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1997/10/08 07:00:00 GMT+2

Creer lo que no vemos

Todos los recién nacidos son tirando a feos. Incluso los que emergen al mundo sin demasiado esfuerzo gracias a las técnicas modernas, salen arrugados y con cara de pésimo genio.

Los recién nacidos no solamente son feos; lo son, además, de modo uniforme: se parecen muchísimo entre sí. De ahí que los identifiquen con un letrerito en la muñeca. Pero eso no arredra en absoluto a las visitas que, sin sonrojo alguno, siempre afirman que son preciosos, y les encuentran peculiaridades de lo más definido: «Tiene los ojos de su padre, las orejas de su madre y las manitas de la tía Puri». Ahí es nada, la observación parcelaria. Tan sólo algunos entusiastas dan en el clavo, aunque sin querer, cuando dicen: «¡Que niño más mono!». En efecto, los recién nacidos suelen ser prueba irrefutable del parentesco de la raza humana con los primates.

Cuando nació mi hija mayor, hubo una señora que apuntó a voz en cuello que la niña tenía «unos preciosos ojos color uva», tesis que me maravilló, dado que mi hija se negaba a abrir los párpados a la realidad circundante con tenacidad que sólo podía tomarse como signo de su precoz inteligencia.

El rechazo de muchísima gente a admitir en algunas circunstancias la evidencia de la fealdad alcanza también, por razones que se me escapan, a la observación de los muertos. En casi todos los velatorios te topas con alguien empeñado en cantar loas a las virtudes estéticas del cadáver. «¿No has entrado a verla? ¡Está guapísima!», te dicen, si el fiambre formó parte del género femenino. Y si fue varón: «¡Está muy bien!». Me dejan perplejo: ¡Un muerto, muy bien! Qué cosas.

Otro género de acontecimiento en el que la tira de gente se niega ferozmente a admitir la ausencia de belleza es el de los casamientos. No hay novia fea, por definición. Ni novio que no esté «muy elegante». Ni siquiera en las bodas en las que la novia rivaliza con Picio y el novio presenta un aspecto decididamente patibulario -algo que no puede decirse de la que se pudo ver el fin de semana pasado en Barcelona, desde luego; ni siquiera de la que se produjo hace dos años en Sevilla: no voy por ahí- se aviene la gran mayoría a aceptarlo. No digo yo que en tales casos conviniera gritar a coro «¡Feos!», o «¡Espantajos!». Pero un respetuoso silencio sobre el particular podría constituir una salida intermedia muy satisfactoria.

Cito estas tres circunstancias, a las que todos hemos asistido alguna vez, para ilustrar hasta qué punto nuestra vida social está hecha a la hipocresía o, alternativamente, a la negación de la evidencia. La gran mayoría aprende tan bien a negar en determinados casos lo que ve que incluso llega a no verlo, es decir, a ver lo opuesto. Y siente que el niño es precioso, y el muerto, una belleza, y los novios, un cielo... y su líder político, fetén, y su voto, un garantía de democracia, y el futuro de España, muy prometedor.

Y es que la política es como todo lo demás en esta vida. Se ve sólo lo que se quiere ver. Diré mejor: lo que se necesita ver.

Javier Ortiz. El Mundo (8 de octubre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de octubre de 2012.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1997/10/08 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: hipocresía jor el_mundo 1997 preantología boda nacimiento | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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