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2003/07/08 06:00:00 GMT+2

La bendición de San Fermín

La jerarquía católica, que basa buena parte de su discurso en la cerrada defensa de la vida humana en sus más diversas formas, incluso como proyecto -férrea oposición al aborto-, incluso como penoso residuo -condena intransigente de la eutanasia-, acepta sin pestañear que cientos de hombres se encomienden año tras año a uno de sus santos para, a continuación, jugarse la vida en un atávico ejercicio de imprudencia temeraria.

«A San Fermín pedimos / por ser nuestro patrón / nos guíe en el encierro / dándonos su bendición», rezan, y acto seguido se ponen a arriesgar su vida delante de seis toros bravos y un grupo de cabestros. Y el obispo de la diócesis, tan feliz.

Vi el  encierro ayer. Volví a sentir la misma mezcla de congoja e indignación que siempre me ha producido ese espectáculo tan celebrado por tantos.

Corrió la sangre. Un toro rezagado la emprendió con un chaval en el callejón de acceso al coso. Lo empitonó una y otra vez. El locutor de la televisión dijo que era «emocionante».

Recuerdo un debate público en el que alguien, hablando sobre la conducción alocada, se apuntó al tópico: «Que se estrellen si quieren, pero que no pongan en peligro la vida de los demás». Y otro le contestó muy oportunamente: «De eso nada: se estrellan, quedan inválidos y generan un gasto social enorme». Y tenía razón. Hay cálculos sobre eso: cada año, el Estado se deja un auténtico dineral -que costeamos entre todos- para poner mal remedio a los desastres de la carretera.

En San Fermín estamos en las mismas. También me sulfuro en tanto que escrupuloso contribuyente. Porque las autoridades gubernativas movilizan un costoso dispositivo policial y otro sanitario aún más importante para vigilar el juego de los temerarios y auxiliar con rapidez y eficacia a los que resultan víctimas de sí mismos. Con cargo al erario, por supuesto. Es decir, con cargo al bolsillo de todos, incluidos los que desaprobamos muy razonablemente ese acto de primitivismo confeso.

Llevo años -muchos- pidiendo a las autoridades religiosas y civiles que me (nos) proporcionen una coartada ética y jurídica que justifique su apoyo a los encierros de San Fermín. Pero no dicen ni Pamplona, si se me permite la expresión.

Tampoco estaría mal que algunos de los intelectuales que se declaran entusiastas de los encierros se tomaran el trabajo de explicar cómo concilian ese morboso gusto por el peligro con el noble oficio de pensar.

Hay alguno -ni religioso ni intelectual, pero con derecho a tribuna- que sostiene la tesis de que todos los ritos locales relacionados con los toros son poco menos que sagrados, porque forman parte de «el ser de España». Tengo serias dudas sobre la existencia de «el ser de España», pero no me importaría nada que, caso de existir, se fuera civilizando un poco. Lo justo.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (8 de julio de 2003) y El Mundo (9 de julio de 2003). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 13 de enero de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/07/08 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: el_mundo pamplona diario sanfermines 2003 toros navarra | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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