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1995/09/09 07:00:00 GMT+2

Conscientes, pero pasivos

No es fácil conseguir a estas alturas que alguien se indigne. La gente echa un vistazo al periódico por la mañana y lee, qué se yo: «González, cuando no estaba ocupado coordinando a los GAL, violaba viejecitas ciegas», y apenas se inmuta: musita un leve «Vaya por Dios, conque también eso» y pasa a consultar los números de la Primitiva, que es lo que le intriga de verdad.

Resulta desalentador. Pero solo si examinamos el fenómeno en su superficie. En el fondo, es menos simple y no tan negativo. Aunque de consecuencias inciertas.

Consideremos, para empezar, que la indignación, como cualquier otro sentimiento intenso -tanto da que sea placentero o doloroso-, solo se expresa adecuadamente cuando los estímulos llegan hasta el cerebro en las dosis adecuadas. Como saben bien los boxeadores -y no pocos detenidos-, a partir de un cierto número de golpes el cuerpo ya no sufre. La capacidad de reacción se embota. La cámara de los horrores felipista ha dejado escapar tantos monstruos en tan poco tiempo que el espacio que las mentes locales tenían disponible para la perplejidad y la ira políticas se ha saturado. A partir de lo cual -not enough core, como me espeta la pantalla de mi ordenador de vez en cuando-, ya no son capaces de registrar nada. No es problema de indiferencia. Es que -según la muy descriptiva expresión cheli francesa- tienen «la taza llena».

Lo cual no quiere decir que el punto de vista ciudadano se torne benévolo, a fuer de cansado. Al contrario. Estoy convencido de que, si se hiciera un sondeo en el que se preguntara al personal, pongamos por caso, si cree que González mató a su mujer, la hizo mil pedazos y la puso a cocer, como el tío Pelotillas, habría no menos de un 60 por ciento que respondería sin pestañear que sí, y aceptaría tal cual, por las mismas, que Carmen Romero no es más que una mutanta proporcionada por Manglano para hacer de doble.

La mayoría da por hecho que González es capaz de cualquier cosa -de cualquiera, literalmente, incluidas las más aberrantes- y ya no se asombra de nada que se le cuente sobre él.

El problema viene cuando de la falta de asombro -francamente comprensible, ya digo- se pasa a la indiferencia, y de la indiferencia a la pasividad política. Un riesgo tanto más elevado en este país, en el que buena parte de la población, súbdita resignada durante la larga noche franquista, tiene anclada y bien anclada en su inconsciente la convicción de que nada hay tan natural como que los gobernantes sean cínicos y venales. Añádase a ello la tan tonta como arraigada tendencia humana a preferir lo malo conocido y el prestigio social de la prudencia -una actitud muy alabada, pese a no conocerse que haya servido jamás para producir nada en concreto- y podemos seguir teniendo felipismo para rato.

Es el peligro que presenta ser consciente pero no mover un dedo.

Javier Ortiz. El Mundo (9 de septiembre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de septiembre de 2011.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1995/09/09 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: felipe_gonzález 1995 el_mundo felipismo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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