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2004/11/05 06:00:00 GMT+1

De aquellos polvos...

El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha presentado cuatro traducciones oficiales de la llamada Constitución Europea (*): una en gallego, otra en euskara... y otras dos que son idénticas, salvo en el enunciado. En una se dice que ha sido escrita en catalán y en la otra, que está en valenciano.

El president Pasqual Maragall -al que nadie llama honorable, como hacían con Pujol y como le corresponde por derecho, según creo- ha montado en cólera y ha anunciado que recurrirá a todas las instancias habidas y por haber para que se rectifique ese disparate.

Un gesto muy efectista.

Y muy hipócrita. Porque el Gobierno de Rodríguez Zapatero se ha limitado a ser coherente con la incoherencia que todos los jefes del PSOE -incluido Maragall- asumieron al aceptar que el Estatut de la Comunidad Valenciana se refiriera al valenciano como un idioma específico. Que ahora se presenten dos textos idénticos pero diferentes es grotesco, sin duda, pero nada original: refleja una realidad que es grotesca de origen.

De aquellos polvos, estos lodos.

Maragall incurre en algo a lo que también solía apuntarse Pujol, y que es típico de no pocos políticos del Principado. Sólo recuerdan su parentesco histórico y lingüístico con el País Valencià y Ses Illes a la hora de reclamar obligaciones ajenas. Cuando exigen algo para Cataluña, nunca lo hacen extensivo a los otros supuestos països catalans. ¿Dónde estaban cuando se necesitó su ayuda para afrontar las tonterías legislativas que impusieron los blaveros, incluyendo ésa de que al País Valenciano no se le pueda llamar por su nombre, pero sí Reino de Valencia, cuando el único posible rey de ese Reino es el Borbón de turno, descendiente (digamos «supuestamente descendiente», porque con esa gente nunca se sabe) de aquel otro Borbón que acabó a sangre y fuego en el campo de Almansa con las libertades valencianas? ¿Por qué entonces no pusieron de vuelta y media a los socialistas valencianos, que pastelearon con la derecha todo lo que quisieron y un poco más?

Bah, no sigo, que tampoco vale la pena sulfurarse tanto tan de mañana.

 

(*) Por cierto, y en atención a aquellos que me preguntan por qué insisto en decir que ese tratado no es una Constitución propiamente dicha: creo que el término resulta, en este caso, muy pretencioso. Deliberadamente pretencioso. Aunque la palabra tenga muy diversas acepciones, el personal tiende a considerar que una Constitución es la ley fundamental que rige una organización política unificada en lo esencial. En muchos terrenos clave (desde la política exterior y la política de Defensa hasta los derechos sociales de los ciudadanos), la UE carece de una unidad digna de tal nombre. Además, las constituciones tienen, por definición, una vocación de universalidad legislativa: fija los principios que regulan todas las facetas de la vida social necesitadas de regulación. Éste dista de ser el caso. Añado a ello que las constituciones suele proceder de poderes legislativos constituyentes, elegidos por las ciudadanías para tal fin. Un texto elaborado por una suma de gobiernos ordinarios, elegidos con otros programas y para otros fines, no puede tener el carácter fundacional que se le supone a una Constitución. Ahora bien, ¿que hay quienes consideran que eso es una Constitución? Pues les diré lo mismo que decía René Descartes: «No discutiré sobre palabras, a condición de que se me diga qué significan».

 

Javier Ortiz. Apuntes del natural (5 de noviembre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de julio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/11/05 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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