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2002/08/10 06:00:00 GMT+2

De veraneo

El jueves la radio anunció mal tiempo. Dijeron que venía lluvia, o incluso temporal. No hicimos caso, nos fiamos del cielo, bajamos a la Coveta Fumà y nos dimos un reconfortarte baño en su playita de juguete, en la que no hay forma de ver una ola.

Un treintañero afanoso trataba de instalar una sombrilla en la arena húmeda. Empujaba con mucha fuerza para hundir la punta del soporte. Sin el menor éxito. Una mujer y un niño, con aires de esposa e hijo, lo miraban con cierto escepticismo. Tras mucho dudarlo, me acerqué a enseñarle cómo se clava el pincho en la arena, porque el asunto es sencillo, pero tiene su truco. Fui sumamente amable: le conté que a mí me había sucedido lo mismo, bromeé con mi propia impericia... en fin, hice cuanto estuvo en mi mano para que no se sintiera ridículo. Fracasé. Al machito moreno y fortachón no le hizo ninguna gracia que un señor mayor con pinta de chupatintas le enseñara el principio del berbiquí. La señora y el niño –gente práctica– sonrieron mucho y me dieron las gracias.

A su lado, otra señora se enfadaba con su niña: «¡Ay, hija mía, qué inconformista eres!», le dijo.

El sol pegaba fuerte, así que subimos pronto al chiringuito de don Tomás para tomamos unas gambas, unos mejillones y unas sardinas asadas.

Se nubló cuando regresamos para Aigües, pero apenas cayeron dos gotas. Enseguida volvió a despejarse.

Ayer por la mañana la radio dijo que el tiempo iba a mejorar. Bajé a Sant Joan a hacer una gestión en la Agencia Tributaria. Decidimos quedarnos en casa para comer.

A comienzos de la tarde, empecé a oír un fuerte runrún a lo lejos. Salí al jardín y le pregunté a Charo si no lo oía. «¿Qué será?», se inquietó. El ruido creció y vi que algunas piedras se ponían a saltar. «Un terremoto», avancé, con miedo. Pero no tardó en evidenciarse lo que pasaba: era pedrisco. Se nos vino entonces una granizada impresionante, de piedras como nueces. Veíamos caer los rayos bien cerca. Me sobresaltaban los trallazos ensordecedores. La tarde se puso tan negra que se encendió la bombilla del porche, que funciona cuando una célula solar detecta que se ha ido la luz del día.

El camino que baja hacia la salida de casa se convirtió rápidamente en un riachuelo. Salí corriendo para rescatar a las cuatro crías de la gata canela, metidas bajo un frágil chiringo improvisado por su madre bajo un montón de ramas de pino podadas. Saqué a los cuatro gatitos empapados y ateridos. Me los llevé para casa y los sequé con cuidado. Luego los instalé en un cesto de mimbre, en el porche, a la espera de que su madre viniera a buscarlos. No apareció hasta que escampó la tormenta. Me dije que no destacaba por sus sentimientos maternales, aunque también pensé que lo mismo se limitaba a seguir las pautas que le manda su mensaje genético.

Lo mismo que el hombre que no lograba clavar la sombrilla.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (10 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de agosto de 2009.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2002/08/10 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: 2002 diario | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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