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2001/12/11 06:00:00 GMT+1

Grotesco

Entre los muchos y muy vivos sentimientos por los que pasó ayer mi estado de ánimo, dos contrastaron de modo muy especial. Uno es el que me asaltó anoche cuando, por primera vez en las últimas 24 horas, encendí el ordenador y me encontré con una larga, larguísima lista de correos electrónicos de condolencia enviados por lectores y lectoras de esta página web. No fue sólo la cantidad. También la calidad. Todos ellos respiraban cariño, solidaridad y ternura.

Creí que ya no me quedaban lágrimas que llorar después de tantas horas, pero era falso. Me quedaban las de alegría.

El otro sentimiento lo había experimentado horas antes en la Iglesia de San Ignacio, en mi barrio natal de San Sebastián, durante la ceremonia religiosa realizada en memoria de mi madre.

Había discutido con Charo sobre si acudir al acto. Por la mañana, en el cementerio, me había alejado a la hora del responso, pero no tanto por rechazo al rezo como por no ver el momento en que enterraban a mi Maritxu. Lo de la tarde era diferente: me preguntaba qué pintaba un ateo en un lugar como aquél. Charo me respondió que había que respetar los deseos de la fallecida. Mi madre no era demasiado devota, pero sí vagamente creyente y, en todo caso, por razones de mera tradición, sí habría deseado que se realizara la ceremonia religiosa. Pensé que, si tras mi muerte se realizara un acto netamente subversivo, también me gustaría que acudieran aquellos de mis amigos que no son de izquierda –no tengo demasiados de ese tipo, pero alguno hay–, aunque obviaran sumarse a los cánticos que eventualmente pudieran entonarse, o no alzaran el puño. De modo que decidí entrar en la iglesia, aunque sin colaborar en el rito.

Lo que no se me había ocurrido que pudiera ocurrir es que el acto me revolviera las tripas. Porque aquello no fue una ceremonia religiosa, sino una farsa grotesca. Cuatro curas y una señora especializada en desafinar iban siguiendo el guión con aire de profundo aburrimiento, del modo más escandalosamente burocrático que imaginarse quepa. No se les notaban particulares ganas de acabar cuanto antes y salir huyendo –eso hubiera despertado mis simpatías solidarias–; al contrario, parecían programados para repetir cadenciosamente los movimientos previstos, pero como si estuvieran ausentes, tal vez meditando profundamente en qué signos poner a la quiniela del próximo fin de semana.

Me pareció escandaloso. Incluso poco profesional: si cobras por hacer algo, tienes el deber de hacerlo bien.

Cada trámite de los que iban cubriendo me cabreaba más que el anterior, pero menos que el siguiente. Las canciones con karaoke. Los espiches monocordes. Me fue invadiendo la certeza de que estaban insultando la memoria de mi madre. Si les importaba un carajo que la buena señora se haya muerto, lo menos que podían hacer era disimularlo, ahorrándose aquella espantosa exhibición impúdica.

Hubo un momento en que la fuerza de mi rabia llegó a ser tan grande que incluso me mareé.

Al salir, me juré por Dios que no volveré a pisar una Iglesia católica.

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El día 10 no hubo apunte en este Diario, debido al fallecimiento de mi madre, María Estévez.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (11 de diciembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/12/11 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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