Inicio | Textos de Ortiz | Voces amigas

2006/08/27 08:15:00 GMT+2

Ritos

Hay en el mundo muchas tradiciones culturales que resultan chocantes e incluso desagradables para quienes no han convivido con ellas desde la niñez y no las tienen integradas en su propia normalidad cotidiana.

Las hay de todo tipo. Las gastronómicas son típicas. Un hombre de leyes ya fallecido me contó hace años la triste experiencia que supuso para él presentarse en una fiesta de profesores en Alemania con varios kilos de excelentes percebes de Cedeira. El aspecto de los bichos provocó un rechazo generalizado entre los asistentes, que no quisieron ni probarlos. A mí no me habría sucedido nada parecido con los percebes gallegos, vaya que no, pero me ha ocurrido con muchísimos otros supuestos manjares. Todavía recuerdo el día en el que unos amigos mexicanos quisieron que probara una ración de saltamontes. La explicación de que los saltamontes no son bichos muy diferentes de las gambas me pareció interesante en el plano científico, pero no cambió en nada mi firme determinación de no comerlos. (*)

Con los ritos religiosos ocurre lo mismo, e incluso más. Vemos cómo visten y cómo se comportan durante sus ceremonias los adeptos a creencias que nos son extrañas y nos cuesta admitir que haya gente que esté en sus cabales y que pueda hacer y decir todo eso en serio. No nos damos cuenta de que lo mismo sentirán las personas procedentes de otras culturas que vean los actos religiosos que se producen por aquí. Dicho sea con todos los respetos, las vestimentas que lucen los protagonistas de los ritos católicos... en fin, digamos que tienen lo suyo. Tampoco creo que dejara indiferente a un marciano sensato la contemplación de una procesión española de Semana Santa, en particular si conllevara la participación de disciplinantes.

Yo no soy marciano (¿o sí?), pero a lo largo de los años me he ido distanciando tanto de la Iglesia católica y de sus ritos que ahora, cuando me los topo –cosa que sucede en muy escasas ocasiones–, me invade un sentimiento de profunda extrañeza, cuando no de total perplejidad. La última vez que acudí a una ceremonia católica fue con ocasión del funeral de mi madre. Allí ese sentimiento fue de directa indignación, al ver hasta qué punto los oficiantes eclesiásticos podían burocratizar el dolor ajeno. Sólo les faltó sustituir el hisopo por una tarjeta de crédito.

Esta mañana de domingo he encendido la radio con intención de oír las noticias y me he encontrado con la retransmisión de una misa. Me ha pillado la cosa en el momento en el que el sacerdote decía: «El que come mi carne y bebe mi sangre...».

¡«El que come mi carne y bebe mi sangre»! Me lo he tomado tal cual y se me han revuelto las tripas.

Estaría bien que la gente de cultura católica se acordara de esa terrible fórmula teofágica cada vez que le entre ganas de ridiculizar un rito religioso ajeno. ¿Primitivos, los islamistas? Ya. No como los nuestros, tan modernos.

_____________

(*) A veces no es necesario que el hábito en cuestión pertenezca a culturas alejadas de la propia. Lo cercano también puede parecernos bárbaro, por mucho que choque con la etimología (barbarus, extranjero). Pamplona está a un tiro de piedra, como quien dice, de mi lugar de nacimiento, y eso no me ha impedido sentir desde niño un rechazo visceral por la tauromaquia en general y por los encierros sanfermineros en particular.

Escrito por: ortiz.2006/08/27 08:15:00 GMT+2
Etiquetas: | Permalink