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1994/11/23 07:00:00 GMT+1

En defensa del opio

Considerando en frío, imparcialmente -ay, César-, los datos de esta política de aquí, he concluido que hoy no me toca aportar novedades. Con lo que he escrito estos días hay de sobra. Para qué contarles otra vez que éste es un rematado majadero, el otro un vendepeines, el de más allá un paranoico de tomo y lomo... y todos ellos unos mediocres que se aprovechan de la aún mayor mediocridad reinante para hacer su agosto en las puertas del invierno. No habrán de ser mis argumentos los que iluminen el alma ciega de los ciegos que no venden cupones, porque los cortan.

Así las cosas, hoy voy a hablarles -y por qué no- del opio.

Durante largas décadas, el opio ha estado muy mal visto. Marx dejó dicho aquello de que la religión es el opio del pueblo, y esa sentencia causó gran desprestigio no sólo a la religión, sino también al opio.

El opio, cuando es bueno -eso me dice el médico de aquí-, no resulta particularmente nocivo para la salud. De ello serían prueba los ancianos del Oriente que, tras pasar media vida en los fumaderos de la cosa, siguen en pie. Se ve que lo peor del opio local -que llamamos heroína- no es el opio, sino lo que no es opio, o sea, lo que los traficantes le mezclan.

Para mí que con los opios del pueblo ocurre lo mismo. Que todo es cuestión de precaverse y no consumir sino los opios de ocio y cultura que los traficantes no han adulterado hasta convertirlos en infumables.

Les pondré un ejemplo práctico: anoche llegué a casa, prescindí de la televisión -un opio ciertamente cortado con polvo de ladrillo- y me dí una sesión intensiva de opio sin adulterar. Escuché a Mísia -aquí nadie sabe de ella, por mucho que sea capaz de mezclar en preciosos fados a Saramago, Marina Rosell, Jacques Brel y Aute, quedándose tan ancha-; disfruté repasando una y otra vez su sobria e impecable versión de Lágrima: («Si supiese que muriendo/ tú me habrías de llorar,/ por una lágrima tuya/ ¡qué alegría!/ ...por una lágrima tuya/ me dejaría matar»); seguí con Sergio Endrigo (...E noi amiamoci) y luego me detuve en Maxime Le Forestier (es un placer oír a un patriota de verdad: Je m'en fous de la France. ¡Cómo hay que querer al propio país para maldecirlo y maldecirlo a muerte!).

Todos necesitamos alguna vía para escapar de la realidad. Yo también: paso mi jornada laboral soportando la zafiedad de los que pretenden que es una idea genial que los mandamases se construyan un refugio anti-atómico para ellos solitos, que es normalísimo que un individuo se forre yendo por la vida de cuñado de González y que la política del susodicho es, si bien se mira, filantropía en estado puro. Al final del día, mi ánimo también necesita huir, imaginarse en algún cielo, divorciarse de lo existente.

Me preocupo, eso sí, de hacerlo con sustancias sin adulterar.

Javier Ortiz. El Mundo (23 de noviembre de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de noviembre de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1994/11/23 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: sergio_endrigo música 1994 maxime_le_forastier droga m mísia opio preantología el_mundo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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