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1994/07/02 07:00:00 GMT+2

El espejo roto

Escribe Julio Cerón: «Una sola cosa hacemos en la vida a solas: agonizar».

Puede interpretarse de varios modos. Uno burlón: los demás no nos dejan en paz más que cuando morimos. Otro, harto más crudo: desde que nacemos comenzamos a morir; desde que nacemos estamos solos. Esta interpretación apunta con mucha más finura al centro mismo de la existencia humana: la vida, en efecto, no es sino una larga y solitaria agonía.

Que la vivamos como tal o no, ya es, claro, cosa de cada cual.

Se discute ahora mucho sobre la legalización de las parejas de hecho. En rigor, se trata de un absurdo. No hay parejas de hecho. De hecho todo el mundo está solo. Existen parejas de derecho, sí, porque el derecho es asunto de convención y de regulación de prácticas. Pero la existencia es muy otra cosa. Las personas pueden cohabitar de dos en dos, desvelarse mutuamente una parte de su intimidad, hacerse copartícipes de prácticas más o menos exclusivas... Pueden, en suma, formar parejas. Pero ser, lo que se dice ser, en último término, cada uno de nosotros es él solo, irremediablemente. Desde que nace. Hasta que muere.

La gente se ama y se une por parejas para tratar de disfrazar(se) su soledad. En los momentos de mayor intensidad amorosa, llega incluso a vivir el espejismo de su unidad espiritual con la persona a la que ama. El espejismo es casi físico: el calor de la pasión hace ver en el lugar del otro la propia imagen invertida. A través del otro, cada cual se ama a sí mismo, enajenado. Nada que objetar: se trata de una ilusión que puede ser extremadamente útil. La soledad resulta a veces angustiosa, y no se gana nada con sentirla a todas horas.

Pero, útil o no, es una ilusión. Esa que ven desvanecerse muchos y muchas cuando su matrimonio entra en crisis: «Parece mentira: ¡tantos años juntos y no le (la) conocía!». Por supuesto que no. Nadie conoce a nadie en el amor. Nadie conoce realmente nunca a la persona a la que ama. No puede verla: se la tapa el espejo.

Decía la semana pasada Leonard Cohen que él no sabe si compone canciones de amor o de muerte. Hay mucho de destrucción en el amor. A cambio, tanto más próxima está la muerte propia, tanta mayor capacidad tenemos de comprender al otro y apreciarlo como distinto, como individualidad ajena. Es una de las escasas ventajas de la vejez: como ya no nos satisface lo que refleja el espejo, sentimos más deseos -¿o es sólo curiosidad?- de ver a quienes ocultábamos detrás de él. Ocurre entonces que el amor es reemplazado por algo menos exaltante, pero más sólido, además de harto menos egoísta: el aprecio. Aprecio por el otro. Y aprecio por lo que aprendemos poco a poco sobre nosotros mismos. Eso que ningún estanque mostrará jamás a los ojos de ningún Narciso.

Cruel paradoja: solo en vísperas de la muerte nos es posible empezar a entender algo de la vida.

Javier Ortiz. El Mundo (2 de julio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de julio de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1994/07/02 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1994 julio_cerón leonard_cohen preantología amor muerte el_mundo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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