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2003/11/22 07:00:00 GMT+1

Hincando el diente

Oí anteayer la noticia del atentado de Estambul, pero apenas la escuché. Pasé el día ocupado y preocupado por algo que, si se considera a escala social, se descubre de inmediato que no vale la pena (considerarlo a esa escala, quiero decir) pero que, planteado como asunto estrictamente individual, puede convertirse en obsesivo: a primeras horas de la mañana una simpática dentista me hizo toda suerte de tejemanejes bucales, a resultas de los cuales me han desaparecido las dos paletillas que asomaban por debajo de mi bigote cuando sonreía -qué tiempos aquellos- y han sido reemplazadas por unas piezas de fabricación exógena, que estéticamente estarán todo lo bien que se quiera, pero que dan como resultado que el señor que aparece en el espejo cuando me miro no soy yo.

Eso por fuera. Por dentro, las encías sangraban y, como la simpática dentista me había prohibido enjuagarme, me pasé todo el puñetero día tragando sangre. No entiendo cómo no se me puso cara de vampiro. A lo peor se me puso y no me enteré, porque nunca he sabido cómo tienen la cara los vampiros.

De modo que oía lo de Estambul, pero tenía toda la atención ocupada en mis cosas, y como si nada. Sólo ayer, cuando desperté con menos signos de todo lo anteriormente descrito, me hice cargo de lo sucedido y me puse a pensar en ello.

Tuve hace años un compañero de trabajo cuya capacidad de análisis se expresaba uniformemente mediante la misma exclamación blasfema. Todo cuanto de extraordinario sucedía en este áspero mundo le sugería la misma imprecación comulgante. Me acordé de él, porque no otra fue mi reacción inicial a la vista del horror de Estambul.

Luego ya me detuve en los detalles. Y lo primero que se me ocurrió es que pocas cosas hay tan idiotas como la teoría aznaro-bushoniana de la guerra preventiva contra el terrorismo. La experiencia demuestra que los intentos de acabar manu militari con la fuerza viva del terrorismo sólo conducen a su extensión. Tanto más se universaliza el frente atacante, tanto más se amplía el escenario posible de la guerra. Para responder a la gran coalición del Nuevo Orden, tanto les da a los terroristas golpear en Nueva York, en Estambul, en Bagdad, en Londres... o en Astorga.

Doy por hecho que dedicarse al terrorismo tiene muchos inconvenientes, sobre todo de tipo moral, pero es obvio que presenta también algunas ventajas prácticas difícilmente discutibles. Para empezar, uno puede elegir cuándo y dónde golpea. Y a quién. Y a cuántos, más o menos. A las pruebas me remito.

¿Hay algún medio de combatir eficazmente el terrorismo? Algunos defendemos uno: consiste en analizar las causas que enarbolan los terroristas para justificar sus acciones, ver lo que de justo hay en sus demandas y hacerles justicia. Es una vía cuya eficacia está por probarse, sin duda, pero que carece de contraindicaciones. A diferencia de todas las que están poniendo en práctica.

Hay demasiado dirigente político que confía en la eficacia demoledora de sus mordiscos. Los mandaba yo al dentista, para que fueran comprobando cuan efímeras pueden ser las dentelladas.

Javier Ortiz. El Mundo (22 de noviembre de 2003). Basado en el apunte Tiempo de reflexión, publicado la víspera. Subido a "Desde Jamaica" el 15 de abril de 2018.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/11/22 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: jor estambul el_mundo turquía 2003 dentista terrorismo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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