciendo sin duda detestables, pero que conocía ya por dentro, en sus infinitas contradicciones, en su vergüenza y su desvergüenza.

No disparó porque no tuvo el valor -digamos mejor: el cálculo político, la frialdad- de hacerlo.

Supongo -me pongo en el caso- que me habría ocurrido lo mismo.

Fujimori no hubiera actuado así. Al Chinito no le conmueven las pequeñas historias personales. Él contempla altivo los despojos de sus enemigos, rematados en la escalera con tiros que llaman de gracia. Y enseña a su hijo los cadáveres. Como trofeos de caza. Como diciéndole: «Hijo mío: mañana, todos estos muertos serán tuyos».

Se le ve: no cabe en sí de gozo.

He ahí dos concepciones de la política. Una de ellas no cedió a la rentabilidad. No quiso descender ese peldaño de la escalera.

Javier Ortiz. El Mundo (26 de abril de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de abril de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/04/26 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: secuestro mrta el_mundo 1997 fujimori perú | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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