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1999/08/11 07:00:00 GMT+2

El castellano indefenso

En los albores de la llamada revolución industrial, muchos obreros echaban la culpa de su miseria a las máquinas. En la dulce Francia, los trabajadores solían introducir sus sólidos calzados, sus sabots, en el engranaje de las máquinas, para estropearlas: estaban en contra del maquinismo. Tal uso de los sabots dio origen a la palabra sabotage, que otros idiomas -el castellano entre ellos- pronto hicieron suya.

Es clásico poner esa reacción de los proletarios del XVIII y del XIX como ejemplo de protesta tosca y primaria: su pobreza -se dice- no nacía de las máquinas, sino de las relaciones de producción a las que estaban sometidos. Bien; sin duda. Pero las máquinas eran los intrumentos que permitían su superexplotación. Tampoco era la suya una respuesta tan imbécil.

Comprendería perfectamente que en estos tiempos de ahora los trabajadores -o los parados con ganas de ser trabajadores- la emprendieran contra las muchas máquinas que permiten a las empresas cubrir con unas pocas decenas de empleados las tareas que antes requerían el concurso de cientos. Por citar el ramo que me pilla más de cerca, que es el de la prensa: entendería muy bien que se produjera entre nosotros una revuelta contra los ordenadores, artilugios que han aniquilado puestos de trabajo a barrabarra.

Pero observo, para mi extrañeza y disgusto, que los periodistas actuales no se rebelan ni contra las perversas máquinas laboricidas ni contra las detestables relaciones de producción. Menos aún contra el papel social que les (nos) toca cumplir. Lo hacen contra otra herramienta también propia de nuestro gremio, pero que maldita la culpa que tiene: el idioma. Lo maltratan, lo vejan, lo sabotean.

Acabo de leer la prensa y de oír los noticiarios radiofónicos de la mañana. Casi todos los periódicos y las radios cuentan que Yeltsin «ha cesado» a su primer ministro. Pues bien: tal cosa no ha sucedido, porque es imposible. El verbo cesar es intransitivo. Nadie puede cesar a otra persona. Puede, eso sí, destituirla. Pero no cesarla. Como puede matarla, pero no morirla.

Traigo a cuento este ejemplo por una razón especial: porque no creo que haya un solo periodista que ignore que ese uso del verbo cesar es incorrecto. Se ha dicho y repetido en todas las redacciones hasta el aburrimiento.

Les importa un bledo. Se sirven del idioma, pero lo desprecian. Qué inmersión lingüística ni qué expansión del inglés: el mayor peligro para la lengua castellana está en ellos, que la patean sin parar. Y en público, para más inri.

Sólo se me ocurre una razón para que maltraten así el idioma: es el único de sus rivales que está indefenso. Y ellos son -eso sí- prudentísimos.

Javier Ortiz. El Mundo (11 de agosto de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de agosto de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1999/08/11 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: 1999 periodismo lengua el_mundo españa | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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