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2002/06/10 06:00:00 GMT+2

El bluff compartido

Finalmente, el Frente Nacional de Le Pen se quedará en algo así como el 12 por ciento y las fuerzas conservadoras agrupadas en torno a Chirac se acomodarán plácidamente en la Asamblea Nacional francesa. Los mil y un agudos analistas que llenaron páginas y más páginas analizando (?) la «fascistización» acelerada de la sociedad gala y su incontenible «polarización extremista» hacen ahora como si jamás hubieran afirmado tal cosa, salvo algún recalcitrante que pretende que no es que él desbarrara, sino que ha sido el electorado francés el que ha dado la vuelta al mundo en 40 días.

No trato de minimizar la importancia del 12,5 por ciento del voto lepenista. Digo lo que dije ya a raíz de las elecciones presidenciales de mayo y junio: que las huestes que dan su voto a Le Pen representan, en lo esencial, una constante de la realidad postcolonial francesa. Oscilan unos puntos al alza o a la baja en función de factores coyunturales. En las presidenciales, una parte del electorado netamente conservador votó a Le Pen, a sabiendas de que nunca llegaría a la Presidencia, para evidenciar su deseo de que la política oficial se mostrara -se muestre- más enérgica en dos campos esenciales: la inmigración y la seguridad. Una vez que Chirac le ha hecho saber que ha entendido el mensaje, ha vuelto a respaldarlo.

El aparatoso estruendo mediático que vivió toda Europa durante el pasado mayo a cuento de Le Pen fue resultado de una pinza de intereses. A la derecha conservadora tradicional -de Francia y de Europa entera- le vino de perlas agitar ese señuelo para pedir auxilio electoral y político a los ciudadanos ante el peligro de que «la falta de determinación» de las políticas continentales empujaran a nuestras sociedades por la vía de la «radicalización». La izquierda oficial y una parte de la izquierda más o menos alternativa, por su parte, entraron al trapo porque creyeron ver en el ascenso de Le Pen una confirmación de sus tétricos augurios sobre la marcha de las sociedades occidentales hacia un «nuevo fascismo». El alarmismo del conjunto le vino de perlas a Chirac y, ya de paso, al conjunto de los partidos conservadores -el español incluido-, que encontraron justificación para dar algunas vueltas de tuerca más a sus políticas derechistas. No parece, en cambio, que haya proporcionado ningún tipo de renta a quienes se apuntaron a ese coro en nombre de la izquierda.

De no haberse dejado asustar por viejos fetiches de difícil -si es que no imposible- sustentación empírica, de haber apreciado con realismo que la barrera que divide a las nuevas derechas atípicas (Berlusconi, Haider, etc.) de las tradicionales (Chirac, Aznar, etc.) no representa ningún foso insalvable, salvo en la tosquedad de las maneras, porque ni los unos aspiran a destruir los cimientos del llamado «Estado democrático» ni los otros se atrincheran detrás de la Declaración de Derechos Humanos prestos a verter su sangre por ella, de haber apreciado, en suma, que ante lo que estamos es ante una evolución social de las clases medias de todo el continente, que aspiran a ser dirigidas por gobernantes que rodeen de un halo protector su bienestar económico y su vida «en paz», sin por ello liquidar las formas democráticas, los análisis habrían sido muy diferentes. Y el vaivén electoral de Le Pen no habría suscitado tanta palabrería inútil.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de junio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de abril de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2002/06/10 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: 2002 diario | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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