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1997/04/16 07:00:00 GMT+1

Hoza, hoza, viejo topo

La Unión Económica y Monetaria me inquieta.

Me preocupa, ya de entrada, como horizonte político. En su doble vertiente: cuanto más se desarrolla, más reduce el grado de democracia -más aleja el Poder del control de los ciudadanos- y más recorta las libertades: nuestras vidas se vuelven crecientemente transparentes para el ojo único del Gran Hermano que, Schengen en mano, todo lo ve y todo lo sabe.

Me desazona igualmente como horizonte económico. Es cierto que los dirigentes europeos proclaman sin cesar que el paro les angustia mucho, pero las prioridades que se marcan en la práctica van por vías muy distintas. Cada vez es mayor la distancia que separa a la franja mejor acomodada -no sólo a los francamente ricos: también a eso que se llama clases medias- de los desheredados, condenados a la marginalidad. La precarización del empleo y el recorte de las prestaciones sociales han logrado que ya haya en la UE unos 55 millones de personas catalogadas como pobres. Jóvenes a salto de mata, mujeres sin oportunidad alguna, mayores sin recursos mínimos.

¿Cabría otra cosa? Claro que sí. De economía no entiendo gran cosa -no controlo ni mis cuentas-, pero de política sé más. Y también de las relaciones entre la economía y la política. Cabría -digo en teoría- ir de otro modo hacia la unidad de Europa. Fijar que ningún pueblo de la UE renunciara ni a un ápice de su soberanía salvo en lo que llevara al establecimiento de una soberanía común, basada en urnas comunes. Que se eligiera un Parlamento de la UE que tuviera poderes reales, y que de él saliera un Gobierno europeo responsable ante esa cámara comunitaria.

Pero un modelo así no interesa. Los gobiernos de Los Quince sólo se avienen a poner en común lo que les ayuda a blindar su acción, les permite desresponsabilizarse («Lo sentimos, pero es que Bruselas nos obliga»...) y escaparse de rendir cuentas ante sus ciudadanos.

A juzgar por lo que se ve en las televisiones, se oye en las radios y se lee en los periódicos, se diría que nadie se opone al tinglado de la UE, ni a sus proyectos: que todo el mundo está encantado con ellos, o por lo menos resignado. Pero no es así. De modo soterrado, crece en el territorio de la UE una corriente de progresiva oposición a Maastricht y a la Unión Monetaria. Es genuinamente democrática: reclama el derecho ciudadano a opinar y decidir; a no ser objeto paciente, sino sujeto agente. No es anti europea; sencillamente, pide una Europa más solidaria.

El pasado febrero, en Bruselas, medio millar de representantes de organizaciones sociales y sindicales fundaron el Movimiento Europeo Anti Maastricht. De varios países salieron anteayer diversas marchas contra el paro, la precarización y la exclusión social, que confluirán en Maastricht el 14 de junio.

Hay mucho descontento, aunque no se hable de él. Pero, bueno, ya se sabe: los topos de la Historia también hozan bajo tierra.

Javier Ortiz. El Mundo (16 de abril de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de noviembre de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/04/16 07:00:00 GMT+1
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