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1999/04/10 07:00:00 GMT+2

El exceso de caridad es malo

Escribí el martes pasado, dos páginas más allá, sobre esa reciente y singular forma de caridad que es la ayuda humanitaria, en la que España sirve de faro y guía al orbe entero. Ningún país como el nuestro a la hora de movilizar la sensibilidad general hacia los pobres. Y cuanto más lejanos, mejor. Me acaban de contar que, por existir, existe ya incluso una ONG que se llama Motores Sin Fronteras. Me imagino que muy pronto se subdividirá en Vielas Sin Fronteras, SOS Tapas del Delco y Solidaridad Turbo-Diesel. A nada que se descuide, el Ministerio de Asuntos Sociales se va a quedar sin nada que hacer. La generosidad espontánea sustituye al Estado: lo mismo acaba cumpliéndose así, miren ustedes por dónde, el sueño anti-estatal de los anarquistas.

Pero el gozo de la caridad no es invariablemente positivo. Antes al contrario. En mi criterio, España sufre para estas alturas una grave intoxicación de caridad. Es más: creo que, en contra de lo que dice el tópico, el vicio nacional español ya no es la envidia, sino la caridad.

Aplicamos la caridad a mansalva, a todo quisque y en todo caso. La realidad española actual rezuma caridad por los cuatro costados.

La pasada semana releí una novela que fue galardonada hace algunos años con un importante premio. ¡Madre del amor hermoso! Ya no es sólo que el argumento sea caótico y que resulte obvio que el autor no tiene ni idea del ambiente en el que sitúa su presunta obra -la resistencia antifranquista-; es que, además, el tipo escribe de puñetera pena: frases literalmente incomprensibles, verbos que no concuerdan con el sujeto... ¿Cómo pudieron premiar un pestiño así? Sólo la desbordante caridad del editor permite explicarlo.

El exceso de caridad nos pierde. Por pura caridad permitimos que ejerzan de historiadores tipos que no saben ni cuándo fue la batalla de Trafalgar (y que además se empeñan en dejar constancia pública de ello). Por caridad, por caridad sin límites, veneramos como grandísimos arquitectos a chapuceros a los que se les caen las obras incluso antes de haberlas terminado. En política, igual: la caridad y sólo la caridad explica, por ejemplo, que Borrell no haya licenciado a todos los jefecillos felipistas que lo rodean. Se ve que el hombre es consciente de que lo único que saben hacer es intrigar y le da pena dejarlos en el paro.

Ya lo dice el viejo refrán: lo poco agrada, pero lo mucho enfada. Una expresión más moderada de nuestra febril pulsión caritativa quizá no nos volviera más felices -es cierto que la caridad apacigua mucho las conciencias-, pero, a cambio, nos haría más justos.

Reclamemos menos generosidad y más justicia. ¡Por caridad!

Javier Ortiz. El Mundo (10 de abril de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de abril de 2013.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1999/04/10 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: justicia caridad españa 1999 preantología ongs el_mundo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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