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2006/08/31 05:00:00 GMT+2

Un obispo emérito y un síndrome de Estocolmo

«El Mundo» publica hoy, en la sección de Cartas al Director, una titulada «Carta abierta a Javier Ortiz», que suscribe Rafael Sanus Abad, obispo auxiliar emérito de Valencia. Como quiera que bastantes lectores de estos Apuntes no tendrán acceso directo a la carta, la transcribo aquí, porque responde a un artículo mío que probablemente sí han leído. Dice así:

«Sr. Director:

»Que la ignorancia es muy atrevida lo acepta todo el mundo, porque es una afirmación avalada constantemente por la experiencia. Yo lo he comprobado por enésima vez al leer el modesto artículo que ha escrito Javier Ortiz titulado Ritos bárbaros publicado en EL MUNDO, el pasado lunes 28 de agosto.

»¿De verdad cree usted que los católicos, al comulgar, nos dedicamos a practicar la antropofagia? ¿Acaso piensa que los católicos somos débiles mentales, supersticiosos y aficionados a las misas negras? Si esto no es una rebuscada y bárbara confusión mental, que venga Dios y la aclare.

»¿Ha leído usted lo que dice el Concilio de Trento sobre la presencia real de Cristo en la eucaristía? Lo encontrará en el libro conocido como el Denzinger, cuyo título propio es Enquiridion symbolorum. Por si acaso no sabe usted latín existen excelentes traducciones al castellano: en cualquier librería religiosa se lo pueden facilitar.

»¿Sabe lo que pienso que le ha ocurrido a usted en esta ocasión? Pues que ese día no se le ocurrió ninguna idea para escribir su artículo en el periódico y recurrió a un tópico que circula desde hace 20 siglos. ¿O es que acaso cree que es el primero al que se le ha ocurrido? Si es así, mi querido Javier Ortiz, ¡qué ingenuo es usted! Léase el capítulo seis del Evangelio de San Juan y lo comprobará.

»Lo siento, pero no tiene ni idea de lo que es la eucaristía cristiana ni tampoco de la historia de las religiones. EL MUNDO es un periódico objetivo, independiente y plural. Y eso me gusta. Pero una cosa es ser plural y otra bien distinta es ser un cajón de sastre donde cabe cualquier ocurrencia de sus colaboradores. EL MUNDO no puede permitirse la estupidez de ofender la inteligencia de los muchísimos lectores católicos que tiene.

»Créame, Javier Ortiz: siga la máxima de zapatero a tus zapatos. Si no entiende nada de una cuestión, lo mejor que puede hacer es callarse. Lo agradeceremos todos; usted el primero, porque no hará el ridículo, y todos sus pacientes lectores.»

Firma el exordio, como he hecho constar antes, Rafael Sanus Abad, obispo auxiliar emérito de Valencia.

Informado de la existencia de la carta, escribí unas líneas de respuesta, por si el periódico quería publicarlas a continuación, como se hacía en tiempos. Escribí:

«Me temo que el obispo emérito no entendió el artículo. Huelga decir que nadie se come a nadie en las misas (de hecho, yo no hablé de «antropofagia», sino de «teofagia», y como obvio recurso literario). Me limité a señalar lo chocante que resulta la fórmula "Quien come mi carne y bebe mi sangre" para quien la oye desde fuera, y cómo lo mismo puede suceder con ritos de otras religiones que en Occidente tomamos superficialmente por primitivos. Tranquilícese don Rafael, de todos modos, en lo que a mis conocimientos del sacrificio se refiere: diez años de misas obligatorias diarias dan para mucho.– Javier Ortiz».

Pero el periódico, considerando que ya cuento con mi propia columna para argumentar y rebatir cuanto me pete, no creyó conveniente añadir mi apostilla.

En todo caso, no deja de ser curioso que siga habiendo gente que se monta todo un largo rollo para discutir lo que nadie ha dicho. Obviamente, a lo que no estaba yo dispuesto era a malgastar el espacio de una columna rebatiendo a un hombre de tan limitadas entendederas. De modo que la columna que escribí, y que hoy aparece publicada, fue esta otra (que reproduzco por partida doble. aquí y en la sección correspondiente), titulada ¡Tantas y tantos Kampusch! y que reza –si se me permite la expresión– así:

«Es motivo de general conmiseración la actitud de Natascha Kampusch, la joven austriaca que ha permanecido secuestrada durante ocho años y que, tras escapar de su cautiverio, no ha mostrado particular inquina hacia el hombre que la tuvo recluida.

»"La muchacha es víctima del síndrome de Estocolmo", dicen los expertos. Y así será, no digo yo que no, pero por ponerle un nombre clínico a su comportamiento no creo que quepa darlo por juzgado y visto para sentencia.

»Lejos de considerarla extraña y pasmosa, la actitud de Natascha Kampusch es una de las más frecuentes del universo. Lo suyo es llamativo por las circunstancias en las que se ha producido, realmente extremas y novelescas, pero el modo de sentir que manifiesta la joven es, en el fondo, muy común.

»A su manera y en su propia escala, la mayoría de los humanos –y no digamos de las humanas– tiende a comprender, e incluso a apreciar, a aquellos que los dominan y dirigen sus pasos.

»Ahora se habla profusamente de la posición que tuvo buena parte de la población española durante la dictadura franquista. Muchos adoptaron hacia aquel régimen una actitud de sumisión, de temor reverencial, que de hecho se convertía en disculpa, cuando no en comprensión: que si no era para tanto; que si Franco había afrontado una situación caótica; que los que se metían en problemas eran en realidad sólo los que se los buscaban; que el llamado Generalísimo, bien mirado, tampoco era un dictador tan salvaje; que lo suyo no podía ser estrictamente tildado de fascista... A fuerza de intentar explicar su propia inacción ante la dictadura, que algo en su interior les decía que tenía su tanto de cómplice, fueron legión –siguen siéndolo– los que la vistieron de seda, llamándonos extremistas y exagerados a los que nos tomamos los Derechos Humanos y las libertades como una cuestión de principios. Como Natascha Kampusch con Wolfgang Priklopil, su carcelero, sostienen que Franco no fue su amo y señor, porque ellos también pudieron durante su cautiverio –cito el comunicado de la muchacha– dedicarse a «leer, hacer trabajos domésticos, ver la televisión, hablar y cocinar». O a escribir lo que a nadie molestaba.

»Es terrible reconocerlo, pero también hay su tanto de síndrome de Estocolmo en la tragedia que sufren muchas mujeres víctimas de lo que ahora se llama violencia doméstica (en vez de machista y patriarcal, términos que la definen bastante mejor). Según los datos publicados hace un par de días, con frecuencia son ellas las que violan las órdenes de alejamiento y buscan a sus maltratadores, a los que se sienten unidas por un vínculo humillante y perverso de sumisión, de dependencia psicológica, que no reconocen como tal.

»Y es que rebelarse contra la opresión nunca ha sido fácil. Hay que empezar por odiarla.»

Eso es lo que opté por escribir, dejando lo del obispo emérito auxiliar a beneficio de inventario y pensando que, como decía un viejo conocido mío, «A buen encendedor, con pocas cerillas basta».

Escrito por: ortiz.2006/08/31 05:00:00 GMT+2
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